Más allá de
las diversas cosmovisiones, demografías y necesidades que caracteriza a las
construcciones políticas de los gobiernos progresistas latinoamericanos en la
última década, existe en ellos un origen común: son los referentes populares
que emergieron tras la devastación provocada por las políticas neoliberales a
lo largo del sur del continente. Luego podremos buscar tradiciones que los
engloben, o trazos amplios que permitan ubicarlos en un mismo conjunto pero
está claro que todos estos gobiernos son hijos de una época de crisis que
arrojó a millones de ciudadanos a la pobreza y la indigencia al tiempo que
concentraba la riqueza en unos pocos.
Pero como
usted recordará, no estamos hablando de algo que haya sucedido hace tanto
tiempo pues Chávez asumió en 1999, Lula y Kirchner en 2003, Morales en 2006 y
Correa en 2007. Y si bien todos los indicadores muestran que estos gobiernos
han reducido la indigencia, la pobreza, la desocupación y han mejorado
enormemente la distribución de la riqueza, las políticas neoliberales
encarnadas en candidatos que parecen cortados por el mismo cuchillo resulta una
amenaza tangible no solo a partir de intentos desestabilizadores sino (y esto
quizás sea lo más angustiante) a través del voto popular. La pregunta,
entonces, que guiará estas líneas es: ¿existe un escenario cultural, social,
político y económico capaz de volver a acoger este tipo de políticas como
sucediera en la década del 90?
Para responder
este interrogante puede ser de una enorme ayuda un libro que se ha transformado
en un “nuevo clásico”. Me refiero a La
doctrina del shock de Naomi Klein publicado originalmente en 2007. Esta
joven periodista canadiense, autora del best seller No logo, recorre a lo largo de más de 600 páginas el modo en que lo
que ella denomina “capitalismo del desastre” ha logrado aplicar sus recetas
económicas. Más específicamente, Klein persigue los pasos del padre del
neoliberalismo contemporáneo, Milton Friedman, y de sus discípulos, los
denominados “Chicago boys”, en diversas partes del mundo, entre ellas,
Argentina.
La principal
hipótesis del trabajo sorprende pues frente a las elaboraciones liberales
clásicas que encontraban en la ausencia de guerras y conflictos el único camino
hacia el florecimiento del capitalismo, la autora afirma que el neoliberalismo
contemporáneo funciona a partir de la doctrina del shock, esto es, se aprovecha
de las situaciones de conmoción social para aplicar sus políticas. Estas
situaciones de conmoción pueden deberse a múltiples variables entre las que se
hallan desde golpe de estados, crisis financieras o una guerra, a un tsunami,
un huracán, un terremoto o una inundación. Como se puede observar, no
necesariamente el shock tiene que ver con la mano del hombre. Puede tratarse de
un fenómeno natural también. Pero lo importante es que la situación de shock
colectivo produce un escenario de extravío, angustia y confusión capaces de
doblegar voluntades y hacer concesiones que en un estadio de normalidad no
sucederían. No casualmente, Klein hace una analogía entre el shock colectivo de
una comunidad y el shock individual que produce la tortura y para dar cuenta de
ello se remonta a diferentes programas implementados por la CIA en el contexto
de la guerra fría. Este es el caso de Ewan Cameron un médico que trabajó para
el gobierno estadounidense y que consideraba que el modo de doblegar a los
prisioneros era realizarles una terapia de shock que incluía ser capturados por
la noche cuando “las guardias están bajas”; ser inmediatamente encapuchados y
luego ser absolutamente aislados sin posibilidad de oír y ni siquiera de tocar
(se le llegaban a poner una suerte de almohadones en pies y manos para afectar
el tacto). El estado de conmoción que esto implicaba tras algunas semanas de
aislamiento complementado con descargas eléctricas sobre distintas partes del
cuerpo, iba a generar, según este médico, una total pérdida de la personalidad
y sería capaz de hacer que la mente quedara en blanco como una tabula rasa sin
memoria: pura materia capaz de volver a ser modelada. Como usted imagina, los
resultados no fueron los esperados y lo que mayoritariamente logró Cameron
fueron pacientes muertos o, en el mejor de los casos, con regresiones y en
estado de alucinación permanente.
Pero según
Klein, esta lógica del shock trascendió el campo de la medicina y fue
trasladada a la economía por el ya mencionado Milton Friedman. Del mismo modo que
con los prisioneros, un shock permitiría que todas las intervenciones humanas
(estatales) que a lo largo de siglos han distorsionado la armonía natural del
orden económico (el libre mercado) puedan ser recreadas. Tal perspectiva
económica se afincó en la Escuela de Chicago, institución que formó a los
principales asesores de los gobiernos de todo el mundo hasta la actualidad y
tuvo su punto cúlmine en el Consenso de Washington, ese acuerdo de políticas
neoliberales que marcaría el fin del siglo XX. Los “Chicago boys” asesoraron a los
gobiernos dictatoriales de Chile, Argentina, Indonesia, Turquía, Corea del sur
y Ghana entre otros. Pero entrados los años 80, las políticas neoliberales del
friedmanismo ya no necesitaron imponerse a fuerza de dictaduras sino que fueron
los propios gobiernos elegidos a través del voto los que llevaron adelante las
reformas que los procesos de facto no habían completado. El primer país de la
región que transitó esta línea fue la Bolivia de Paz Estenssoro pero luego
Argentina se transformó en el alumno ideal privatizando todo aquello que podía
privatizarse y más aún. Luego le siguieron Polonia, la China de Deng Xiaoping
que llevó adelante la masacre de Tiananmen contra los que se oponían a las
reformas neoliberales (según una interesante interpretación que recoge Klein),
la Sudáfrica condicionada por los acuerdos económicos que impuso la minoría
blanca y la Rusia de Yeltsin en el contexto en el que el neoliberalismo se
había impuesto en Estados Unidos de la mano de Reagan y la guerra de Malvinas
había revitalizado el poder de Thatcher para, entre otras cosas, doblegar la
enorme huelga de mineros.
Hecho este
sucinto resumen, cabe volver a la pregunta inicial acerca de si existe un
escenario en Latinoamérica y en la Argentina donde las políticas neoliberales
puedan aplicarse por gobiernos que lleguen al poder a través de elecciones
democráticas. Como se sigue de lo dicho hasta aquí, ha habido numerosos
antecedentes pero las condiciones económicas y sociales no parecen ser las
mismas. Dicho en el lenguaje de Klein, y referido ahora específicamente a la
Argentina, no hay nada que indique que estemos cerca de un shock que provenga
de la mano del hombre (los naturales, claro está, son imprevisibles). En este
contexto parece difícil que la sociedad acepte a un gobierno cuyas decisiones
impliquen un retroceso en las conquistas sociales conseguidas en la última
década. Sin embargo, no es para quedarse tranquilos. De hecho, lo que se puede
observar es que disipado el temor de una reforma constitucional que habilitase
un nuevo mandato de CFK, varias voces opositoras, de manera irresponsable, han
intentado instalar que el kirchnerismo no logrará terminar su mandato, entre
otras cosas, por una inflación que se va a desmadrar y retrotraerá a la
Argentina a los momentos más angustiantes del fin del gobierno de Alfonsín.
Dicho en otras palabras, no resulta casual que aun con la certeza de que
difícilmente el próximo gobierno sea del núcleo duro del kirchnerismo, se
vengan intentando todo tipo de desestabilizaciones que lleven al país al caos y
a la conmoción. Es que el primer objetivo, condición necesaria, ya lo han
logrado: no hay reelección de CFK. Ahora van por el segundo: el shock, esto es,
el único escenario donde el extravío y el temor pueden llevar a una sociedad a
apoyar políticas que en el mediano plazo afectarán sus propios intereses.
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