Desde esta
columna muchas veces se advirtió a los sectores no oficialistas que la
estrategia de un oposicionismo casquivano no era la receta adecuada para
enfrentar al kirchnerismo, y que no era mala idea retomar la estrategia
discursiva del caprilismo en Venezuela, esto es, aquella que lo presentaba como
“superación” antes que como “oposición”. Sin embargo, a juzgar por el desempeño de todo el arco
opositor frente al acuerdo con Chevron, la muchachada no ha aprendido la
lección pues los mismos que denunciaron que este gobierno se había “chavizado”
al momento de expropiar las acciones de Repsol, ahora lo acusan de “vendepatria”
y “cipayo”. Sin embargo, ha ganado lugar en las últimas semanas una argucia retórica
de esas que se instalan, se repiten sin cesar y suelen pasar desapercibidas. Se
ha escuchado, entonces, a opositores que buscan presentarse como sensatos, ante
la pregunta presuntamente incisiva pero cómplice del periodista de turno, dar
una particular respuesta al interrogante “¿usted cree que todo lo que hace el
gobierno está mal?” La respuesta en cuestión es sencilla porque ni el más audaz
podría suponer que todo lo que se ha hecho en 10 años ha sido un error. Así, naturalmente,
el opositor responde “no, no todo está mal. Nosotros vamos a apoyar lo que se
hizo bien y vamos a criticar lo que se hizo mal”.
Dicho esto la
pregunta que podría hacerse todo aquel espectador es ¿habría algún político o,
en su defecto, algún ser humano que pudiera decir lo contrario? Imaginemos alguien
que dijera “vamos a apoyar todo lo que se hizo mal. Trataremos de profundizar
los errores y llevarlos hasta el extremo”; o un candidato que indicase “es
verdad que se han hecho muchas cosas bien pero como nosotros nos oponemos a
estas transformaciones por razones ideológicas vamos a realizar un giro de 180
grados en esas políticas”. En la Argentina todo puede pasar pero dudo que algún
candidato pudiera afirmar públicamente cosas así. De aquí que quisiera volver a
esa frase mágica capaz de abrir todas las puertas superfluas y redundantes de
quienes no tienen horror al vacío: “apoyaremos todo lo bueno y criticaremos
todo lo malo”.
Hagamos, entonces,
un juego, y planteemos una hipotética entrevista con quien lleve como bandera a
la victoria esa frase. Le pediré además, en este ejercicio lúdico, que adoptemos el lugar de periodistas.
Preguntemos, en primer lugar, y ya que evidentemente existe un criterio
objetivo para determinar lo bueno y lo malo y que ese criterio no es conocido
por el gobierno puesto que, de ser así, no habría hecho cosas malas, ¿cuál es
ese criterio? Puede que la pregunta sea difícil y genere una perplejidad
metafísica, o, algo peor, puede que de tan abstracta genere respuestas del tipo
“el criterio es el que determina la gente en la calle”. Dado que esa respuesta
no satisface nuestro interés facilitemos las cosas al interpelado y digamos
“más allá del criterio en cuestión, el cual, quizás, sea difícil de explicitar,
¿cuáles son las cosas concretas que se han hecho bien?” Ante esta pregunta el
referente de la oposición deberá decir algo y seguramente indicará la cobertura
de casi la totalidad de los jubilados, la renegociación de la deuda con un 75%
de quita, la Asignación Universal por Hijo, el nombramiento de la Corte
Suprema, la duplicación del PBI en 10 años, el consumo interno, los 5.000.000
de puestos de trabajo, la política de DDHH, el aumento del presupuesto
educativo a un 6,47% del PBI y el plan Conectar-Igualdad, entre otros. Nótese
que traté de listar esos logros que no dejan espacio para la crítica más allá
de que varios candidatos se encantan con el mantra del “Sí, pero”, y que he
dejado de lado lo que considero que han sido conquistas como la recuperación de
los fondos jubilatorios, YPF, y el fin de la independencia del BCRA, esa suerte
de Vaticano que, como un presente griego, se había heredado del modelo
neoliberal. Lo hice porque desde el paradigma liberal estas conquistas pueden
ser objetadas y quiero centrarme en aquellos aspectos incontrovertibles. Aclarado
esto, la pregunta es si el grupo de las políticas acertadas puede pensarse como
autónomo del grupo de decisiones que la oposición pondría en la lista de “lo
malo”. Seré más específico: si no se hubiese tomado la decisión de acabar con
la estafa de las AFJP no se podrían haber recuperado esos fondos que hoy
permiten cubrir cada uno de los aciertos incontrovertibles antes mencionados
(exceptuando, claro está, el de la Corte Suprema y la política de los DDHH, los
cuales no están directamente vinculados a los recursos). Algo similar sucede con la política keynesiana
que sin estar exenta de dificultades, errores o ajustes pragmáticos, es la que
explica la lista de lo “bueno” a pesar de que muchos de los que aceptarían esa lista
de bondades, la ubican como culpable de “lo malo”.
De esto no se
sigue, claro está, que se deba pensar al kirchnerismo como un bloque monolítico
sin fisuras que se toma o se deja. Existen, sin dudas, grandes lineamientos y
políticas coherentes desarrolladas en estos 10 años pero siempre hay margen
para las tensiones y hasta las contradicciones. Incluso podrían encontrarse
políticas que dentro del kirchnerismo han avanzado en cierta línea y luego
virado, pero existe un corpus más o menos coherente y sistémico de medidas y
políticas que se entrelazan y no es posible separar asépticamente.
Esto no es mérito exclusivo del proyecto
kirchnerista sino que en cualquier proyecto más o menos coherente las
decisiones se entrelazan y muchas políticas se encuentran vinculadas. En esta
línea, y volviendo al ejemplo dado anteriormente, si alguien está en contra de
la estatización de los fondos jubilatorios pero a favor de las políticas
impulsadas con esos recursos, deberá explicar de dónde obtendrá el dinero si es
que decide recrear el modelo de las AFJP. Probablemente ofrezca el
endeudamiento voluntario con los organismos de crédito lo cual en el mediano
plazo afectará el crecimiento del país, el porcentaje del PBI que se da para la
educación y las políticas en favor del mercado interno. Esto, por supuesto, atentará,
además, contra la recuperación del empleo. Lo mismo sucedería con algunas
recetas para bajar la inflación: ¿hay que dejar de lado la maquinita de
imprimir billetes y enfriar la economía? Muy bien: ¿cuáles serían las
consecuencias que ello traería en el consumo, el trabajo y los sectores más
necesitados? Por último, las mismas preguntas podrían hacerse a aquellos que
afirman que hay que devaluar porque perdemos competitividad sin explicar los
conflictos sociales que ello podría traer aparejado. Por supuesto que nada es
tan lineal pero toda decisión en un área tiene repercusiones en otras al menos
de manera indirecta. Negar estos vínculos es engañar al electorado o, lo que es
peor, es carecer de una mirada macro y totalizante de cómo funciona un Estado y
obviar las dificultades que tiene gobernar un país en el que no existe mesa de
negociación en la que todos puedan irse contentos.
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