Cuentan que la
Ciudad de Buenos Aires se asemeja a esa particular isla calvinista, en medio
del océano Pacífico, llamada Despina, a la que sólo se podía acceder en barco o
en camello, y que fue poblada por unos particulares ogros que aterrorizaban a
los pueblos altaicos del Asia Central. Massimo Izzi los denomina Buseu y afirma
que estos tienen largos dientes y no son otra cosa que los espíritus de los
niños muertos y de todo aquel que ha dejado este mundo antes de tiempo. Esto
explicaría, claro está, buena parte de su accionar ya que al sentir un odio
irrefrenable hacia toda aquella persona que vive feliz, hostigan durante día y
noche, a diferencia de otros espíritus de la ciudad cuyos hábitos son, más
bien, sólo nocturnos.
Con algunas
variantes las historias de estas criaturas se trasladaron a Asia oriental y al
llegar a nuestras tierras generaron un sinfín de teorías. Por ejemplo, los
curas exorcistas afirmaban que estos seres pueden alojarse en los cuerpos de
los vivos y poseerlos para siempre pero los psicoanalistas lacanianos, mucho
más escépticos, indicaron que aquellas personas que odian a quienes viven
felices no están poseídos sino, simplemente, se oponen a la distribución del
goce. Por qué estos ogros tomarían el cuerpo de algunos y no de otros o por qué
existirían personas que sólo aceptarían el goce ajeno a través del
derramamiento excedente del propio, podría explicarse por aquel hermético adagio
de la tradición oral mongólica que repetía una y otra vez uno de los rapsodas
del Gran Kan. La frase, con una hermosa profundidad poética, llevada al castellano,
rezaría más o menos así: “Tu ciudad se parecerá al lugar del que vienes y al
lugar desde el que hablas”.
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