En el afán de
reconsiderar un proyecto de país que vaya mucho más allá del circunstancial
cambio de administración en el 2015, ¿no es momento de reflexionar acerca de la
necesidad de un traslado de la Capital hacia el norte de nuestro territorio?
Se trata de
una de las ideas en las que viene trabajando el actual Presidente de la Cámara
de Diputados, Julián Domínguez, quien este último fin de semana, en un masivo
encuentro en Mar del Plata, comenzó a posicionarse como una de las opciones del
kirchnerismo de cara a las elecciones del año que viene.
Sabemos que en
la breve historia de nuestro país, la elección de Buenos Aires como Capital ha
estado en el centro de los principales conflictos desde que la Corona española
determinó establecerla como capital del Virreinato del Río de la Plata allá por
1776. De aquí que no sería del todo exagerado afirmar que la historia de disputas
en nuestro territorio durante el siglo XIX estaría lejos de comprenderse si no
se toma en cuenta el conflicto en torno a la Capital. Pero dejaré este aspecto
a los historiadores para dedicar los párrafos que siguen al sentido que podría
tener, de cara al futuro, una Capital alejada del puerto ocupando parte de lo
que hoy es Santiago del Estero.
Cuando se
habla de traslado de Capital, lo primero que viene a la memoria es el Proyecto
Patagonia de 1986, impulsado por Raúl Alfonsín, que incluía, como uno de los
aspectos más relevantes, el traslado de
la Capital a Viedma-Carmen de Patagones. Las razones eran más que atendibles:
la Argentina tenía y tiene una distribución demográfica absolutamente despareja
concentrando en el 1% del territorio (la Ciudad y el Conurbano) al 33% de la
población total del país. Esta condición macrocefálica genera un enorme
desequilibrio entre las regiones de nuestro vasto territorio constituyendo una
conjunción explosiva: una mayoría del país testigo del avance fenomenal de una
pujante Buenos Aires que crece manteniendo en sus márgenes a aquellos hombres y
mujeres que por falta de oportunidades en sus lugares de origen decide migrar
aun al costo de padecer todo tipo dificultades.
En
este sentido, el proyecto de Alfonsín tenía como uno de sus principales
fundamentos separar el poder político del poder económico y acabar con ese
viejo dicho popular que afirma que Dios está en todos lados pero atiende en
Buenos Aires. Además, siguiendo con los fundamentos, el alfonsinismo entendía
que era necesario impulsar económica y demográficamente el sur además de
refundar un nuevo tipo de Estado que se desburocratice. Asimismo, este traslado
de la Capital suponía una transformación desde el punto de vista organizacional
pues, impulsado por el espíritu de la social democracia europea, la corriente
alfonsinista del radicalismo buscaba empezar a matizar el carácter
presidencialista de nuestro sistema en pos de un acercamiento al sistema
parlamentarista, algo que finalmente se expresó, en parte, tras el Pacto de
Olivos que dio lugar a la reforma constitucional de 1994.
Ahora bien,
como usted recordará, el proyecto alfonsinista fracasó por razones de
inoperancia, de dificultades propias del proyecto y, también, sin dudas, por la
enorme crisis económica en la que se sumió el país.
Esto hizo que,
lamentablemente, quede instalado en el imaginario popular que el traslado de la
Capital no es otra cosa que ese tipo de propuestas faraónicas tan
impracticables como indeseables. De aquí que a la propuesta de Domínguez se la
intente vincular inmediatamente con el fracaso anterior. Sin embargo, el
proyecto es bastante distinto pues se enmarca dentro de una cosmovisión hija de
los gobiernos populares que se fueron constituyendo en la región durante el
siglo XXI.
Si bien los
equipos de Domínguez no han presentado públicamente el proyecto con todas las
consideraciones del caso, de las palabras del propio presidente de la Cámara de
Diputados se siguen algunas ideas verdaderamente interpelantes.
La primera
marca una enorme diferencia con el proyecto de Alfonsín pues se trata de una
Argentina cuya Capital se traslada al norte porque deja de pensarse como el
puerto funcional a las potencias del Atlántico y se siente parte de
Latinoamérica. Hay muchas razones simbólicas para justificar esto pero también
hay razones políticas y económicas. En cuanto a estas últimas téngase en cuenta,
por ejemplo, que China es el cuarto destino de las exportaciones argentinas
solo superado por Brasil, la UE en su conjunto y los países del NAFTA, y que el
intercambio comercial entre nuestro país y el gigante asiático pasó de USS 1.222
M en 2000 a USS 17.749 M en 2013. ¿Queda claro por qué es importante para
Argentina mirar hacia el pacífico?
Asimismo, si
se toma en cuenta la relación de Argentina con Brasil, esto es, la principal
economía del Mercosur, el intercambio comercial fue, en 2012, de USS 34.400 M.
Estos son,
simplemente, algunos fríos datos que muestran que el horizonte geopolítico de
la Argentina en el siglo XXI difiere radicalmente del que nuestro país tuviera
en el siglo XIX y XX.
Como segunda
característica (y aquí también se encuentra una diferencia importante con el
proyecto radical de la década de los 80), hay una idea refundacional del Estado
pero ésta no se vincula con el intento de avanzar hacia un sistema
parlamentario. Esto se puede entender por la tradición peronista a la que
suscribe Domínguez pero también por las buenas razones que se han esgrimido en
favor del presidencialismo en las últimas décadas frente al furor
parlamentarista que se intentaba imponer desde determinadas pseudo catedrales
del pensamiento progresista.
Donde sí puede
haber cierto rasgo en común es en cuanto al diagnóstico del problema de la
macrocefalia de nuestro territorio. Tal punto de vista ni siquiera fue original
de Alfonsín sino que es posible rastrearlo mucho más atrás en el tiempo en
distintos referentes que advertían de los riesgos que suponía determinar a
Buenos Aires como Capital. Sin embargo, el proyecto de Domínguez tiene una
mirada más abarcadora pues se propone un rediseño demográfico, que atraviese no
solo a la Patagonia, capaz de fundar 100 ciudades de 100.000 habitantes a lo
largo de todo el país.
Esto implica,
sin dudas, un enorme esfuerzo de inversión en infraestructura que, seguramente,
sería coordinado por el Estado y financiado a través de créditos
internacionales pero en el que se espera también un gran interés privado,
especialmente en lo que respecto al sector inmobiliario y productivo. En cuanto
a este último aspecto, Domínguez, que ha sido reconocido en su paso por el
Ministerio de Agricultura al ser capaz de encauzar el conflicto con las
patronales del campo, ha indicado que el traslado a Santiago del Estero permitiría
aprovechar las 6.000.000 de hectáreas que el norte argentino tiene para
integrarlas al sistema productivo y así incrementar en un 60% la producción de
cereales y oleaginosas. Asimismo, Santiago del Estero se encontraría cerca del
Corredor Bioceánico que unirá Argentina, Brasil y Chile y permitirá a los 3
países dinamizar el ingreso y egreso de sus productos a través de ambos océanos,
retomando el espíritu del recordado ABC por el que pregonaba Perón. En los
próximos meses se esperan mayores precisiones acerca del proyecto y el propio Domínguez
prometió presentarlo en agosto en la mismísima Santiago del Estero. Sería en un
nuevo encuentro del espacio de reflexión que fundó hace más de un año y que
reúne a legisladores, intelectuales, referentes territoriales, jueces y
académicos bajo la denominación de Grupo San Martín.
En un contexto
en el que los candidatos solo miran encuestas, aun cuando pueda haber razones
para discutir este proyecto, es de celebrar que un dirigente con pretensiones
comprenda que para gobernar, además de mediciones, hace falta tener ideas.
1 comentario:
Me parece que hay un error. Si mis cálculos no fallan Capital y el Conurbano (ó el Gran Buenos Aires - GBA) representa el 0,1% (2.681 km2) del territorio continental argentino (2.780.400 km2), lo que es aún más desproporcionado en la relación territorio por habitantes.
Saludos.
Leonardo
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