A propósito del último encuentro
del Foro Económico Mundial de Davos que culminó hace apenas unos días, se
volvió a viralizar el extracto de una entrevista que se le había realizado a su
presidente ejecutivo, Klaus Schwab, en 2016 y que preanunciaba un escenario que
hoy parece completamente naturalizado. Allí, el autor de, entre otros, Covid-19: The great reset, señalado como uno de los principales impulsores de
la llamada “Agenda 2030”, abogaba por un futuro inmediato de transparencia
total, no solo en lo que respecta a levantar los secretos bancarios, sino en
relación con la esfera personal de la privacidad.
“En este nuevo mundo hemos de
aceptar una mayor transparencia, incluso diría una transparencia absoluta (…)
Todo va a ser transparente y tendrías que acostumbrarte a ello y actuar de
manera consecuente (…) Todo esto estará integrado a tu personalidad: pero si no
tienes nada que ocultar… no tienes nada que temer”.
Afirmar que al imperativo de la
transparencia solo se resistirán aquellos que tienen algo que esconder, no solo
es falaz, sino que podría utilizarse para justificar todo tipo de aberración y
vulneración de los derechos humanos. Asimismo, llama la atención que uno de los
hombres más influyentes del mundo dé a entender que la reivindicación de una
esfera privada a ser protegida de los embates de terceras personas o del
Estado, sea una conquista al servicio de personas que actúan inmoralmente. Por
otra parte, resulta harto evidente que exigir transparencia a un gobierno o a
las instituciones públicas no es lo mismo que pretender transparentar la
intimidad de los individuos. Sin embargo, lo cierto es que este mandato de una
transparencia a todo nivel no es un invento de Schwab y puede tomarse como
categoría para reflexionar sobre algunas de las características de nuestro
presente y futuro inmediato.
En este sentido, bien cabe
recurrir a un libro del filósofo Byung-Chul Han, publicado hace ya más de una
década y que en español lleva como título, justamente, La sociedad de la transparencia. Aun cuando se haya vuelto algo
previsible y en los últimos años tenga más libros que ideas originales, Byung-Chul
Han ofrece aquí varias nociones enriquecedoras.
Por lo pronto, enfoca desde diferentes
ángulos las consecuencias de una sociedad cuyo imperativo es ser transparente y
se remonta hasta Jean-Jacques Rousseau para encontrar allí el cambio de
paradigma que inicia esta “ideología de la intimidad” que rige hasta hoy. Es
que Rousseau establece, a través de sus confesiones, la idea de que es posible
y, sobre todo, que es una obligación moral, revelar nuestros sentimientos, el
quiénes somos. Esto que Freud luego pondrá en entredicho cuando, gracias al
psicoanálisis, nos dirá que no somos transparentes ni siquiera para nosotros
mismos, ha sobrevivido y paradójicamente ha sido retomado por varios autores
posestructuralistas para afirmar que existe algo así como una identidad, un yo,
un alma, que de repente se nos revelan claros y distintos y que, por ejemplo, como
una suerte de epifanía, puede indicarnos que hemos nacido en un cuerpo
equivocado.
En su Discurso sobre las ciencias y las artes, Rousseau lo expresa así:
“Un único mandato de la moral puede suplantar a todos los demás, a saber, este:
nunca hagas ni digas algo que no pueda ver y oír el mundo entero. Yo, por mi
parte, siempre he considerado como el hombre más digno de aprecio a aquel
romano cuyo deseo se cifraba en que su casa fuera construida de forma tal que
pudiera verse cuanto sucedía en ella”.
Afortunadamente, a diferencia del
romano aludido, Occidente pareció entender bien que nuestros hogares deben tener
espacios de privacidad, pero la tecnología, algo sobre lo que Schwab con sus
fantasías transhumanistas tiene bien presente, lo ha trocado todo.
Efectivamente, nuestras casas podrán tener paredes y todo tipo de protección,
especialmente en tiempos donde los atentados contra la propiedad son moneda
corriente, pero somos nosotros mismos los que con un dispositivo electrónico
ponemos nuestra intimidad afuera. Sin embargo, claro está, Byung-Chul Han
observa que lo que nos motiva ya no es revelar nuestro corazón, como pretendía
Rousseau, sino la pura exhibición.
En efecto, es tanta la necesidad
de exhibirnos, tanto depende nuestro ser de estar siendo vistos, que somos
capaces de sacrificar todo aquello que tiene que ver con nuestra intimidad con
el fin de recibir la aprobación voyeurista.
De aquí que para Byung-Chul Han, el veredicto general de este tipo de sociedades
pueda sintetizarse en el Me gusta de Facebook. Ser es ser “megusteado”.
La transparencia total sería así un
infierno de lo igual porque, según nuestro filósofo, elimina toda opacidad,
quita todos los velos. El imperativo es que todo esté a la vista. En ese
sentido, afirma que es al mismo tiempo una sociedad porno, en tanto lo que
caracteriza a la pornografía es justamente que no oculta nada, que lo expone
todo sin mediación alguna. Lo erótico sugiere, oculta, da a entender; es la
máscara que seduce y su virtud es, justamente, que no es transparente; la
pornografía, en cambio, exhibe sin esconder nada, expone, deja todo a la
vista.
Por último, de la misma manera
que hoy no hace falta un explotador para que haya un explotado, sino que son
los propios sujetos los que se explotan a sí mismos, no hace falta un Gran
Hermano que llene de cámaras y espías las calles para controlarnos. Esto tiene
que ver con que en la sociedad de la transparencia no son los reflectores de
los estados autoritarios los que vigilan sino los propios sujetos los que
ubican sus propios reflectores para alumbrarse a sí mismos y así poder ser
vistos. Esto hace que el control sea mucho más eficaz porque ya no se ejerce de
arriba hacia abajo sino que se ejerce entre pares y se desarrolla bajo el
sentimiento de libertad. Efectivamente, los explotados de sí mismos, los que
suben fotos y cuentan todo lo que hacen, creen estar decidiendo, creen estar
siendo libres.
Al analizar la propuesta de
Rousseau que diseña el paradigma vigente, Byung-Chul Han indica que su sociedad
de la transparencia es “una sociedad de un control y una vigilancia totales”.
Denunciar ello no debería ser un asunto exclusivo de los que tienen algo que
ocultar.
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