Las imágenes se repiten: la
empresa Worldcoin desembarca intempestivamente en un país para llevar adelante
un proyecto de escaneo del iris a cambio de criptomonedas equivalentes a entre
30 y 50 dólares. Miles de personas convocadas por redes sociales asisten.
Primero hay curiosidad. Luego se encienden las alarmas.
En Argentina, por ejemplo, al
iniciarse el año fue noticia las largas colas de jóvenes que en distintos
puntos del país esperaban su turno. Allí había una radiografía de la crisis:
clases medias bajas y bajas, pero también a veces simplemente jóvenes
desinformados o aburridos, exponían sus ojos a un instrumento llamado Orb, el
cual se encontraba custodiado por un empleado de la compañía que no tiene sede
en el país. Tras realizar el escaneo, bastaban unos minutos para que las
worldcoins estuvieran acreditadas a la cuenta del usuario. Para los que no
supieran demasiado cómo desenvolverse en el mundo cripto, unos generosos
señores, que no pertenecían a la compañía, circulaban por las colas ofreciendo
comprar las criptomonedas a cambio de pesos argentinos cash de forma inmediata
aunque, claro está, a un valor infinitamente menor que el valor del mercado.
Apenas unos días atrás, en
España, diferentes medios se hacían eco de situaciones similares a lo largo del
país a partir del hecho de que la Agencia española de protección de datos
iniciara una investigación sobre la empresa. La razón es que la información
brindada por el iris es única y con ella se obtiene un código de identificación
a prueba de falsificaciones en un contexto en el que, según la empresa, es cada
vez más factible que a través de la IA se generen estafas de sustitución de la
identidad. A la espera de las consecuencias legales de esta investigación que
se estaría replicando en países como Alemania, el antecedente más inmediato es
el de Kenia que, en agosto pasado, fue pionera en paralizar la actividad de la
empresa, aduciendo un riesgo para la salud pública. Se estima que antes de esta
decisión unas 350.000 personas habían ofrecido sus datos biométricos a Worldcoin
en ese país.
Si bien la empresa afirma que,
una vez obtenido ese código, los datos se eliminan, la cantidad de Estados que
advierten sobre los peligros de este tipo de iniciativas llevada adelante por
el creador del ChatGPT, Sam Altman, es cada vez más grande.
Es que, como todos sabemos, la
mercancía más valiosa en la actualidad son los datos. De hecho, más allá de
todas las legislaciones que buscan regular la entrega de los mismos, no sería
descabellado imaginar a Internet hoy como un gran dispositivo para, de una u
otra manera, obtener datos que se traducen en oportunidades comerciales.
Aunque en este mismo espacio ya
lo hemos mencionado varias veces, la utopía que los grandes dueños de la web
pretenden alcanzar en el futuro inmediato es la de crear dispositivos tan
precisos que ofrezcan resultados a medida de cada usuario. Productos, noticias,
relaciones y consumos tan únicos como nuestro iris.
Pero si hablamos de utopías,
detrás del mundo de las criptomonedas hay también una filosofía bastante
particular. En este sentido, cabe mencionar el ya mítico texto fundacional
firmado por Satoshi Nakamoto, identidad que hasta el día de hoy se desconoce si
es real, titulado: “Bitcoin: un sistema de efectivo electrónico
usuario-a-usuario”.
En esta suerte de paper, por momentos demasiado técnico,
publicado en www.bitcoin.org el 1 de
noviembre del año 2008, Nakamoto expone el espíritu de las cripto, esto es, la
necesidad de establecer un sistema de intercambio sin intermediarios. En la
introducción al texto la problemática aparece con claridad: hasta ese momento el
comercio electrónico necesitaba de un sistema de intermediación que brinde
confianza, esto es, bancos privados y, en última instancia, los bancos
centrales.
Ahora bien, si se presta atención
a la fecha de publicación del texto, habían pasado apenas algunas semanas de la
caída de Lehman Brothers y, con ello, una de las crisis financieras más grandes
de la historia. De aquí que apareciese como imperioso crear un sistema nuevo
que no dependiera de la confianza sobre instituciones como los bancos que
acababan de quebrar y pedían auxilio a los Estados.
Nakamoto propone entonces el
código criptográfico como opción para así garantizar transacciones seguras sin
la intervención de terceros e inaugura un proceso que ha llegado hasta nuestros
días y que se incluye dentro del paradigma, llamemos, “libertario”.
En lo que respecta al caso
particular de Worldcoin, aun asumiendo que la empresa dice la verdad, los
expertos advierten del peligro que supondría, por ejemplo, el hackeo de esa base de datos. No se trataría,
eventualmente, del hecho de que unos usuarios pierdan dinero. Es mucho más
grave que eso: la sustitución de identidad con un instrumento como este, podría
tener consecuencias nefastas de por vida y la posibilidad de que ello suceda
está mucho más cerca que los eventuales avances tecnológicos para evitarlo o
algún tipo de legislación que, al menos, minimice los daños.
De hecho, hace algunos meses describíamos
aquí mismo (https://disidentia.com/la-distopia-es-hoy-y-es-la-justica-paralela/) el modo
en que Youtube o Amazon intervenían como una suerte de justicia paralela y
determinaban castigos para los usuarios siguiendo la moral imperante. Ante
diversas acusaciones públicas o, simplemente, ante opiniones que contrariaban
el canon de lo políticamente correcto, usuarios cuyo principal ingreso era la
monetización que originaban sus videos, amanecían con sus cuentas suspendidas o
impedidos de recibir dinero; en la misma línea, un malentendido originado por
el dispositivo Alexa de Amazon, derivaba en una acusación de racismo equivocada
y la consecuente decisión de la empresa de suspender la cuenta del usuario
implicado durante varios días. El punto aquí es que no se trataba de la cuenta
de una red social sino de la cuenta que nuclea todos los dispositivos de una “Smart
House”, la cual no ha resultado tan inteligente como para detectar que la denuncia
de racismo era falsa. La consecuencia de ello fue que el usuario no pudo
ingresar a su casa por varios días y que, cuando lo hizo, no pudo ni siquiera
encender la luz porque todo estaba conectado a esa cuenta. Afortunadamente, el
tribunal de justicia paralela determinado por la empresa, encontró que se
trataba de un malentendido y le devolvió al usuario el derecho a ingresar a su
casa.
Ejemplos en este sentido aparecen
todo el tiempo, siendo quizás el más célebre el de Cambridge Analytica. Allí el
escándalo se hizo mayúsculo porque sobre él se montaron los intereses del
partido demócrata estadounidense y el ejemplo era funcional a la idea de que la
derecha no puede ganar elecciones sino a través de manipulaciones. Pero más
allá de eso, se trata de un ejemplo más en lo que respecta a los riesgos que
corren nuestros datos y, con ellos, nosotros mismos, cuando los dejamos en
manos de una empresa.
Con las legislaciones corriendo
siempre desde atrás y funcionarios que cuando no son cómplices son ineptos,
estamos a merced de compañías en posición oligopólica sin las cuales no
podríamos llevar adelante prácticamente ninguna de las actividades que realiza
un ciudadano medio occidental.
La única diferencia con las
grandes distopías de la literatura es que es que aquí nadie nos compele a
entregar nuestros datos; más bien somos nosotros los que los entregamos por
propia voluntad y, sobre todo, en nombre de la libertad.
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