¿Hay una relación constitutiva entre peronismo y juventud? La respuesta es compleja pero está claro que hablar sin matices de una continuidad entre la juventud sindical del peronismo del 45, la juventud armada de los 70 y la juventud militante de hoy día sería impropio. Evidentemente ni el peronismo ni las juventudes son las mismas. Sin embargo, también es posible encontrar puntos en común pues aquella juventud que no dudó en tomar las armas y la actual, provienen de una clase media bien educada. Sin embargo, quizás por el clima de época posmoderno, a diferencia de aquellos, los actuales poseen una serie de demandas heterogéneas que pueden ir desde el reclamo de gas en el colegio hasta la reivindicación de la Ley de Medios y el Matrimonio igualitario. La comparación con aquellos jóvenes del 45, en cambio, es más difícil, pues se trata de una extracción social distinta en el marco de una cultura y una estructura productiva del país inconmensurable.
Pero quizás sea útil una pequeña ayuda conceptual de Ernesto Laclau, este últimamente denostado intelectual de izquierda que ha teorizado sobre la constitución de las identidades populares, algo evidentemente caro al peronismo. Laclau afirma que el pueblo no es una entidad preexistente sino una construcción que se va gestando a partir de la unión de demandas particulares insatisfechas. Esta insatisfacción supone un otro, el poder, el cual funciona como límite constitutivo para la formación de un “nosotros” bajo el paraguas del significante “pueblo” y ayudado por el surgimiento de personalidades carismáticas. Tal visión binaria de la sociedad, que tanto escozor trae a los defensores de la democracia del consenso, parece capaz de poder explicar por qué el apoyo de la juventud hacia el kirchnerismo apareció con tanta fuerza en el marco del conflicto con las patronales del campo pues la violencia con que los multimedios trataron el tema operó como un efecto unificador de lo popular, quizás tan importante como el que generó en el 45 ese “otro”, la oligarquía, que explotaba a los trabajadores. En este marco se evidenció que lo que consideramos “el poder” ya no está estrictamente en el Estado, sino en los intereses económicos que atraviesan la sociedad.
La juventud de hoy es distinta de la de ayer y el kirchnerismo, más allá de la liturgia, debe hacer frente a contextos y problemáticas que no son los de otrora. Sin embargo, se mantiene un relato en el cual existe un poder al cual reclamarle por las demandas insatisfechas. Ciertas imposturas, exageraciones o tonos épicos que no se condicen con el tamaño de la gesta, poco importan a la juventud en la medida en que se genere una mística transformadora. De todo esto podrá ser acusado el peronismo, pero cuando se levanta la cabeza y se observa quiénes están nerviosos, es posible entender el magnetismo de un espacio que aun siendo contradictorio y complejo, encara batallas por la justicia social contra los sectores mezquinos que nunca quieren soltar el cetro.
Pero quizás sea útil una pequeña ayuda conceptual de Ernesto Laclau, este últimamente denostado intelectual de izquierda que ha teorizado sobre la constitución de las identidades populares, algo evidentemente caro al peronismo. Laclau afirma que el pueblo no es una entidad preexistente sino una construcción que se va gestando a partir de la unión de demandas particulares insatisfechas. Esta insatisfacción supone un otro, el poder, el cual funciona como límite constitutivo para la formación de un “nosotros” bajo el paraguas del significante “pueblo” y ayudado por el surgimiento de personalidades carismáticas. Tal visión binaria de la sociedad, que tanto escozor trae a los defensores de la democracia del consenso, parece capaz de poder explicar por qué el apoyo de la juventud hacia el kirchnerismo apareció con tanta fuerza en el marco del conflicto con las patronales del campo pues la violencia con que los multimedios trataron el tema operó como un efecto unificador de lo popular, quizás tan importante como el que generó en el 45 ese “otro”, la oligarquía, que explotaba a los trabajadores. En este marco se evidenció que lo que consideramos “el poder” ya no está estrictamente en el Estado, sino en los intereses económicos que atraviesan la sociedad.
La juventud de hoy es distinta de la de ayer y el kirchnerismo, más allá de la liturgia, debe hacer frente a contextos y problemáticas que no son los de otrora. Sin embargo, se mantiene un relato en el cual existe un poder al cual reclamarle por las demandas insatisfechas. Ciertas imposturas, exageraciones o tonos épicos que no se condicen con el tamaño de la gesta, poco importan a la juventud en la medida en que se genere una mística transformadora. De todo esto podrá ser acusado el peronismo, pero cuando se levanta la cabeza y se observa quiénes están nerviosos, es posible entender el magnetismo de un espacio que aun siendo contradictorio y complejo, encara batallas por la justicia social contra los sectores mezquinos que nunca quieren soltar el cetro.
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