La toma de una gran cantidad de colegios secundarios de la Capital Federal, protesta a la que se sumaron algunas facultades de la UBA en las que la medida todavía persiste y donde se impide el dictado normal de clases, dio lugar a una serie de debates que pueden agruparse en aquellos en torno a ciertas condiciones objetivas de la educación y aquellos de naturaleza político-filosófica donde lo que parece estar en juego son cosmovisiones profundamente arraigadas que trascienden la disputa coyuntural acerca de vidrios rotos o la falta de pupitres.
En lo que tiene que ver con los debates acerca de las condiciones objetivas de la educación, resulta claro que más allá de la forma de la protesta, no debe sorprender que si a la situación edilicia heredada se le agrega el afán inoperante y la compulsión sub-ejecutoria del macrismo, es probable que los chicos que cursan sus estudios secundarios en tales escuelas, tengan motivos para protestar. Pero algo distinto parece ser el caso de algunas de las facultades de la UBA, institución cuyo presupuesto depende del Gobierno Nacional. Quienes han visitado tales dependencias, habrán notado edificios deteriorados, ausencia de calefacción, anomia, apropiación de los espacios públicos y hacinamiento en los horarios de la noche pero no es menos real que las condiciones generales han mejorado ostensiblemente desde el 2003 a la fecha. Por mencionar algunas: ley de financiamiento educativo que establece un piso del 6% del PBI para inversión educativa; aumento promedio de más del 400% en los sueldos docentes; eliminación de todas las sumas no remunerativas logrando que los medios aguinaldos se transformen, por fin, en un sueldo entero más; rentas para una importante porción de los ad honorem; 82% móvil para los docentes universitarios; paritarias cuyo resultado siempre le gana a la inflación real; plan de repatriación de científicos cuyo éxito notorio redunda en el regreso al país de 783 investigadores; ampliación del presupuesto del Conicet lo cual implica mayor cantidad de becarios que podrán finalizar sus posgrados y mayor dedicación de los investigadores ya formados, etc.
Pero si dejamos de lado estos aspectos objetivos, como se indicaba más arriba, encontraremos una discusión de índole algo más abstracta en la que entran en juego cuestiones en torno a la legitimidad y a la forma de la protesta.
Como suele ocurrir últimamente, los debates no tienen demasiados matices: la variante liberal se opone a todo acto de interrupción del paso sea en forma de toma, sea en forma de piquete, siempre y cuando no se trate de una protesta por inseguridad pues éste es el único caso en el que resulta legítimo postergar el derecho al libre tránsito.
La pregunta que quisiera hacerme es: ¿cuál es la razón por la que se ha extendido esta visión liberal a punto tal de transformarse en un atributo del sentido común? La respuesta está en el desarrollo de la cultura occidental y en una forma de entender la libertad que irrumpió en el siglo XVII y es lo que en un texto clásico Benjamin Constant llamó “libertad de los modernos”. Esta forma de libertad es acompañada por la gran revolución en la Física y afirma que el individuo es libre en la medida en que nada se interpone en su camino. Esta libertad como “ausencia de impedimento” es la que legitima el ideario liberal que observa al Estado como aquello que viene a inmiscuirse en el libre desarrollo de las decisiones individuales.
Tan enraizada está esta concepción en todos nosotros que muchas veces solemos olvidar que existe otra manera de entender la libertad y que, como contrapartida de la anterior, Constant llama “libertad de los antiguos”.
Se trata de la característica distintiva de la democracia ateniense. Ser libre no tenía que ver con la libertad individual sino con que el ciudadano pueda ser autónomo, esto es, darse su propia ley como participante de las decisiones de la Asamblea. Era clave en este sentido, la idea de que la identidad y la naturaleza humana sólo podía hacerse efectiva como perteneciendo a un colectivo social lo cual explica por qué el mayor castigo para un ateniense era el destierro, pena que, paradójicamente, muchos argentinos asustados por el cierre de Fibertel y por el cambio en la grilla de la televisión por Cable, verían con beneplácito.
Buena parte de la literatura de la Filosofía Política sigue girando en torno a estas dos formas de entender la libertad y a si existe alguna forma de poder complementarlas generando una suerte de híbrido entre las virtudes de la libertad moderna-liberal, útil para la defensa de las minorías y las virtudes de la libertad antigua-democrática, centrales para pensar una ciudadanía activa y empoderada.
Pero, claro está, los conflictos reales se parecen poco a los tecnicismos librescos o, en todo caso, suponen la introducción de una serie de variables que ninguna teoría podría sopesar. En este sentido, sin intención de soluciones fáciles ni salidas intermedias, sería bueno recordar a comunicadores y a representantes de cierto liberalismo conservador, por un lado, que es posible pensar una libertad distinta a la estrictamente individual y que no puede haber robusta democracia sin la participación activa de la ciudadanía en ámbitos donde circule la palabra, el debate, el conflicto y la inevitable imposición de mayorías. Por otro lado, también sería deseable advertir a aquellos que hacen de la lógica asamblearia y de la agudización de los conflictos un estilo de vida, que un rasgo distintivo de las democracias modernas es el respeto por las minorías y que la crisis de representación los afecta también a ellos especialmente en contextos donde la gran mayoría de los alumnos son indiferentes al resultado de asambleas cuya convocatoria muchas veces no alcanza a ser mínimamente significativa.
En lo que tiene que ver con los debates acerca de las condiciones objetivas de la educación, resulta claro que más allá de la forma de la protesta, no debe sorprender que si a la situación edilicia heredada se le agrega el afán inoperante y la compulsión sub-ejecutoria del macrismo, es probable que los chicos que cursan sus estudios secundarios en tales escuelas, tengan motivos para protestar. Pero algo distinto parece ser el caso de algunas de las facultades de la UBA, institución cuyo presupuesto depende del Gobierno Nacional. Quienes han visitado tales dependencias, habrán notado edificios deteriorados, ausencia de calefacción, anomia, apropiación de los espacios públicos y hacinamiento en los horarios de la noche pero no es menos real que las condiciones generales han mejorado ostensiblemente desde el 2003 a la fecha. Por mencionar algunas: ley de financiamiento educativo que establece un piso del 6% del PBI para inversión educativa; aumento promedio de más del 400% en los sueldos docentes; eliminación de todas las sumas no remunerativas logrando que los medios aguinaldos se transformen, por fin, en un sueldo entero más; rentas para una importante porción de los ad honorem; 82% móvil para los docentes universitarios; paritarias cuyo resultado siempre le gana a la inflación real; plan de repatriación de científicos cuyo éxito notorio redunda en el regreso al país de 783 investigadores; ampliación del presupuesto del Conicet lo cual implica mayor cantidad de becarios que podrán finalizar sus posgrados y mayor dedicación de los investigadores ya formados, etc.
Pero si dejamos de lado estos aspectos objetivos, como se indicaba más arriba, encontraremos una discusión de índole algo más abstracta en la que entran en juego cuestiones en torno a la legitimidad y a la forma de la protesta.
Como suele ocurrir últimamente, los debates no tienen demasiados matices: la variante liberal se opone a todo acto de interrupción del paso sea en forma de toma, sea en forma de piquete, siempre y cuando no se trate de una protesta por inseguridad pues éste es el único caso en el que resulta legítimo postergar el derecho al libre tránsito.
La pregunta que quisiera hacerme es: ¿cuál es la razón por la que se ha extendido esta visión liberal a punto tal de transformarse en un atributo del sentido común? La respuesta está en el desarrollo de la cultura occidental y en una forma de entender la libertad que irrumpió en el siglo XVII y es lo que en un texto clásico Benjamin Constant llamó “libertad de los modernos”. Esta forma de libertad es acompañada por la gran revolución en la Física y afirma que el individuo es libre en la medida en que nada se interpone en su camino. Esta libertad como “ausencia de impedimento” es la que legitima el ideario liberal que observa al Estado como aquello que viene a inmiscuirse en el libre desarrollo de las decisiones individuales.
Tan enraizada está esta concepción en todos nosotros que muchas veces solemos olvidar que existe otra manera de entender la libertad y que, como contrapartida de la anterior, Constant llama “libertad de los antiguos”.
Se trata de la característica distintiva de la democracia ateniense. Ser libre no tenía que ver con la libertad individual sino con que el ciudadano pueda ser autónomo, esto es, darse su propia ley como participante de las decisiones de la Asamblea. Era clave en este sentido, la idea de que la identidad y la naturaleza humana sólo podía hacerse efectiva como perteneciendo a un colectivo social lo cual explica por qué el mayor castigo para un ateniense era el destierro, pena que, paradójicamente, muchos argentinos asustados por el cierre de Fibertel y por el cambio en la grilla de la televisión por Cable, verían con beneplácito.
Buena parte de la literatura de la Filosofía Política sigue girando en torno a estas dos formas de entender la libertad y a si existe alguna forma de poder complementarlas generando una suerte de híbrido entre las virtudes de la libertad moderna-liberal, útil para la defensa de las minorías y las virtudes de la libertad antigua-democrática, centrales para pensar una ciudadanía activa y empoderada.
Pero, claro está, los conflictos reales se parecen poco a los tecnicismos librescos o, en todo caso, suponen la introducción de una serie de variables que ninguna teoría podría sopesar. En este sentido, sin intención de soluciones fáciles ni salidas intermedias, sería bueno recordar a comunicadores y a representantes de cierto liberalismo conservador, por un lado, que es posible pensar una libertad distinta a la estrictamente individual y que no puede haber robusta democracia sin la participación activa de la ciudadanía en ámbitos donde circule la palabra, el debate, el conflicto y la inevitable imposición de mayorías. Por otro lado, también sería deseable advertir a aquellos que hacen de la lógica asamblearia y de la agudización de los conflictos un estilo de vida, que un rasgo distintivo de las democracias modernas es el respeto por las minorías y que la crisis de representación los afecta también a ellos especialmente en contextos donde la gran mayoría de los alumnos son indiferentes al resultado de asambleas cuya convocatoria muchas veces no alcanza a ser mínimamente significativa.
6 comentarios:
DANTE, ESTOY LEYENDO TU LIBRO. ME GUSTA POR AHORA, JAJAJA... UN ABRAZO
Lisandro: si por ahora te gusta, quedate ahí no avances más!! jajaja. Abrazo grande y gracias!!
Hola Dante, qué bueno que escribiste sobre este tema y de este modo.
Soy estudiante de filosofía y estoy intentando comprender qué es lo que está sucediendo en la facultad.
Lo que sucedió hoy (que, quienes toman la facultad y se jactan de tener voluntad para el diálogo, no permitieron que el consejo sesionara) me terminó de convencer que la toma, en este contexto, es una medida de fuerza autoritaria e intolerante que tiene como consecuencia la destrucción de la universidad como ámbito público de educación. Y el objetivo que tiene, lejos de ser la defensa de la educación pública, es darle lugar a partidos políticos atrofiados en su reflexión por su enquistada ambición de poder, e instalar fórmulas absurdas tales como "Macri = Cristina".
Ver la toma de este modo, lejos de producirme el bienestar que toda comprensión, por lo general, produce, me angustia. Porque, en los hechos, hace un mes que no tenemos clases y hace un mes que me pregunto qué hacer, cómo, cuándo... y no puedo evitar ir a las asambleas aunque salga siempre con la certeza de que la imposición, el egoísmo y la necedad están ocupando el espacio de reflexión que entiendo que queremos sostener quienes elegimos el camino de las ciencias sociales.
Escribo desde la más profunda indignación por la confusión y malestar que quienes toman la facultad están generando. Y lamento la poca consideración que tienen por la defensa y el cuidado de nuestros órganos democráticos e institucionales de funcionamiento.
Saludos.
Ana
Ana querida: yo lamento mucho lo que está pasando y creo, como vos, que la principal perjudicada es la universidad pública y sus alumnos. Desde que estoy en la universidad, incluso como estudiante nunca viví algo así. Te mando un beso grande
Dante, comparto el diagnóstico de la situación en Filo: con todas las diferencias que puedo tener con este gobierno (y ni hablar con el decano de la facultad), la realidad es que es el presupuesto educativo aumentó, hay más becas (CONICET y UBA) que nunca y el boicot que representa a estos adelantos la medida de fuerza es lamentable.
La verdad me gustaría que hubiera algún espacio en que estudiantes no agremiados y no alineados con la gestión pudiéramos expresar nuestra posición, mostrar que los 500 o 600 que ganan en todas las asambleas no nos representan y que la defensa de la educación pública requiere el levantamiento de las medidas de fuerza y la colaboración (crítica, pero colaboración al fin) en un proyecto de país y un proyecto educativo, y no en la radicalización cuasi hegeliana de conflictos marginales (ni hablar del hecho de pedirle a los contribuyentes del país que me paguen la pileta y las terrezas recreativas). Hubo iniciativas de graduados, pero nada de estudiantes.
Tal cual, es genial que los secundarios tomen las escuelas y les impidan a sus compañeritos tener clases, pero si lo hacen los universitarios es autoritario.
Besos
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