La semana
pasada causó enorme revuelo mediático la distribución de ejemplares paródicos
del diario Clarín en diferentes
partes de la ciudad. La idea fue de la agrupación kirchnerista La Cámpora y la
publicación contaba con ocho páginas y tres tapas alternativas fechadas el 11
de diciembre de 2015, esto es, el día posterior a la asunción del nuevo
presidente. El título principal es el que varía según la versión pero en todos
los casos afirma que el nuevo presidente (Massa, Macri o Cobos) ha decidido
aceptar las condiciones de los Fondos Buitre. Asimismo, incluye títulos más
pequeños que en tono irónico indican que Paul Singer irá a la Selección de
Fútbol, que el delito ha terminado en la Argentina y que el BCRA se ha quedado
sin reservas pero los mercados se encuentran eufóricos por el nuevo rumbo.
El modo de
titular recuerda a la también paródica Revista Barcelona que incluso llega a incluir falsas columnas que aparecen
firmadas por hombres y mujeres públicos, desde Fito Páez hasta Axel Kicillof,
por mencionar algunos. Pero, claro está, todos sabemos que ni Fito Páez ni Axel
Kicillof escriben esas columnas, del mismo modo que todos los que recibieron el
Clarín apócrifo se dieron cuenta
inmediatamente que se trataba de una ironía sin ningún ánimo de confundir o
engañar.
La utilización
de la parodia, la ironía y la broma es tan vieja como la política y es una de las
formas básicas de manifestación popular. De hecho, las comedias griegas tenían
un fuerte contenido de burla a los políticos, jueces y a todos los funcionarios
de la democracia. Es más, si bien los poetas generalmente realizaban sus burlas
contra los principales hombres del gobierno, el propio sistema democrático
estipulaba que dos veces al año, en Las Leneas y Las Dionisias, se ofrecieran
comedias que, al fin de cuentas, podrían pensarse con rol pedagógico y tono admonitorio
frente a un pueblo que puede olvidar fácilmente que es él la fuente de todo
poder y que los funcionarios están para servirle.
Igualmente, lo
cierto es que las comedias, en general, expresaban el punto de vista
aristocrático y conservador que veía a los funcionarios y hombres del gobierno
democrático como demagogos, corruptos, ambiciosos y con bajo nivel educativo.
Si bien en ese momento no existía el diario La
Nación, como se puede observar, hay argumentos y prejuicios que se vienen
repitiendo desde hace 2500 años.
Para poner un
ejemplo, la Comedia de Aristófanes, Los
Caballeros, tiene como objeto satirizar de manera profundamente agresiva a
Cleón, heredero de la influencia de Pericles en un contexto de ampliación
democrática hacia los sectores más bajos que con Solón tenían vedada la posibilidad
de ocupar altos cargos públicos. La sátira comienza cuando un oráculo predice
que el sucesor de Cleón será un choricero, mostrando, de esa manera, que, en la
democracia, cualquiera, incluso aquel sin instrucción ni aptitud alguna para
ejercer un cargo público, puede llegar a lo más alto. Se cuenta que ningún
actor quiso representar a Cleón por temor y que fue el propio Aristófanes quien
se hizo cargo del papel lo cual deja al descubierto el desafío que este tipo de
sátiras implicaba hacia el poder.
En la
Argentina, la tradición de sátiras tiene una larga historia como manifestación
popular y también en la gráfica con publicaciones caricaturescas como El Quijote y Caras y Caretas, a tal punto que se le adjudica a Leandro N. Alem haber
indicado que “La revolución de 1890 la realizaron las armas y las caricaturas”.
Más cercanos en el tiempo, la radio y la TV tuvieron espacio para el humor
político si bien éste solía estar dirigido contra los que ocupaban el gobierno
y nunca contra empresarios o dueños de empresas potencialmente anunciantes.
Ahora bien, en
un contexto donde los poderosos, generalmente, ya no son aquellos que
circunstancialmente llegan al gobierno de un país a través de los votos sino
las corporaciones económicas, parece natural que la crítica se dirija a estos
sectores que desde las sombras pretenden digitar el destino de los pueblos.
Sin embargo, la
incomodidad de éstos fue tal que la reacción del Grupo Clarín y sus satélites fue
desmedida a punto tal que hasta recurrieron a alguna solícita parte de la
dirigencia política para afirmar que el diario apócrifo representaba un
atentado contra la libertad de expresión (SIC).
Pero lo más
interesante es que el episodio del Clarín trucho se haya intentando presentar
en términos del dilema entre la verdad y la mentira cuando en realidad lo que
aquí está en juego es una tensión entre la mentira y la ficción. Porque la
mentira busca engañar y necesita de un otro engañado que no conozca de lo que
se trata. En cambio la ficción no propone engañar a nadie; es consciente y
tiene en el receptor a un cómplice, o, para decirlo de otro modo, a alguien que
acepta el juego.
En este
sentido, la efectividad de la parodia, que es una ficción, por supuesto, está
en que el público comprenda que se trata de una parodia. De no ser así, el
efecto disruptivo desaparece. Porque cuando Jorge Lanata pone una imitadora que
hace de CFK, el efecto está en que la audiencia reconoce que es una sátira. Si
alguien creyera que la imitadora es en realidad la propia CFK el efecto sería
otro.
Ahora bien,
cuando desde la tapa de un diario que se compra en el kiosko se tergiversa la
información, se recorta aviesamente la realidad o, simplemente, se miente, no
estamos frente a una sátira sino frente a un engaño. No hay ficción ni verdad.
Hay mentira. Se abusa del lector desprevenido que deposita su confianza en una
empresa periodística cuyo prestigio se construyó pacientemente y ha sido
determinante para forjar el sentido común que acaba legitimando la necesidad y
la existencia de un periodismo presuntamente neutral; un periodismo
aparentemente atento a los hechos, a la verdad y comprometido con denunciar a
los funcionarios públicos y al Estado que, como hace 2500 años, sigue siendo
visto como un espacio atravesado por la corrupción en contraposición a lo
maravillosa y digna que es la sociedad en su conjunto (y, en estos últimos
siglos, la corporación periodística en particular).
Por ello, para
concluir, hay formas distintas de hacer política: la enorme historia de la
sátira y el humor frente a los que tienen el poder muestra que desde la ficción
se puede esmerilar la prepotencia de quienes pretenden controlarlo todo, no
solo las acciones, sino el pensamiento y la expresión. Pero también se puede
hacer política desde la mentira y el engaño tomando como rehén al desprevenido
que no es precisamente el que recibe gratuitamente una publicación aprócrifa
sino aquel que cree que para estar informado debe comprar el diario todos los
días.
1 comentario:
Excelente como siempre mi estimado Dante Palma.
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