Diluyéndose la
fiebre papal, la agenda mediática volvió a cierta normalidad. Reaparecieron los
casos de inseguridad, la inflación y Guillermo Moreno. Pero la figura estelar
de los últimos días fue el dólar y una disparada de su cotización en el mercado
ilegal al que algunos denominan blue.
Según
la mirada de los economistas del establishment, la disparada del dólar blue obedece a la nueva disposición de
la AFIP que, con fines recaudatorios, elevó de 15 a 20% la retención a cuenta
de Ganancias para compras realizadas con moneda extranjera, algo que, sólo
puede entenderse en el contexto de las restricciones a la compra de la divisa
estadounidense. Por su parte, economistas menos ortodoxos señalan que se trató
de una corrida cambiaria en un mercado tan pequeño que la decisión de un
inversor mediano puede disparar hacia un lado o el otro una cotización que
obedece bastante, también, a la cara del comprador. Con todo, prácticamente la
totalidad de los economistas consideran que, poquito o mucho, el dólar blue incide pues, cuando menos, genera
incertidumbre en diversos actores económicos y altera mercados puntuales como
el inmobiliario, en el que los vivos de siempre, las inmobiliarias, siguen
publicando los precios en dólares para luego convertir a pesos según la
cotización que les plazca. Más allá de este mínimo acuerdo, podría dedicar esta
columna enteramente a mostrar la desproporción existente entre la importancia
objetiva de este pequeño mercado y la desmesurada cobertura mediática que de él
se hace, pero dejaré esa labor para los especialistas en economía y medios. Lo
que me interesa, más bien, es realizar algunas reflexiones en torno al modo en
que el lenguaje crea realidad y cómo buena parte de la disputa cultural que se
realiza en la arena pública tiene que ver con quién alcanza legitimidad para
nombrar, para bautizar con un determinado signo, las cosas.
Ahora bien,
usted dirá ¿qué tiene que ver la idea de un “lenguaje creador” con el dólar blue? La pregunta es pertinente y, si me
tiene paciencia, espero respondérsela al final de la nota.
En el ámbito
de la filosofía hubo que llegar hasta el siglo XX para que se tome real
dimensión del modo en que el lenguaje era un elemento esencial para el
conocimiento del mundo. Antes de ello, por supuesto, hubo reflexiones acerca
del lenguaje, por caso, las de Platón en el Crátilo
o los intentos de creación de lenguajes artificiales capaces de representar
el mundo tal cual es allá por el siglo XVII. Pero recién con lo que se llamo “giro
lingüístico”, la filosofía, y, con ella, disciplinas tanto humanísticas como
sociales, notaron que cualquier reflexión seria acerca de lo real y del sujeto
del conocimiento, tenía que atravesar el tamiz de una serie de tomas de
posición respecto a qué es y cómo funciona el lenguaje.
Está claro que cualquier manual de filosofía
del lenguaje lo explicará mejor que yo pero una pregunta central de este debate
podría resumirse en el interrogante acerca de si el lenguaje es simplemente un
espejo de lo real o si el lenguaje más bien constituye esa realidad. Dicho más
fácil: ¿existe el mundo y luego venimos nosotros a tratar de describirlo con
palabras o es que a través de la descripción que hacemos con nuestras palabras creamos
el mundo? La primera posición tiene como principal referente al pensamiento
neopositivista y la segunda puede derivar en un relativismo lingüístico por el
que, en última instancia, sea imposible comunicarse entre diferentes idiomas
puesto que los términos de uno constituyen una realidad intraducible a los términos
del otro. Ciertas pruebas a favor de ello han aparecido en los estudios
etnolingüísticos que muestran, por ejemplo, cómo la percepción de los colores,
un dato aparentemente insoslayable del mundo, depende de las categorías
lingüísticas que se posean. En otras palabras, los esquimales pueden captar
diferentes tipos de blanco porque tienen diferentes categorías para denominar
esas “gamas”, algo perfectamente entendible por la importancia que ese color
tiene en su hábitat.
Sin embargo, sin caer en una posición tan
extrema, diferentes pensadores como John Austin, John Searle, Jacques Derrida,
entre muchos otros, han trabajado sobre el modo en que existen determinados
enunciados que no son meramente descriptivos sino que crean una realidad.
Cuando un juez dice “los declaro marido y mujer” está estableciendo una
realidad inexistente que surge del acto de enunciación, algo así como lo que,
cuentan, habría hecho Dios cuando creó el mundo tras afirmar “Hágase la luz”. En
esta misma línea, Judith Butler, una pensadora feminista heredera de Michel
Foucault, por ejemplo, hace un especial énfasis en el modo en que el lenguaje
discriminador es creador de la discriminación. Esta línea de pensamiento es
seguida por, entre otros, el Instituto Nacional contra la discriminación, la
xenofobia y el racismo (INADI), haciendo fuerte énfasis en campañas para
cambiar nuestros modos de hablar. Pues decir, “negro”, “puto”, “puta”, son
formas de estigmatizar que se encuentran completamente naturalizadas y
conforman la base de una sociedad en que siguen existiendo formas de
discriminación.
Hecha esta apretadísima consideración
aplíquense algunas de estas ideas al fenómeno del dólar blue. El dólar blue es
una creación discursiva y su repetición le da una entidad que no merece.
¿Significa que no existe el mercado ilegal? Claro que existe, pero es su
nominación la que lo transforma en un dato a ser considerado. Una buena prueba
de ello es, justamente, que no se lo llama “ilegal” sino “blue”, lo cual le quita toda la carga negativa de lo que está fuera
de la ley. Sin duda, se podría objetar que sólo en el marco de restricciones de
acceso al dólar oficial tiene sentido hablar de “otro mercado”, pero nótese que
este “otro mercado” comienza a transformarse en el único. Pues lo más
interesante es que el lenguaje no sólo crea sino que también invisibiliza o sustituye. En este
sentido, estamos asistiendo a una etapa en la que el “dólar blue” pasa a ser denominado simplemente
como “el dólar”. Ahora, de repente, el dólar (oficial) a $5,10 ya no existe más
y el dólar (blue) es el que se toma
en cuenta a la hora de titular una noticia. Paulatinamente, lo “blue” va diluyéndose y la metáfora de lo
ilegal se va literalizando e internalizando de manera tal de instalar una nueva
realidad tendiente, claro, a plantear un escenario de incertidumbre capaz de
ofrecer el perfil ideal para cuantificar el mal humor de quienes se oponen al
control de cambio impuesto por el gobierno.
Después
podemos discutir si este tipo de medidas económicas son o no efectivas.
Incluso, de manera más específica, podemos preguntarnos si la decisión de la
AFIP en la previa a semana santa fue o no adecuada más allá de que existe
comprobación fidedigna del modo en que se fugaban dólares a través de
contubernios en los que muchas agencias de viaje eran cómplices. Incluso, con
los números en la mano, habrá que observar si este tipo de medidas afecta a
quienes tiene que afectar o acaba generando dificultades extra a quienes no son
los causantes de las fugas de divisas sino viajeros esporádicos de una clase
media que recuperó el poder adquisitivo y que se puede dar un gusto. Todo esto
se puede repensar con los datos de la recaudación desagregada y una vez que
haya transcurrido un tiempo razonable que permita una cierta mirada macro. Pero
problematizar este tipo de medidas y hasta, incluso, considerar que alguna de
ella puede ser, cuando menos, perfectible, no tiene que obturarnos la plena
conciencia de que cuando calculamos y reflexionamos sobre el valor del dólar,
también estamos dando una disputa discursiva que no es meramente declamativa,
sino que constituye esa cotidiana y siempre compleja realidad que nos toca
transitar diariamente.
1 comentario:
Los esquimales tienen 30 tipos de tonos de blanco porque les es útil.
Acá hay varios tonos de dólares, porque también le es útil a ciertos grupos concentrados.
Sería importante poner las cartas sobre la mesa, para que así, esos que viven en medio de la selva(el hombre de a pie que no hace transacciones en dólares todos los días) no se gasten en aprender 30 tipos de blancos que de poco les sirve.
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