No es fácil rastrear desde cuándo se ha instalado que los
artistas deben estar comprometidos con las buenas causas y deben usar las
premiaciones para exponer sus posicionamientos políticos. En este sentido la
última entrega de los Goya no ha sido la excepción y ya más o menos todos
sabemos cuáles han sido los 4 o 5 hechos de la última gala que han levantado
polémica.
Dicho esto, quisiera hacer un análisis algo más profundo
para indagar en las razones por las que los artistas suelen ubicarse,
presuntamente, a la izquierda del espectro ideológico, y señalar algunas
paradojas que se siguen de allí. Para ello, me serviré del último libro del
filósofo italiano Diego Fusaro, todavía inédito en español, titulado Sinistrash. Contro il neoliberismo
progressista.
Como se observa ya en anteriores publicaciones, Fusaro,
quien se reivindica un hombre de izquierda, seguidor de Marx y Gramsci, ataca
con vehemencia lo que denomina “la izquierda fucsia”, o new left, que ha reemplazado la lucha de los trabajadores por las
reivindicaciones de minorías diversas.
Además, advierte que el capitalismo actual es de derecha
en lo económico y de izquierda en cuanto a lo cultural y a las costumbres. Esto
tiene que ver con una mutación iniciada en 1968, esto es, cuando la
izquierda marxista abrazó el individualismo libertario nietzscheano. El mayo
del 68 que, como ya muchos observaron, fue una revolución generacional contra
los padres y no una revolución que interpelara al sistema, hizo que el
capitalismo abandonara la fase burguesa que, en términos de Foucault, sería una
fase “disciplinaria”, para derivar en un capitalismo posburgués e
hiperconsumista que devino en la figura inédita de un “capitalismo de
izquierda”.
Efectivamente, para Fusaro, este
capitalismo de izquierda es el que ha creado las nuevas subjetividades que le
permiten, al mismo tiempo, lavar su conciencia moral para seguir presentándose
como representante de los más débiles, y, al mismo tiempo, crear las condiciones
de total funcionalidad a las nuevas necesidades del capital.
Así, para el filósofo italiano
que considera que las categorías de izquierda y derecha deben ser superadas por
un proyecto con ideas de la izquierda clásica complementadas con valores tradicionales
de la derecha, la defensa irrestricta de la inmigración que hace una izquierda
como la que gobierna España, obedece al nuevo perfil del hombre cosmopolita
errante y sin patria que el capitalismo necesita. Lo mismo sucede con las
políticas LGBT, ícono privilegiado de los intentos de superación de la vieja
familia burguesa y proletaria; el veganismo, que con su idea de “el plato
único” aniquila la identidad; o los ambientalistas que, con recursos transnacionales,
se abrazan a un capitalismo verde especialista en la intervención sobre las
políticas de los Estados en nombre de la emergencia climática.
En este neoliberalismo
progresista, según Fusaro, conviven la izquierda woke y los anarcocapitalistas individualistas de las big tech y Silicon Valley como dos caras
de la misma moneda.
Pero, ¿cómo es que una revuelta
realizada por la izquierda como aquella del 68 acaba siendo funcional al
capitalismo? Según Sinistrash, la
izquierda confundió a la burguesía con el capitalismo y siempre se creyó que
atacando a la primera se atacaba al segundo. Sin dudas, este es el error
conceptual de muchos artistas que parecen anclados en el 68 y hacen una crítica
a una cultura, a estructuras típicamente burguesas, creyendo que ello les da el
carnet de anticapitalistas. Y, sin embargo, no solo nunca han dejado de ser
capitalistas, aunque les encante abrazar los subsidios estatales, sino que
están luchando contra un orden que ya no existe más. Es que como ya había
advertido Pier Paolo Pasolini, en los años 70 ya no había más fascismo o, en
todo caso, el fascismo era la sociedad de consumo que todo lo igualaba. De aquí
que Fusaro afirme que la izquierda actual es antifascista en ausencia del
fascismo para no ser anticapitalista en presencia del capitalismo.
Decir, entonces, que el
capitalismo se volvió de izquierda, significa que hoy necesita una fluidez que
la cultura burguesa no le otorgaba y que, sin embargo, sí ofrece la izquierda,
tal como se observa en la paradigmática defensa de los géneros fluyentes, tan
fluidos e inasibles como el veloz capital. El enemigo es entonces todo tipo de
identidad que no sea la de un individuo siempre en transición: ¿la familia? Es
el patriarcado; ¿el pueblo? La xenofobia; ¿el Estado? La violencia fascista;
¿la tradición? Superstición antiprogreso; ¿la identidad fuerte? Intolerancia;
¿el pensamiento crítico? Conspirativismo.
Fusaro, además, no teme ser
acusado de populista cuando abraza la tesis de Jean-Claude Michéa para quien la
izquierda dio el gran paso fundamental a favor del capitalismo cuando se separó
del pueblo para asumirse “progresista”. Ese punto es interesante porque es otro
de los elementos que expone la confusión de la new left: creyendo que el progreso es afirmar que todo paso
adelante supone una superación, entendieron que el enemigo era la tradición y
se olvidaron de que era el capital. Que antes del 68, el capitalismo necesitara
de la tradición, el Estado, la familia y los valores burgueses, es lo que
impide ver que, paradójicamente, hoy son las castigadas ruinas de esas estructuras
las que operan como último dique de un capital que no admite límites.
Algo similar sucede con la
tendencia a llamar “fascista” a todo lo que no cuadre con la hegemonía
progresista. El supuesto “antifascismo” no es “anticapitalismo” porque hoy el
capitalismo no necesita al fascismo sino a la izquierda queer.
Más allá de lo controversial de
alguna de estas afirmaciones, la crítica de Fusaro parece hacer justicia con
algunos de los posicionamientos de la nueva izquierda y debería generar, sino
una incomodidad, al menos algunos interrogantes, no solo en los referentes
políticos sino en los artistas que cómodamente se encolumnan detrás de toda la
lista de ideas “buenistas” mientras dicen estar disputando una lucha contra un
enemigo que ya no existe.
Pero si con Fusaro no alcanzara,
en cada premio Goya (o semejante), bien vale tener siempre a mano el ya mítico discurso que Ricky
Gervais hiciese en los Golden Globes
del año 2020 frente a las grandes estrellas de la industria del cine. Me
refiero al que en uno de sus pasajes indica: “Si alguno de ustedes gana un premio esta noche, por favor, no
lo usen como plataforma para hacer un discurso político. No están en posición
de dar una conferencia al público sobre nada. No saben nada del mundo real. La
mayoría de ustedes pasó menos tiempo en la escuela que Greta Thunberg. Así que,
si ganas, acepta tu pequeño premio, agradece a tu agente y a tu dios… y vete a
la mierda”.
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