viernes, 2 de mayo de 2014

Lo que esconde reconocer un buen culo (publicado el 1/5/14 en Veintitrés)

¿No sería parte de mi libertad de expresión proferirle, a una señorita, una grosería vinculada a sus atributos físicos y a sus potenciales capacidades amatorias? La pregunta es pertinente aunque profundamente incómoda y a pesar de haber sido tan básica no ha estado presente en el debate que se ha instalado acerca de esa práctica mayoritariamente urbana que, a falta de una categoría más precisa, llamaremos “piropear”. Pero para que quede bien claro, no me refiero solamente al acto de galantería que podría sintetizarse en un “¡qué linda que sos!” sino en aquellas frases vulgares y hasta ofensivas que no escatiman la palabra “culo”, “tetas” y toda aquella actividad sexual que pueda realizarse con culos y tetas.
Desde mi punto de vista la discusión puede enmarcarse en el debate que se ha realizado en Estados Unidos alrededor del “lenguaje de odio” (hate speech). Esta denominación engloba todas aquellas expresiones ofensivas dirigidas contra grupos humanos e incluyen no solo mujeres sino también a gays, lesbianas, minorías étnicas y religiosas entre otros grupos considerados “diferentes”.
Ahora bien, usted se preguntará cómo es que se vincula el elogio a un culo y a un par de tetas de una desconocida con el odio. Resulta pertinente tal interrogación pero, para decirlo de manera general, parece claro que detrás de ese tipo de expresiones se esconde una objetualización de la mujer y una forma de acoso que no por ser cotidiana estaría justificada. En este sentido hay quienes denuncian que el transformar a un sujeto (la mujer) en un objeto no es otra cosa que la manifestación de una lógica patriarcal en la que los varones se sienten dueños de las mujeres. Esto lleva a conflictos de los varones entre sí (“no la mires que está conmigo”, es decir, “no la mires porque es mía”) y a desenlaces trágicos en las relaciones entre los varones y sus propias mujeres como bien ha quedado demostrado con los reiterados casos de femicidio.
Para que quede claro, no estoy diciendo que del elogiar un culo se siga necesariamente el femicidio. Solo estoy diciendo que la mirada feminista explicaría tales fenómenos en los términos del modo en que se ha constituido nuestra cultura patriarcal.
Pero volviendo a la pregunta inicial, es posible encuadrar la problemática del lenguaje estigmatizador de grupos como algo a discutir en el marco de una de las grandes conquistas de la modernidad occidental: la libertad de expresión.
Entonces, ¿debieran prohibirse este tipo de expresiones? ¿Pero hacerlo no podría interpretarse como una forma de censura? En las últimas décadas, decíamos, en los Estados Unidos ha habido intensos debates públicos y académicos en torno a casos específicos como el de la pornografía, género que muchas mujeres han denunciado como degradante, estigmatizante y reproductor de la mirada masculina. A su vez, está claro, y así lo entendió la propia Corte Suprema de ese país, existen una serie de expresiones que no son protegidas por la Primera Enmienda, esto es, la vinculada a la libertad de culto, asociación y expresión. En otras palabras, insultos, obscenidades o una publicidad engañosa y con información falsa no pueden ser justificados por “mi derecho libre a expresarme”.
Sin embargo, la perspectiva liberal tiende a absolutizar el derecho a la libertad de expresión aun cuando esto conlleve el riesgo de afectar a determinados grupos. Quienes, por ejemplo, aduzcan que no debiera permitirse una expresión que afectara a terceros recibirán una respuesta contundente: si no se pudieran realizar expresiones que afectaran a terceros sería prácticamente nula la comunicación entre los hombres, la proliferación de ideas diversas y, sobre todo, los debates públicos. Nadie podría criticar gobiernos porque eso estaría afectando a las personas que forman el gobierno o nadie podría criticar a un periodista porque tal crítica podría afectar tanto a él como a sus familiares y seguidores.
Un argumento adicional, aunque suene paradójico, afirmaría que hay que ser tolerantes incluso con los intolerantes porque el riesgo de no serlo podría transformarse en un boomerang: una vez que se prohíben un conjunto de expresiones y que en tal prohibición interviene el Estado, es posible que, como una pendiente resbaladiza, cada vez se cercene más el conjunto de derechos y libertades de los individuos. De aquí que quienes defienden esta posición consideren, incluso, que no se deben prohibir, por ejemplo, las manifestaciones que niegan el holocausto o que hacen apología del terrorismo de Estado aun cuando éstas nos resulten indignantes.
En la vereda opuesta al pensamiento liberal, se encuentran aquellos que desde diferentes ideologías abogan por la prohibición del lenguaje de odio. Los argumentos son variados pero uno de los más intuitivos es la igualdad. En otras palabras, se podría afirmar que este tipo de expresiones estigmatizan a determinados grupos generando fracturas sociales y condenando a los miembros de esos grupos a una situación de discriminación que afecta las diversas áreas de su plan de vida. En este sentido, prohibir este tipo de expresiones sería un tipo de “discriminación positiva” o “acción afirmativa”, esto es, un derecho que se le otorga a determinado grupo que por diversas razones históricas ha sido postergado.                            
De lo dicho surge que, expuesto en estos términos, lo que parece simple en algunos casos nos traslada a callejones sin salida en otros. ¿Se debe ser tolerante con los intolerantes en nombre de la libertad de expresión aun cuando esa decisión afecte a otros seres humanos inclusive, quizás, a uno mismo? ¿Es más importante proteger la libertad de expresarse que la condena social que sufren determinados grupos? A su vez, ¿la prohibición de determinado tipo de expresiones en tanto afectan a terceros no podría ser la llave que permita justificar actos de censura? Es decir, si se prohíben expresiones porque afectan, en este caso, al colectivo de las mujeres, ¿no podrían, por ejemplo, los católicos exigirles a las feministas que no se discuta sobre aborto porque eso va contra sus más profundas creencias?
Este tipo de preguntas estuvieron presentes en aquel conflicto que se generó hace algunos años con las caricaturas de Mahoma publicadas en un diario danés, algo que despertó la ira de sectores musulmanes en todo el mundo.
Hubo quienes consecuentemente defendieron la publicación en nombre de la libertad de expresión pero existieron dueños de diarios y revistas que, con un doble estándar, enarbolaban la bandera de la libertad de prensa al tiempo que ocultaban las normas, a veces explícitas, a veces implícitas, de prohibir la publicación, en tanto “blasfema”, de cualquier manifestación que afecte al dogma cristiano.       

Como se ve, detrás de las expresiones dirigidas a una mujer con buen culo se esconde algo más: un abierto, complejo e incómodo debate en el que no hay que dejarse tentar por las salidas fáciles.  

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