Los detalles no abundan. Se sabe que hay una guerra y que esta guerra es
civil. También se sabe que el presidente es un payaso. A todos se nos ocurren
nombres propios que cuadran con esta descripción, pero estoy hablando de Civil War, una película demasiado
verosímil para ubicar en el género distópico.
De hecho, no parece casual que el film esté ambientado en Estados Unidos y
que el director y guionista, el británico Alex Garland, el mismo de Ex Machina, Devs y Annihilation, confesara
que comenzó a imaginar la trama en el año 2020, esto es, en el marco de las
elecciones que le dieron el triunfo a Biden y que derivaron en la toma del
Capitolio por parte de seguidores de Trump.
Ha habido buenas reseñas que cuentan los detalles de la película, de modo
que remito a éstas si pretenden ahondar algo más. En lo que a este texto
respecta, alcanza con indicar que se trata de una road movie en la que un periodista al volante acompañado de un
reportero veterano, una fotógrafa de guerra experimentada y una temeraria
veinteañera que hace sus primeras armas en la fotografía, se dirigen hacia
Washington para intentar tener en exclusiva las que podrían ser las últimas
palabras del presidente.
En ese raid correrán peligro sus vidas más de una vez y retratarán masacres
y torturas que exceden largamente las “normas” de esta guerra que enfrenta a las
fuerzas leales al gobierno con las fuerzas occidentales secesionistas de Texas
y California. El modo en que está filmado, los detalles del sonido, y el ida y
vuelta entre las imágenes en blanco y negro de las fotos que los reporteros van
obteniendo y el desarrollo de la película, hacen que valga la pena vivir la
experiencia en el cine, pero no es del entretenimiento en sí de lo que me
interesaría hablar.
Lo diré en primera persona: al ver el tráiler y la sinopsis pensé en encontrarme
con una película anti Trump lanzada adrede en el año de elecciones para
levantar polémica. En este sentido, imaginé una gran cantidad de lugares
comunes respecto de buenos y malos. Afortunadamente me equivoqué y ello me
motivó a escribir estas líneas, máxime cuando, tras ver la película, decidí
indagar en las críticas que la misma había recibido y en los reportajes que el
propio Garland había brindado.
Respecto del carácter antitrumpista de la película, un mérito del director
es que, justamente, a pesar de haber declarado públicamente ser un claro
opositor a las políticas del republicano, en ningún momento hay razones para
suponer que la figura del presidente está inspirada en Trump. Asimismo, Garland
se encargó de disipar esa asociación cuando entre los Estados que se levantan
contra el presidente pone a Texas junto a California, esto es, un Estado
republicano y otro demócrata. Si el levantamiento lo hubiera producido
solamente Texas, estaríamos haciendo la lectura obvia de cargar las
responsabilidades sobre el interior profundo de los Estados Unidos controlado
por una minoría blanca supremacista y fascista que, inspirada en la prédica
insurreccional de Trump, irrumpe contra las instituciones. Eso era “lo
esperado”. Pero no fue el caso.
Esta actitud del director es digna de agradecimiento para tiempos en los
que se ha instalado absurdamente que no se puede separar la obra del autor, de
lo cual se seguiría que todo creador actual está obligado a “ser” en su obra y
tener que decir algo comprometido a favor de los buenos. Y Garland, en buena
medida, logra evitarlo. De hecho, en una entrevista para La vanguardia https://www.lavanguardia.com/cultura/20240418/9598227/alex-garland-civil-war-cine-guerra-civil-ee-uu-fascismo-kirsten-dunst.html confiesa ser miembro del partido laborista y ver con
horror la posibilidad del regreso de Trump a la Casa Blanca. Sin embargo,
eludió el lugar cómodo que todos augurábamos.
“Creo
que los críticos que dicen que [el film] es apolítico tal vez están siendo un
poco ingenuos sobre la política, para ser honesto. También creo que muchos de
ellos, en realidad, son de izquierdas y están enojados porque no estoy usando
la película como un ataque obvio a Trump”.
Es que, como el propio Garland denuncia, la deriva populista no es solo de
derecha, sino que también puede ser de izquierda y, según él, el populismo es el
paso obligado hacia el fascismo. Dicho esto, seguramente como una manera
elegante de eludir un posicionamiento demasiado evidente, Garland, entonces, se
define como un “centrista” que está en contra de todo extremismo. Este punto de
vista se apoyaría también en su intento de reivindicar los poderes de la
república y el denominado cuarto poder, esto es, el periodismo. De hecho, él
afirma haber pensado la película como una forma de poner en valor el rol del
periodismo profesional, hoy tan denostado. En todo caso, podrá discutirse si
efectivamente logra esa reivindicación ya que el personaje de la joven
fotógrafa, que a lo largo de la película va de la candidez a la temeridad todo
el tiempo, da un giro sobre el final que parece hablar más de una ambición sin
límites que de una ética profesional. Pero, en todo caso, se trata de un asunto
discutible.
El otro aspecto que les había mencionado y que se sigue de lo indicado
anteriormente, es que la película es reacia a cualquier identificación con
alguna de las partes en pugna. De hecho, hay momentos en que no queda claro a
qué bando pertenecen los combatientes que circunstancialmente aparecen en
escena. Sabemos que el presidente habría ingresado en una deriva autoritaria
intentando ir por un tercer mandato inconstitucional y que habría disuelto el
FBI. Pero lo más interesante es que no sabemos si el presidente es republicano
o demócrata.
Llega a tal grado la indiferenciación que, acostumbrados a que nos sirvan
en bandeja el posicionamiento que debemos tomar, por momentos sentimos
incomodidad. ¿Cómo que la película no me dice a quién debo aplaudir y a quién
debo repudiar? ¿Cómo puede ser que se parezcan tanto los que están en guerra?
¿Dónde está la lucha del bien contra el mal?
Para concluir, entonces, en primer lugar, cabe reflexionar sobre cómo, los
niveles de disputa y polarización existentes, permiten observar que un
escenario de guerra civil en Estados Unidos, o en alguno de los países que
habitamos, ya no pertenece al género de una distopía proyectada hacia el futuro
lejano.
En segundo lugar, y más allá de la evidente preocupación que esto conlleva,
se agradece una película que no nos facilita el posicionamiento ni se encarga
de explicarnos demasiado porque eso deja en evidencia que, si hemos llegado
hasta aquí, es porque hay, como mínimo, culpas compartidas.
Por último, y conectado con lo anterior, también es de celebrar que, en el
tiempo donde no se le permite al autor separarse de la obra, alguien evite
exponer de manera burda todo su sesgo logrando así dejar algunas puertas
abiertas para que sea la propia audiencia la que pueda interpretar.
Digamos, entonces, que la película podrá gustar más o menos. Pero salir del
cine sin saber quiénes son los buenos… no tiene precio.
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