Por
momentos, la política argentina se repite como si fuera parte de una única
trama que cada, determinada cantidad de años, regresa. Es un eterno retorno
que, por supuesto, y como diría Nietzsche, nunca es exactamente igual. Pero es
como si se hubieran repartido una serie de roles que los actores deben
representar.
El mejor
ejemplo es el que se da en torno a los jubilados. Porque los últimos gobiernos los
perjudicaron en términos de poder adquisitivo. Eso es un dato. Algunos más,
otros menos; con discursos distintos, más o menos amables, con paliativos o sin
ellos, pero al finalizar el camino, los jubilados ganaban menos en términos
reales. Pero eso no es lo curioso: lo curioso es que las mismas fuerzas que
estando en el gobierno los perjudicaron, cuando son oposición impulsan
proyectos para favorecerlos y acusan al gobierno de turno de, como mínimo,
insensibilidad.
Durante el
gobierno de Macri, por ejemplo, al cambiarse la fórmula de movilidad, los
jubilados perdieron, en promedio, un 20% del poder adquisitivo. Una parte de
ello podría haberse recuperado con el gobierno que lo sucedió, porque el índice
estaba atado a la inflación pasada, pero la administración de Alberto Fernández
suspendió la ley y trató de paliar “la diferencia” con bonos discrecionales. La
consecuencia de ello fue que, se calcula, a diciembre de 2023, los jubilados de
la mínima, incluyendo los bonos, perdieron un 2% respecto a diciembre de 2019;
en cuanto a los que cobraban más de la mínima y, por lo tanto, no fueron
beneficiados con los bonos, la pérdida fue de entre 25% y 35%.
Durante la
administración de Milei, el perjuicio es claro porque si bien la actualización
se encuentra ahora atada a la inflación, no se ha podido recuperar
completamente aquel salto producido a principios de año cuando el índice llegó
a 25% mensual. A su vez, con el bono para los haberes mínimos congelado en
70000 pesos, y una inflación amesetada en 4%, los jubilados de la mínima se
siguen perjudicando.
Mientras
tanto, podemos discutir la hojarasca de la semana: diputados radicales que no
se rompen pero se doblan tanto que son capaces de arrastrase por el piso por
una promesa, un cargo o una foto; operaciones de prensa impulsadas por la
policía y vehiculizadas por periodistas militantes, con respaldo público de la
ministro de seguridad, para culpar a manifestantes de tirar gas en la cara de
una nena de 10 años; los ataques de La Cámpora contra Kicillof, esta vez, con
epicentro en Avellaneda, demostrando que el kirchnerismo está deviniendo una
fuerza, ni siquiera conurbanesca, sino municipal, que dice llevar como
estandarte la bandera de una jefa cuyo mensaje parece no ser recepcionado por
las propias bases.
El mejor
ejemplo en ese sentido, es la carta publicada por CFK algunos días atrás donde
hace una crítica a la ineficiencia del Estado; a los sindicatos que no
entienden que deben aggiornarse a las nuevas condiciones laborales, y al
consignismo de la desigualdad social y el eje en “el gatillo fácil” como única
respuesta ante la emergencia de la inseguridad.
Pero la
expresidente también criticó la falta de decisión para recuperar el superávit
fiscal, como así también el hecho de que el latiguillo zonzo de “donde hay una
necesidad hay un derecho” no tome en cuenta que detrás del derecho también hay
una responsabilidad, y que las necesidades son objetivas y no caprichos
subjetivos de modas y noches afiebradas.
Por último,
CFK mencionó el modo en que la falta de políticas universales favorecieron los
clientelismos que beneficiaron más a los administradores de la pobreza que a
quienes verdaderamente necesitaban la ayuda.
Más tarde
podremos discutir la responsabilidad de CFK en esta “torcedura” del peronismo y
el modo en que resulta redundante su posicionamiento por fuera de los
acontecimientos como si su rol en los últimos años hubiera sido el de una
espectadora privilegiada. Pero me interesaba mencionar sus críticas para comparar
los discursos de sus seguidores con esta carta. Si lo hubiera dicho cualquier
otra persona, hubiera sido tildada de derecha. Es un fenómeno extraño: Cristina
conduce a un espacio en el que los conducidos no la escuchan.
Pero
quisiera que volvamos a la cuestión de los jubilados y dejemos atrás estos
asuntos menores que funcionaron como la polémica de los últimos días. Porque el
eterno retorno de la política argentina donde los roles están distribuidos y
simplemente son ocupados alternativamente por distintos actores según les
corresponda ser oficialismo u oposición, me recordó ese relato breve de Ítalo
Calvino, perteneciente al libro Las
ciudades invisibles. Allí el autor construye un relato ficticio de viajes
en el que el protagonista es Marco Polo visitando distintas ciudades de
fantasía. Una de ellas se llama Melania y se la describe así:
“En
Melania, cada vez que uno entra en la plaza, se encuentra en mitad de un
diálogo: el soldado fanfarrón y el parásito al salir por una puerta se
encuentran con el joven pródigo y la meretriz; o bien el padre avaro desde el
umbral dirige las últimas recomendaciones a la hija enamorada y es interrumpido
por el criado tonto que va a llevar un billete a la celestina. Uno vuelve a
Melania años después y encuentra el mismo diálogo que continúa; entretanto han
muerto el parásito, la celestina, el padre avaro; pero el soldado fanfarrón, la
hija enamorada, el enano tonto han ocupado sus puestos, sustituidos a su vez
por el hipócrita, la confidente, el astrólogo.
La
población de Melania se renueva: los interlocutores mueren uno por uno y
entretanto nacen los que se ubicarán a su vez en el diálogo, éste en un papel,
aquél en el otro. Cuando alguien cambia de papel o abandona la plaza para
siempre o entra por primera vez, se producen cambios en cadena, hasta que todos
los papeles se distribuyen de nuevo”.
Es probable
que, en pocos años, referentes del libertarismo promuevan desde el Congreso o
en el debate público una reforma para favorecer a los jubilados. Dirán que es
necesario ayudarlos por razones morales y que eso no implica devenir un
degenerado fiscal. Quienes están en el gobierno, a su vez, volverán a cambiar
la fórmula, referirán a la responsabilidad fiscal, mencionarán la herencia
recibida y, por último, dirán que es necesario hablar con la verdad aunque
duela.
Esto
sucederá una y otra vez con distintos actores de distintos signos políticos que
alternarán papeles de una trama que será siempre la misma. Como si Argentina
fuera un gran teatro y nosotros los espectadores. Como si Argentina fuera
Melania.
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