Días atrás, en
Santiago del Estero, la presidenta apoyó públicamente el proyecto que viene
impulsando el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Julián
Domínguez, para trasladar la Capital hacia el Norte Grande de la Argentina.
A lo largo de
la historia ha habido, aunque generalmente se los invisibilice, muchísimos intentos
de llevar la Capital a otros sitios de nuestro país y buena parte de los
conflictos internos de la patria tuvieron que ver con la decisión de haber
designado a Buenos Aires como Capital de la Argentina. Por mencionar solo los
ejemplos del lustro que va de 1866 a 1871, existieron propuestas de transformar
en Capital a Bell Ville (rechazado por la cámara de Senadores), Rosario
(aprobado en varias ocasiones pero vetado primero por Mitre y luego por
Sarmiento) y Villa María (aprobado pero vetado por Sarmiento). Lo cierto es que
tras las enormes disputas, la federalización de Buenos Aires en 1880 sirvió a un
modelo de país agroexportador que, aun independiente, reproducía la matriz
colonial que había hecho que ya en 1776 se declarara a Buenos Aires Capital del
virreinato del Río de la Plata. En otras palabras, aun habiendo pasado varias
décadas de la independencia, Argentina seguía mirando hacia afuera y
concentraba sus riquezas en las manos de la oligarquía porteña en detrimento
del interior. En años posteriores, el traslado de la Capital rondó por la mente
de representantes del pueblo e intelectuales y algunos de estos proyectos avanzaron
más que otros aunque el que la gran mayoría recuerda es el último, aquel
impulsado por Alfonsín, que suponía trasladar la Capital a Viedma y Carmen de
Patagones. Quizás por ser el más cercano y quizás por haber quedado frustrado
es que se intenta equiparar la propuesta de Domínguez con aquella, pero las
diferencias son enormes.
Pues este
proyecto intenta romper con la lógica de una Argentina que se presenta como una
usina de materias primas que mira hacia los grandes centros del mundo
occidental a través del Atlántico. En este sentido, llevar la Capital hacia el
Norte del país a un lugar que podría ser Santiago del Estero o eventualmente
crearse desde cero y a partir de la cesión de territorios de varias provincias,
tendría varias aristas. En lo económico, generaría un enorme polo que
impulsaría las economías de un territorio enormemente vasto pero tradicionalmente
postergado en el que viven más de 10.000.000 de argentinos; asimismo,
permitiría el crecimiento exponencial de una zona cercana al corredor
bioceánico que permitirá cumplir aquel sueño de Perón de vincularnos con Chile
y con Brasil logrando una salida, sin restricciones, de la producción de los 3
países por ambos océanos. Por último, aceleraría el proceso de incluir entre 3
y 4 millones de hectáreas para la producción que toda aquella zona prevé sumar para
el año 2020 y generaría oportunidades para atraer inversiones privadas que
demandarán obras de infraestructura con enorme influencia en la vida concreta
de los hombres y mujeres de aquella región. En lo que respecta a lo geopolítico,
una Capital en el Norte de nuestro país nos acercaría a las Capitales de
nuestros socios del Mercosur y estando mucho más cerca del Pacífico daría la
pauta de una nueva época y una nueva comprensión del orden mundial en el que,
sin dejar de lado los vínculos con Europa y el norte de América, comenzamos a
vincularnos y a sentirnos parte de un escenario en el que cada vez cobran mayor
protagonismo las economías emergentes y paradigmas de Estado y construcción
política distintos a los que fueron referencia a lo largo de nuestros 200 años
de historia. Para finalizar, en el terreno de lo simbólico, el norte argentino (y
Santiago del Estero, si fuese el caso, en tanto “madre de las ciudades”), puede
oficiar de síntesis cultural y étnica en el que aquella cultura europea convive
con las también vigentes tradiciones autóctonas cuyo vínculo con las culturas ancestrales
existentes a lo largo de buena parte de Latinoamérica es evidente. Asimismo, la
decisión de una Capital “en el interior profundo” del territorio tiene como
antecedente inmediato la decisión de Brasil cuando “abandonó” el Atlántico para
avanzar hacia adentro. Aquella ciudad, construida desde cero, y en medio de un
desierto, fue transformándose en referencia en un proceso que naturalmente no
fue inmediato a pesar de que la “inauguración” de la ciudad se hizo en apenas 4
años.
No casualmente
pensadores del movimiento nacional y popular como Arturo Jauretche, observaron
con entusiasmo el proceso de Brasilia e identificaron allí la diferencia entre
un país que buscaba paliar de algún modo las enormes desigualdades territoriales
y un país como el nuestro liderado por una concepción de patria chica, es
decir, una patria al servicio de los intereses facciosos de una minoría.
Hernández Arregui y Scalabrini Ortiz, entre otros, también denunciaron las
implicancias de una Buenos Aires como Capital, una ciudad en la que se
concentra la vida económica, cultural y política del país con una consecuencia
ostensible: un desequilibrio absoluto, un país con macrocefalia que hace que
entre la ciudad y el conurbano vivan en condiciones de hacinamiento 11.000.000
de personas.
Para terminar,
algo interesante del proyecto de Domínguez es que no considera que el traslado
de la Capital alcance en sí mismo para dar cuenta de las problemáticas aquí
mencionadas. Más bien, el traslado es solo la nave insignia de un plan de
reordenamiento territorial que atraviesa todo el país y que busca potenciar
decenas de ciudades para que se transformen en polos capaces de garantizar la
autorrealización de los habitantes. Esto es, que para poder trabajar, estudiar
o vivir dignamente no haya que someterse al desarraigo y a las condiciones que impone
vivir en alguno de los grandes centros urbanos.
Evidentemente,
una propuesta como ésta, enmarcada en una concepción de país alternativa y que
busca pensar la Argentina de las próximas décadas, tendrá sus aciertos y sus
dificultades. Asimismo se trata de ese tipo de proyectos que los defensores del
statu quo rechazan de plano bajo el
latiguillo de enfocarse en lo urgente, como si la desigualdad y los focos de
pobreza todavía existentes, o la concentración de la economía en pocas manos
generando inflación y la inseguridad propia de los grandes centros urbanos, no
fuesen asuntos que deban enfrentarse con un cambio estructural que solo
podremos hacer si pensamos a la Argentina desde una perspectiva diferente.
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