Reconozco que podría
hablarles del submundo de la ilegalidad que algunos llaman “dólar blue” o de los
cacerolazos de una turba histérica que culminó dando patadas a periodistas del
programa 678. Pero les quiero hablar de otra cosa porque me interesa mostrar que
detrás de una cobertura mediática asfixiante que repite su mantra de panic attack, existe un sinfín de
espacios donde la viveza de algunos, en frasco de angustia amplificada y violencia
minoritaria, es dejada de lado para discutir modelos de país y políticas de
largo plazo.
En este
sentido, el último fin de semana fui invitado por el Instituto de Estudios y
Formación política GESTAR a participar de su Segundo Encuentro Nacional
realizado en la Ciudad de Resistencia. GESTAR fue creado en junio de 2010 a
partir de una idea de Néstor Kirchner que se concretó apenas unos meses antes
de su fallecimiento. Asimismo, si bien pertenece al Partido Justicialista, el
Instituto tiene una mirada amplia y plural que permite convocar estudiantes/dirigentes sub 35 pertenecientes
a diferentes agrupaciones y con un sentido profundamente federal. Hecha esta
aclaración, aun un antikirchnerista furioso, reconocerá que la iniciativa debe
celebrarse porque deja en claro que existe una conciencia en la dirigencia de
nuestro país respecto a que el recambio generacional no sólo tiene que traer
menos canas sino, por sobre todo, una mejor formación. La Unión Cívica Radical
en la historia reciente de nuestra democracia formó sus principales cuadros en
las universidades públicas, en particular, en la UBA. Sin embargo, la
universidad más importante del país siempre resultó un lugar hostil para el
peronismo y esa dificultad en la formación de cuadros debe suplirse, sea a
través de las nuevas universidades públicas del conurbano, sea a partir de
institutos promovidos por el mismo partido.
Del encuentro
participaron los diputados Rosana Bertone, Eric Calcagno y Pablo Kosiner; el
intendente de San Luis Enrique Ponce, economistas de la Gran MaKro y
secretarios de áreas clave en los diferentes gobiernos provinciales, entre
otros. Asimismo, también estuvieron presentes brindando discursos de comienzo y
cierre los gobernadores Jorge Capitanich y Francisco Pérez, además del Titular de
ANSES y Director de GESTAR, Diego Bossio, y el Presidente de la Cámara de
Diputados Julián Domínguez.
El panel al
que fui invitado se abocó a un tema que pocas veces es parte de los debates
públicos: la relación entre ciencia básica, ciencia aplicada, sector productivo
y poder político. Y allí disertaron, junto a mí, el diputado nacional Omar
Perotti, el Subsecretario de políticas en Ciencia, Tecnología e Innovación
productiva del Ministerio de Ciencia y Tecnología creado en 2007, Fernando
Peirano, y el Ingeniero agrónomo José Ruchesi.
Empezaré por la intervención del subsecretario
porque tiene algunos datos que me sorprendieron. Por ejemplo, entre 2003 y 2008
se triplicaron las exportaciones en biotecnología, equipamiento médico y
nuclear, maquinaria agrícola, microelectrónica y software, entre otras
“rarezas”. Asimismo, se espera que para 2020 este tipo de exportaciones
alcancen el 20% de las exportaciones totales que realiza el país. Segundo
aspecto a tener en cuenta: ¿sabe usted cuánto invierte Argentina en
Investigación y Desarrollo? Si lo tomamos en relación al PBI y de forma
comparativa encontramos que nuestro país invierte apenas un 0,6, esto es, aproximadamente
la mitad de lo que invierten Brasil, Rusia, China, Reino Unido y España, un
cuarto de lo que lo hace Estados Unidos y Alemania y apenas un 20% de lo que
invierten Corea del Sur y Japón. Sin embargo, estos datos incluyen la sumatoria
de la inversión pública y privada, algo que, en caso de desagregarse generará
un dato curioso: la inversión pública del Estado Argentino está por encima de
China, y es casi similar a la de Japón, Brasil, España y Reino Unido. Esto
significa que lo que está faltando en Argentina es la inversión privada que
esos países poseen, algo que no tiene que ver con el latiguillo de la seguridad
jurídica sino con razones bastante más complejas en el que juegan un papel
importante los aspectos culturales de la burguesía argentina.
Vinculado con esto, la intervención del
diputado Perotti, con conocimiento de los emprendimientos productivos en Santa Fe, arrojó una dificultad
práctica, esto es, cómo hacer para articular las políticas de un Estado activo
con los sectores productivos y el conocimiento de las universidades. Se trata
justamente de las tres patas del triángulo y a partir de allí se pudo ver con
claridad toda una serie de problemáticas más que interesantes. Me refiero a la
importancia que cobran los municipios en el arte de articular unidades
productivas de pequeños emprendedores con las fuentes de conocimiento local y
el financiamiento a proyectos innovadores que brinda el Estado Nacional a
través del Ministerio de Ciencia y Tecnológica. En este sentido, un Estado que
recupere la fuerza no está necesariamente reñido con una descentralización,
aunque, claro está, ella debe ser distinta que aquella de matriz neoliberal que
en nombre de la eficiencia sólo buscaba
el desguace. Un ejemplo de las posibilidades de transformación que se están
dando en la actualidad lo dio justamente Juan Ruchesi cuando mostró el modo en
que lo que era un pequeño laboratorio de estudios de plantas y flores se
transformó, a través de la aplicación de técnicas biogenéticas, en un espacio
que modificó sustancialmente la vida y la producción de buena parte de los
agricultores del Chaco.
Por último, antes de mi intervención apareció
un aspecto que venía sobrevolando la charla. Me refiero a la relación entre
tecnología y peronismo, y una respuesta a modo de hipótesis que considero
plausible es que la tecnología aparece como eje central en la política de la
primera presidencia de Perón porque lo que se está jugando es un modelo de país
con una matriz productiva encargada de dar valor agregado, esto es, un modelo
completamente diferente al que se planteaba desde el punto de vista
agroexportador que regía en la Argentina del centenario. Por otra parte, yendo
ya específicamente a la exposición, un primer asunto del cual me ocupé es el relacionado
con el deber del científico respecto al Estado, tema al cual llegué a partir
del disparador de una conferencia de Einstein, en 1950, en la que llama al
científico a “rebelarse” contra el poder político. Más allá de las buenas
intenciones, ese consejo parece guiado por una visión decimonónica y
positivista que entiende al científico como alguien que trabaja completamente
desvinculado de los intereses y necesidades de la sociedad y que persigue el
conocimiento movido por una suerte de sentimiento universal que sólo puede
derivar en el bien para toda la humanidad. Esa búsqueda desinteresada se
refleja en el simbólico delantal blanco que denota autoridad pero, por sobre
todo, neutralidad y asepsia. Desde esta representación, en algo que ya fue
trabajado por el célebre Max Weber, el científico aparece como opuesto al
político en tanto este último persigue siempre un interés particular y faccioso
y es a partir de esta supuesta diferencia esencial que muchos científicos le
cargan al poder político la responsabilidad por las consecuencias de las
investigaciones científicas. Se supone así que el hombre de ciencia siempre
busca el bien, pero el político no y usa ese conocimiento para el mal o a los
fines de su partido.
Dicho
esto, mi intervención apuntó a romper con esa cosmovisión. Hoy tenemos un
Estado con una política activa en materia de ciencia y tecnología, con gran
suba de los sueldos de docentes e investigadores, una política de becas a
través del CONICET que ha permitido un crecimiento enorme de egresos en los
doctorados y un programa de repatriación de científicos que ya ha logrado que
más de 900 de ellos regresen al país. Sin dudas, a este Estado le resta seguir
aceitando la comunicación y los modos de poder llegar a cada rincón del país, a
cada pequeño emprendimiento, y seguir siendo el articulador principal de los
diferentes sectores, pero a los empresarios, al menos a una importante cantidad
de ellos, les resta dejar de creer que “Estado” es sinónimo de “ineficiencia” y
corroborar que sólo a partir de ese punto de vista general que éste brinda es
posible optimizar y maximizar los beneficios. Por último, este país necesita de
científicos comprometidos que entiendan que existe una obligación moral de
devolverle al país algo de lo que les ha dado, en algunos casos a través de
toda una vida, desde jardín de infantes hasta los estudios de posgrado, en el
marco de una Educación pública gratuita y de excelencia. Ya muchos lo están
haciendo, pero en el marco de un proyecto de país que está apostando a una revitalización
de la ciencia, hace falta que ese delantal blanco se tiña de innumerables
colores, los colores de las necesidades complejas de una sociedad plural como
la nuestra. ¿Vieron? Hay una Argentina posible detrás del pánico y la hojarasca
histérica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario