Cuando se reflexiona, bien
sequito y al lado de la estufa, sobre las inundaciones, se corre siempre el
peligro de zigzaguear entre la demagogia y el cinismo. A su vez, en medio de un
proceso eleccionario, la tentación de obtener una ventaja política es demasiado
grande y el adversario suele aprovechar para golpear al responsable de la
jurisdicción afectada. Hoy le toca a Scioli pero ayer le había tocado a De la
Sota con una inundación sin precedentes y a Macri, que parece haber solucionado
el problema de las inundaciones en Belgrano pero, entre la falta de
planificación y tanto “dejar hacer” al mercado, no pudo evitar que la última
gran lluvia estragara barrios enteros que nunca habían tenido dificultades.
Incluso la gestión en Tigre del propio Sergio Massa ha sido puesta en cuestión
pues casualmente resulta que tras grandes desarrollos inmobiliarios vemos cómo
el agua “caprichosamente” decide pasar de largo frente a los barrios ricos y
depositarse en aquellos barrios pobres que no sufrían inclemencias de ese tenor
en el pasado.
Con esta introducción, yo puedo
hacer algo fácil y decir que la culpa es de los políticos, independientemente
del partido y la ideología, que roban y no hacen las obras que se debieran
hacer. Es más, puedo ir a la TV, y jugando al héroe popular, invitar a un
funcionario de cualquiera de esos gobiernos para, con rictus de indignación,
decir que ninguna explicación alcanza cuando vemos un niño que ha perdido su
casa. Tal aseveración no es falsa pero impide cualquier tipo de reflexión e
invalida el diálogo lo cual sigue siendo menos importante que la vida del niño
pero ayuda a que sigamos sin encontrar soluciones pues las mismas van bastante
más allá de una obra más o una menos.
Para ser claros: ¿los
Estados/gobiernos deben hacer obras? Sí, claro. ¿Debieron haberlas hecho y no
las hicieron? Esa es una evaluación más técnica e implica un análisis caso por
caso pero la sensación es que falta y, a su vez, siempre es posible hacer más.
De hecho, los lugares donde las obras se hicieron lograron mitigar las
consecuencias de la sorprendente cantidad de agua caída.
¿En cuánto influye el ya mencionado
“boom” inmobiliario, el tipo de siembra y los canales clandestinos que los
dueños de grandes extensiones de tierra utilizan para beneficiarse
económicamente sin medir las consecuencias en la población aledaña? Aquí
también hay discusiones pero nadie es capaz de negar que estos factores sean
relevantes. En todo caso lo que se discute es cuán determinantes son, qué
intereses son los que traban las legislaciones que impiden este tipo de
acciones y qué decisión política existe para intervenir.
¿Los trastornos del evidente
cambio climático eximen de responsabilidad a los Estados/gobiernos? No, aunque
tampoco es tan fácil responder que sí pues debiera trabajarse en una
infraestructura capaz de enfrentar este desafío pero, a su vez, resulta
evidente que nadie parece capaz de prever qué consecuencias inmediatas trae el
calentamiento global a tal punto que, como se puede observar, los desastres
climáticos no discriminan y se dan por igual en países del primer y tercer
mundo.
Llegados a este punto, dado que quien
escribe estas líneas no es un especialista y existen voces discordantes y
matices, simplemente sugiero adoptar una mirada planetaria, informarse acerca
del cambio climático y tomar en cuenta, ahora sí, la responsabilidad de las
grandes potencias y las grandes empresas, ambas comprometidas con un sistema de
producción que en pocos siglos ha alterado de forma dramática las condiciones
del planeta a punto tal que se abren interrogantes acerca de los modos de
habitabilidad que los humanos podrán ejercer en un futuro no tan lejano. En
esta línea sería deseable al menos repasar el libro de Naomi Klein,
recientemente publicado en castellano y titulado, Esto la cambia todo. En la introducción a esta obra, la autora de La doctrina del shock menciona
proyecciones que hablan de un aumento de la temperatura del planeta que iría de
2° a 6° lo cual tendría, sin dudas, efectos devastadores. En sus propias
palabras: “Grandes ciudades terminarán muy probablemente ahogadas bajo el agua,
culturas antiguas serán tragadas por el mar y existe una probabilidad muy alta
de que nuestros hijos e hijas pasen gran parte de sus vidas huyendo y tratando
de recuperarse de violentos temporales y de sequías extremas. Y no tenemos que
mover ni un dedo para que ese futuro se haga realidad. Basta con que no
cambiemos nada y, simplemente, sigamos haciendo lo que ya hacemos ahora,
confiados en que alguien dará con el remedio tecnológico que nos saque del
atolladero”.
Asimismo, la reciente encíclica
papal, Laudato si, refiere específicamente
a la problemática del cambio climático en la “Casa común” y allí Francisco
denuncia que el poder económico y el capitalismo voraz está destruyendo al
planeta afectando primeramente y, sobre todo, a los más pobres. Por otra parte,
siguiendo la línea de la doctrina social de la iglesia, el actual papa indica
que el norte tiene un deber de reparación para con el sur, que hay que revisar
la propiedad de la tierra y, sin llamar a un romanticismo ecologista, pide
explorar formas alternativas de producción para atenuar la maquinaria
capitalista. El documento, además, se interna en una disputa hermenéutica al
interior de la doctrina cristiana para denunciar una interpretación
acomodaticia de las sagradas escrituras. Así, en el apartado 67 indica: “No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una
acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el
relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se
favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del
ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta
interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que
algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras,
hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios
y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las
demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una
hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín
del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o
trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar.
Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la
naturaleza”.
Ahora bien, más allá de la
disputa interpretativa, el documento discute filosóficamente sobre el tipo de
sociedad en la que vivimos y el punto de vista acerca del Hombre que hemos
heredado de la modernidad. Si bien la doctrina social de la Iglesia no aporta
demasiados matices conceptuales y equipara fácilmente ateísmo, modernidad,
nihilismo y egoísmo como si todos estos aspectos estuvieran esencialmente
entrelazados, quiero posarme en una interpretación sobre la cual será más fácil
acordar: el cambio producido por la “revolución científica”. Con este me
refiero no solo al nuevo paradigma
científico que se impuso a partir del siglo XVII basado en la experimentación y
la comprobación empírica sino al modo en que se empezó a pensar la relación
entre el Hombre y la Naturaleza. Porque efectivamente la modernidad instituyó
un quiebre, una fractura por la cual se estableció la diferenciación entre
sujeto y objeto y sobre esta distinción el Hombre, en tanto sujeto, asumió el
lugar de dominio y la naturaleza, en tanto objeto, el rol de dominada. Se rompe
así la idea de un Hombre en relación armónica con la naturaleza y una ciencia
meramente descriptiva y especulativa para pasar a una mirada instrumental, a
una ciencia al servicio de los deseos de dominación del Hombre, una ciencia que
no solo intenta comprender sino también modificar y someter. Desde aquellos
tiempos hasta hoy, entonces, los avances científicos forjaron también una
mirada del Hombre como todopoderoso que es agredida cada vez que se produce en
la naturaleza un fenómeno que no hemos podido prever. Se trata de un golpe al
narcisismo de la humanidad que no tolera su dependencia a ese objeto que desde
hace siglos está allí con la única finalidad aparente de ser saqueado. En este
sentido, el episodio de las lluvias puede ser una buena excusa no solo para
identificar qué tipo de infraestructura es necesaria para afrontar el desafío
del cambio climático sino también para reflexionar acerca de qué imagen hemos
forjado de nosotros mismos y cómo avanzar hacia un nuevo paradigma que implique
repensar el vínculo con la naturaleza, responsabilizarnos por las consecuencias
de nuestro sistema de producción y asumir la debilidad y la precariedad de
nuestra vida en el planeta.
2 comentarios:
Sumo a ésta cuestión del paradigma científico - que comparto tu mirada - la cuestión del mercantilismo creciente y la premisa del neoliberalismo - que a mi humilde entender no es lo mismo que el capitalismo - que pregona el avance de la insignificancia (en el sentido de Castoriadis). Jodida esa tensión entre naturaleza y cultura. Me gustó mucho el artículo. Felicitaciones D!
Gracias Viviana!!
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