En política, el uso de las hipérboles es todo un arte que requiere un timing preciso. La hipérbole es una figura retórica que remite a la exageración minimizando o agrandando una cosa, una idea, una noticia. Descartes, por ejemplo, cuando utilizaba como método dudar de todo para llegar al famoso “pienso, luego existo”, utilizaba la duda de manera hiperbólica.
Ahora bien, nadie puede sostener
de manera constante un discurso de exageraciones sin deslegitimarse ni perder
credibilidad, y quienes son figuras públicas deberían saberlo, especialmente
cuando están al frente de sociedades cambiantes y con tantas demandas
insatisfechas.
Llamar “héroes” a diputados que
votaron lo contrario de lo que habían votado 15 días atrás, es una provocación,
una disputa por el sentido y un ejemplo de una larga lista de hipérboles entre
las que se encuentra el 17000% de inflación o autopercibirse el máximo
representante de las ideas de la libertad a nivel galáctico.
Porque la inflación heredada,
sumada a la contenida debajo de la alfombra, era una bomba, pero no era 17000%,
y Milei tiene reconocimiento a nivel mundial pero probablemente más como una
curiosidad, una extrañeza, un experimento. Es un mérito de él y no le debe nada
a nadie. Y es más que suficiente. Por eso no hace falta exagerar. Lo mismo
sucede con los diputados. No hacía falta decirles “héroes” habiendo tantos
términos para catalogarlos; no hacía falta tampoco un asado celebratorio.
Alguien en el gobierno pareció
tomar nota del error y, a duras penas, desde la casa Rosada se apuraron en
aclarar que cada comensal pagaba su parte de su bolsillo, lo cual, no
deberíamos olvidarlo, es un bolsillo que se conforma con un salario pagado por
los contribuyentes. Eso sí: no sabemos quién se encargó de la ensalada y las
papas fritas o si algún vegano llegó ya comido desde casa.
Pero posarse en quién paga el
asado es una chicana chiquita, un poco de su propia medicina al presidente, que
no va al fondo de la cuestión. Más interesante es el eje de la provocación y de
la disputa por el sentido. En este último caso, el gobierno intenta relacionar
la heroicidad con mantener a raya las cuentas públicas. Es la primera vez que
esto sucede, porque Argentina suele reservar el término de héroes a los
soldados de Malvinas o a algunos de nuestros próceres, eventualmente, a alguna
gesta deportiva. Pero es la primera vez que remite a una operación
administrativa. Allí una vez más la hipérbole: Milei tiene razón en defender el
superávit fiscal e instalar el valor de ello ha sido su mérito. Pero hacerlo a
costa de ajustar a los jubilados es algo que se puede intentar explicar
refiriendo a la insostenibilidad del sistema, etc., pero nunca una cosa de “héroes”.
Esto se conecta con la cuestión
de la provocación que, y ese sería el aspecto más grave, parece ser solo el
síntoma de algo más profundo. Es que hay muchas maneras de recortar a los
jubilados. Aquí lo mencionamos la semana pasada: tanto el gobierno de Macri
como el de Alberto Fernández le hicieron perder poder adquisitivo. Incluso
hasta podríamos decir que el gobierno de CFK vetó la ley del 82% móvil que le
había impuesto la oposición para hacerle pagar el costo político al gobierno
que se jactaba de haber recompuesto las jubilaciones y ampliar la cobertura.
Pero, sea por convicción o por hipocresía, ninguno de los gobiernos mencionados
hacía de ese recorte un acto de heroicidad. A lo sumo echaban culpas o pedían
disculpas por no encontrar otra salida. Pero todos tenían claro que un recorte
no se festeja.
Y ahí aparece aquello que, les
decía, está por debajo del síntoma de la provocación. Me refiero a un
distanciamiento entre el gobierno y la sociedad. ¿Se trata de una novedad? No.
Por sus propias características, nunca se trató de un gobierno o de un líder
cercano a la gente más allá de que es absolutamente cierto que a través de
Milei se canalizó el sentimiento de hartazgo de la mayoría de los argentinos.
Aun así, no dejó de tener bastante de laboratorio todo lo que rodeó a Milei,
sumado a esa gran cámara de eco que son las redes, aquellas que, para el
gobierno, son el termómetro popular. Agreguemos a esto las características
mesiánicas y místicas del propio presidente y nos encontraremos ante un
escenario peligroso para la sostenibilidad del gobierno porque lo más probable
es que cuanto más grande sea la ruptura con la gente, más ensimismada devenga
la administración.
Para finalizar, digamos que el
gobierno está aprovechando, o desaprovechando, justamente, los tiempos de la
luna de miel con la sociedad. Un tiempo que ha sido particularmente generoso
con él y que se explica por el horror de la administración anterior, el factor
novedad y su éxito para bajar la inflación. La luna de miel en política es un
tiempo en el que los errores parecen no pagarse, pero nunca dura mucho tiempo. Las
administraciones, claro está, suelen confundirse y creer que ese estado de
cosas acompañará todo el mandato. Pero no es así. Un día se quiebra. A veces es
un hecho puntual, como pudo ser la foto de Olivos. A veces es una sucesión de
pequeñas cosas que van horadando lentamente. A veces son las dos cosas. Pero un
día, las balas que rebotaban empiezan a entrar todas y allí los gobiernos
tienen que estar preparados. Podríamos incluso pensar los tiempos
administrativos como una carrera alocada por fortalecerse políticamente y
demostrar buenas acciones de gobierno, antes que las balas comiencen a entrar.
Porque indefectiblemente les sucede a todas las administraciones. Las más
exitosas tienen más espalda para soportarlo. Al resto les puede costar caro.
Está a la vista que este es un
gobierno débil y que todo el arco político y una mitad de la sociedad está
esperando el momento en que empiece a resbalar. Las hipérboles y
sobreactuaciones como única respuesta a todo, más que un estilo de gobierno,
parecen denotar falta de astucia y, sobre todo, ensimismamiento. El mismo que
se observa cuando se le adjudica heroicidad a un recorte en el gasto.
Y algo más: el vaciamiento del
sentido de las palabras, también se paga y, en este caso, es acorde a estos
tiempos donde nada importa ni dura demasiado. Si héroe es un tipo que vota una
cosa y a los 15 días vota otra; si héroe es un tipo que celebra un recorte en
el poder adquisitivo de los jubilados y se lleva como premio una palmadita,
alguna prebenda y un asado, ser un héroe significa otra cosa o, lo que es peor,
ya no significa nada.
No encontré ninguna crónica que
lo mencionara, pero hubiera sido justo que el asado no culminara con Panic Show
de la Renga y el presidente cantando “Hola a todos, yo soy el león”. Era
momento de la otra playlist. Aquella algo más sofisticada que empieza con ese
himno de David Bowie cuyo estribillo reza: “Podemos ser héroes, solo por un
día”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario