sábado, 22 de agosto de 2015

De lluvia y de narcisismo (publicado el 20/8/15 en Veintitrés)

Cuando se reflexiona, bien sequito y al lado de la estufa, sobre las inundaciones, se corre siempre el peligro de zigzaguear entre la demagogia y el cinismo. A su vez, en medio de un proceso eleccionario, la tentación de obtener una ventaja política es demasiado grande y el adversario suele aprovechar para golpear al responsable de la jurisdicción afectada. Hoy le toca a Scioli pero ayer le había tocado a De la Sota con una inundación sin precedentes y a Macri, que parece haber solucionado el problema de las inundaciones en Belgrano pero, entre la falta de planificación y tanto “dejar hacer” al mercado, no pudo evitar que la última gran lluvia estragara barrios enteros que nunca habían tenido dificultades. Incluso la gestión en Tigre del propio Sergio Massa ha sido puesta en cuestión pues casualmente resulta que tras grandes desarrollos inmobiliarios vemos cómo el agua “caprichosamente” decide pasar de largo frente a los barrios ricos y depositarse en aquellos barrios pobres que no sufrían inclemencias de ese tenor en el pasado.
Con esta introducción, yo puedo hacer algo fácil y decir que la culpa es de los políticos, independientemente del partido y la ideología, que roban y no hacen las obras que se debieran hacer. Es más, puedo ir a la TV, y jugando al héroe popular, invitar a un funcionario de cualquiera de esos gobiernos para, con rictus de indignación, decir que ninguna explicación alcanza cuando vemos un niño que ha perdido su casa. Tal aseveración no es falsa pero impide cualquier tipo de reflexión e invalida el diálogo lo cual sigue siendo menos importante que la vida del niño pero ayuda a que sigamos sin encontrar soluciones pues las mismas van bastante más allá de una obra más o una menos.
Para ser claros: ¿los Estados/gobiernos deben hacer obras? Sí, claro. ¿Debieron haberlas hecho y no las hicieron? Esa es una evaluación más técnica e implica un análisis caso por caso pero la sensación es que falta y, a su vez, siempre es posible hacer más. De hecho, los lugares donde las obras se hicieron lograron mitigar las consecuencias de la sorprendente cantidad de agua caída.
¿En cuánto influye el ya mencionado “boom” inmobiliario, el tipo de siembra y los canales clandestinos que los dueños de grandes extensiones de tierra utilizan para beneficiarse económicamente sin medir las consecuencias en la población aledaña? Aquí también hay discusiones pero nadie es capaz de negar que estos factores sean relevantes. En todo caso lo que se discute es cuán determinantes son, qué intereses son los que traban las legislaciones que impiden este tipo de acciones y qué decisión política existe para intervenir.    
¿Los trastornos del evidente cambio climático eximen de responsabilidad a los Estados/gobiernos? No, aunque tampoco es tan fácil responder que sí pues debiera trabajarse en una infraestructura capaz de enfrentar este desafío pero, a su vez, resulta evidente que nadie parece capaz de prever qué consecuencias inmediatas trae el calentamiento global a tal punto que, como se puede observar, los desastres climáticos no discriminan y se dan por igual en países del primer y tercer mundo.
Llegados a este punto, dado que quien escribe estas líneas no es un especialista y existen voces discordantes y matices, simplemente sugiero adoptar una mirada planetaria, informarse acerca del cambio climático y tomar en cuenta, ahora sí, la responsabilidad de las grandes potencias y las grandes empresas, ambas comprometidas con un sistema de producción que en pocos siglos ha alterado de forma dramática las condiciones del planeta a punto tal que se abren interrogantes acerca de los modos de habitabilidad que los humanos podrán ejercer en un futuro no tan lejano. En esta línea sería deseable al menos repasar el libro de Naomi Klein, recientemente publicado en castellano y titulado, Esto la cambia todo. En la introducción a esta obra, la autora de La doctrina del shock menciona proyecciones que hablan de un aumento de la temperatura del planeta que iría de 2° a 6° lo cual tendría, sin dudas, efectos devastadores. En sus propias palabras: “Grandes ciudades terminarán muy probablemente ahogadas bajo el agua, culturas antiguas serán tragadas por el mar y existe una probabilidad muy alta de que nuestros hijos e hijas pasen gran parte de sus vidas huyendo y tratando de recuperarse de violentos temporales y de sequías extremas. Y no tenemos que mover ni un dedo para que ese futuro se haga realidad. Basta con que no cambiemos nada y, simplemente, sigamos haciendo lo que ya hacemos ahora, confiados en que alguien dará con el remedio tecnológico que nos saque del atolladero”.
Asimismo, la reciente encíclica papal, Laudato si, refiere específicamente a la problemática del cambio climático en la “Casa común” y allí Francisco denuncia que el poder económico y el capitalismo voraz está destruyendo al planeta afectando primeramente y, sobre todo, a los más pobres. Por otra parte, siguiendo la línea de la doctrina social de la iglesia, el actual papa indica que el norte tiene un deber de reparación para con el sur, que hay que revisar la propiedad de la tierra y, sin llamar a un romanticismo ecologista, pide explorar formas alternativas de producción para atenuar la maquinaria capitalista. El documento, además, se interna en una disputa hermenéutica al interior de la doctrina cristiana para denunciar una interpretación acomodaticia de las sagradas escrituras. Así, en el apartado 67 indica: “No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que invita a «dominar» la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza”.
Ahora bien, más allá de la disputa interpretativa, el documento discute filosóficamente sobre el tipo de sociedad en la que vivimos y el punto de vista acerca del Hombre que hemos heredado de la modernidad. Si bien la doctrina social de la Iglesia no aporta demasiados matices conceptuales y equipara fácilmente ateísmo, modernidad, nihilismo y egoísmo como si todos estos aspectos estuvieran esencialmente entrelazados, quiero posarme en una interpretación sobre la cual será más fácil acordar: el cambio producido por la “revolución científica”. Con este me refiero no solo  al nuevo paradigma científico que se impuso a partir del siglo XVII basado en la experimentación y la comprobación empírica sino al modo en que se empezó a pensar la relación entre el Hombre y la Naturaleza. Porque efectivamente la modernidad instituyó un quiebre, una fractura por la cual se estableció la diferenciación entre sujeto y objeto y sobre esta distinción el Hombre, en tanto sujeto, asumió el lugar de dominio y la naturaleza, en tanto objeto, el rol de dominada. Se rompe así la idea de un Hombre en relación armónica con la naturaleza y una ciencia meramente descriptiva y especulativa para pasar a una mirada instrumental, a una ciencia al servicio de los deseos de dominación del Hombre, una ciencia que no solo intenta comprender sino también modificar y someter. Desde aquellos tiempos hasta hoy, entonces, los avances científicos forjaron también una mirada del Hombre como todopoderoso que es agredida cada vez que se produce en la naturaleza un fenómeno que no hemos podido prever. Se trata de un golpe al narcisismo de la humanidad que no tolera su dependencia a ese objeto que desde hace siglos está allí con la única finalidad aparente de ser saqueado. En este sentido, el episodio de las lluvias puede ser una buena excusa no solo para identificar qué tipo de infraestructura es necesaria para afrontar el desafío del cambio climático sino también para reflexionar acerca de qué imagen hemos forjado de nosotros mismos y cómo avanzar hacia un nuevo paradigma que implique repensar el vínculo con la naturaleza, responsabilizarnos por las consecuencias de nuestro sistema de producción y asumir la debilidad y la precariedad de nuestra vida en el planeta.                        



2 comentarios:

  1. Sumo a ésta cuestión del paradigma científico - que comparto tu mirada - la cuestión del mercantilismo creciente y la premisa del neoliberalismo - que a mi humilde entender no es lo mismo que el capitalismo - que pregona el avance de la insignificancia (en el sentido de Castoriadis). Jodida esa tensión entre naturaleza y cultura. Me gustó mucho el artículo. Felicitaciones D!

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