La insólita denuncia realizada por el
Grupo Clarín contra los periodistas Roberto Caballero, Javier Vicente, Orlando
Barone, Sandra Russo, Nora Veiras y Edgardo Mocca, ha recibido un amplio e
inusitado rechazo desde buena parte de la ciudadanía incluyendo referentes del
propio grupo y periodistas cuya ideología se encuentra en las antípodas de los
acusados. Así Jorge Rial, Nelson Castro, Ernesto Tenenbaum, Samuel Gelblung y
María O Donnell, entre otros, se manifestaron en contra de semejante
despropósito. No fue el caso de Jorge Lanata a pesar de que sus compañeros de
programa, Luciana Geuna y Gustavo Gravia, interpelaron con buen tino la
inconsistencia del abogado que buscó defender la denuncia.
Lamentablemente, camino similar al del
primer director de Página 12 siguió
el periodista de espectáculos que opina de política, Pablo Sirvén, quien, antes
de rechazar la denuncia de Clarín,
utilizó twitter para dar mensajes como los siguientes: “Pagni, procesado por
mails q ni distribuyó ni usó (y foquitas aplaudiendo). ¡No lloren más! #doblediscurso”; “No me alegra la demanda contra
Caballero ni tpc la del adn hijos Noble q terminó en nada y nadie se disculpó”;
“hechos concretos: quisieron incriminar a Morales Solá en lesa humanidad x
cubrir c/otros periodistas nota en Tucumán. Y las foquitas,chochas”; “¡qué
hipócritas! Si la demanda hubiese sido presentada por un multimedio oficialista
contra un periodista hegemónico aplaudirían como focas”.
Más allá de la extraña obsesión cuasi
fetichista por esos simpáticos animalitos que son las focas, Sirvén sigue una
lógica sobre la que me quiero detener. Me refiero a que busca equiparar el
ataque a la libertad de expresión perpetrado por el Grupo Clarín contra
periodistas afines al gobierno que sólo opinaron, con casos infinitamente más
graves y, en parte, con buenas pruebas, en los que se ven involucrados
periodistas del diario La Nación y
hasta la misma Ernestina Herrera de Noble. Lo que esto deja entrever es la
defensa corporativa de los periodistas en tanto tales y lo que se supone es que
cualquier tipo de denuncia contra un periodista se transformaría en un ataque a
la libertad de expresión. De esta manera, una denuncia de incitación a la
violencia colectiva y coacción agravada por dichos que jamás podrían
encuadrarse en esas figuras, es equiparada con una causa por delito de lesa
humanidad (que se dilató 10 años y en la que se ha probado que la adopción es
irregular, sólo que no se sabe aún quiénes son los padres) y con una causa que
tiene procesados a ex miembros de la SIDE y a periodistas como Carlos Pagni y
Roberto García, por espionaje. En la lógica Sirvén, la libertad de expresión
del periodista parece justificar una libertad de apropiación de bebés y una libertad
de espionaje.
Ahora bien, desde la misma perspectiva de
defensa corporativista de los periodistas pero arribando a la conclusión
contraria, el siempre crispado periodista antikirchnerista de La Nación, Mariano Obarrio, defendía la
denuncia de Clarín con este
fundamento balbuceado a través de twitter: “Si periodistasK dan al juez
detalles d golpismo d Clarin, ganamos democracia. Si no pueden, son
provocadores y manipuladores, NO periodistas”.
Como se puede observar, parece subyacer a esta
afirmación que si no fuesen periodistas bien les cabría la figura de incitación
a la violencia colectiva y coacción agravada. Dicho de otra manera, esta lógica
que atravesó muchos de los mensajes de las redes sociales supone que como no se
trataba de periodistas sino de “militantes” o “propagandistas oficialistas”, la
prisión parece una buena opción. No importa lo que dicen. Sólo importa cómo se
los categoriza: si son periodistas están inmunizados. Si son militantes, no.
Dicho esto, quiero dedicar las últimas líneas a un
olvido en el que han incurrido todos: los que están del bando de los acusadores
y los que estamos del bando de los acusados. Me refiero a que la denuncia
también recayó sobre políticos que ocupan diferentes espacios en el oficialismo
pero ningún periodista ni ninguna institución progresista se encargó de
visualizarlos. Me refiero a los casos de Martín Sabbatella, Juan Cabandié,
Carlos Zanini y Edgardo Depetri. Pareciera así que los políticos no tienen
derecho a opinar a pesar de que, al igual que los periodistas antes
mencionados, ninguno de ellos incitó a nada ni coaccionó a nadie. Pero nadie se
ocupó de ellos porque son políticos. Es una pena pero así es la vida: a algunos
nos toca ser periodistas y a otros les toca tener la mácula del resto de los
mortales.
1 comentario:
esto es algo siniestro,detrás de este "error" hay en preparación una puesta en escena que justifique la denuncia por violencia hacia las organizaciones sociales..No están vencidos,es una maniobra distrayente,los abogados son de lo mejor del establishment..tras la jugada promoverán cacerolazos y levantamientos civiles..hay que estar alertas..No ser ingenuos..
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