El que mejor ha comprendido el
fenómeno del dólar blue fue Jorge Luis Borges. Sí, leyó bien. Dije Jorge Luis
Borges, el escritor argentino. No son los economistas ni los periodistas que
hablan de economía presentándola como una ciencia exacta. Tampoco es la
dirigencia política ni los académicos. Fue Borges y lo dejó escrito de forma
encriptada para que usted y yo, casi 70 años después, encontremos nuestra
piedra rosetta.
La revelación se me produjo la
semana pasada, un día en que transitando por la calle México ingresé al kiosko
de diarios del ciego Daneri y me hice de un ejemplar de un diario opositor que
en su tapa hablaba de un dólar a $16. Estaba fechado en septiembre de 2014 y
prometía futuras alzas para cuando usted estuviera leyendo esta nota. La
incertidumbre se apoderó de mí y un estado de irrealidad y confusión me invadió
cuando me topé con una casa de cambio oficial que en su pizarra hablaba de un
dólar a $8,48. La sorpresa hizo que el diario cayera al piso, se desarmara y,
de la sección de Economía, surgiera un extraño y único ejemplar del cuento de
Borges titulado “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”. Un gentil hombre me ayudó a
recoger el diario y sorprendido advirtió que su ejemplar de diario opositor no
contenía esta particular edición del cuento publicado en Ficciones. Le sugerí que reclamara en el kiosko mientras la
epifanía me indicaba que llamamos casualidad a aquellos episodios del destino
que todavía no hemos podido develar. El primer impulso fue recurrir a mis
pobres saberes acerca de la tradición judía y de la Kabbalah. Incluso creí ser
Borges por un momento y ser uno de los vértices geográficos del Tetragrámaton
cuando noté que una de las notas del diario estaba firmada por un Golem, pero
un repentino viento quiso que mis elucubraciones se detuviesen frente a una de
las páginas del cuento que rezaba lo siguiente:
“Siglos y siglos de idealismo no
han dejado de influir en la realidad. No es infrecuente, en las regiones más
antiguas de Tlön, la duplicación de objetos perdidos. Dos personas buscan un lápiz;
la primera lo encuentra y no dice nada; la segunda encuentra un segundo lápiz
no menos real, pero más ajustado a su expectativa. Esos objetos secundarios se
llaman rhönir y son, aunque de forma desairada, un poco más largos”.
Recordé que cuando Borges hablaba
de idealismo no se refería al Che Guevara sino a George Berkeley, aquel obispo irlandés
que desarrolló su filosofía en la primera mitad del siglo XVIII y cuya máxima,
“Ser es ser percibido”, fue parafraseada con sabiduría predictiva por Borges
para indicar que, más bien, “Ser es ser publicado”. Me di cuenta que el dólar
blue era un rhönir aunque no pude comprobar que los billetes tuvieran una forma
desairada pues ningún “arbolito” se mostró solícito a mi pedido de un billete
con fines comparativos. También recordé que los rhönir se multiplican pero en
cada multiplicación se van a alejando cada vez más de la realidad, como cuando
sacamos una fotocopia de una fotocopia, algo que Platón sabía antes de que
existieran las fotocopiadoras.
Mis reflexiones se volvieron a
interrumpir por un súbito pase de páginas que depositó mi vista en el siguiente
pasaje: “El director de una de las cárceles del Estado comunicó a los presos
que en el antiguo lecho de un río había ciertos sepulcros y prometió la
libertad a quienes trajeran un hallazgo importante (…) Durante los meses que
precedieron a la excavación les mostraron láminas fotográficas de lo que iban a
hallar (…)”. Y fue así que aparecieron unos objetos más puros que los rhönir,
los ur, esto es, aquellos objetos producidos por la sugestión. Me di cuenta que
mi empresa era más compleja y que estaba embarcado en una verdadera maquinaria
investigativa que incluía elementos filosóficos y policiales. Pero el punto es
que mientras pensaba que Borges podría incluir al dólar blue como un híbrido
entre los rhönir y los ur, recordé que, en el cuento que yo había leído ya,
todo esto era un gran invento y que estos objetos eran creaciones fantásticas
de una literatura igualmente fantástica de un país ficticio llamado Uqbar. Éste
había sido una ocurrencia de una sociedad secreta fundada siglos atrás y que
contó, entre otros miembros, con el ya mencionado Berkeley y con una figura
reconocida como Dalgarno. Según Borges, “al cabo de unos años de conciliábulos
y de síntesis prematuras comprendieron que una generación no bastaba para
articular un país (…) y después de un hiato de dos siglos la perseguida
fraternidad resurge en América. [Allí, uno de los miembros conversa con un
millonario que le dice] que en América es absurdo inventar un país y le propone
la invención de un planeta. A esta gigantesca idea añade otra, hija de su
nihilismo: la de guardar en el silencio la empresa (…) [El millonario] descree
de Dios, pero quiere demostrar al Dios no existente que los hombres mortales
son capaces de concebir un mundo”.
Nunca fui muy afecto a las
teorías conspirativas pero me dejé llevar por el rigor y la coherencia de la
explicación pues finalmente, para escribir una nota periodística nunca se
necesitó verdad si no, y a duras penas, algo de verosimilitud.
El punto es que Borges, en la
Posdata del cuento, advierte que objetos de Tlön han penetrado en este, nuestro
mundo real, y que desde ese momento ya nada volvió a ser igual. Especialmente
cuando este contacto con otro mundo o, para decirlo con mayor precisión, con
“otro relato”, tomó estado público y fue amplificado por las usinas de la
amplificación.
De aquí que Borges comentara: “El
hecho es que la prensa internacional voceó infinitamente el “hallazgo”.
Manuales, antologías, resúmenes, versiones literales, reimpresiones autorizadas
y reimpresiones piráticas (…) Casi inmediatamente, la realidad cedió en más de
un punto. Lo cierto es que anhelaba ceder. (…) El contacto y el hábito de Tlön
han desintegrado este mundo. Encantada por su rigor, la humanidad olvida y
torna a olvidar que es un rigor de ajedrecistas, no de ángeles. Ya ha penetrado
en las escuelas el (conjetural) “idioma primitivo” de Tlön; ya la enseñanza de
su historia armoniosa (y llena de episodios conmovedores) ha obliterado a la que
presidió mi niñez; ya en las memorias un pasado ficticio ocupa el sitio de
otro, del que nada sabemos con certidumbre –ni siquiera que es falso. Han sido
reformadas la numismática, la farmacología y la arqueología. Entiendo que la
biología y las matemáticas aguardan también su avatar. Una dispersa dinastía de
solitarios ha cambiado la faz del mundo. Su tarea prosigue (…) Entonces
desaparecerán del planeta el inglés y el francés y el mero español. El mundo
será Tlön”.
Me incorporé y volví a leer la
tapa del diario. Donde antes decía “dólar blue” ahora decía simplemente “dólar”
y el dólar oficial a $8,48 había desaparecido. No me atreví a afirmar que la
sociedad secreta era la dueña del diario pero sí me di cuenta que ya no había
forma de poder discernir entre Tlön y la realidad, entre lo blue y lo oficial.
Una vez más, lo habían logrado y el mundo ficticio había sustituido a un mundo
real en el que todavía siguen viviendo personas reales en las que persiste la
incertidumbre del recuerdo del viejo país que habitaban y en el que
sistemáticamente los estafaron. Los que todo lo envenenan, los que todo lo
pudren en la indiferenciación parecen haber tomado la delantera y sin embargo,
al pasar por una verdulería, en el pizarrón que indica el precio del tomate
alguien escribió “Tlon será un laberinto, pero es un laberinto urdido por
hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres”.
1 comentario:
Muy bueno.
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