Uno de los debates más interesantes de estos últimos años gira en torno a la necesidad de poder definir la identidad del kirchnerismo. Tal controversia involucra no sólo a sectores cercanos al gobierno deseosos de dar sentido a su pertenencia, sino también, claro está, a sectores críticos o visceralmente opositores ansiosos de identificar las características, el núcleo y los límites del adversario.
Sin embargo, el kirchnerismo, quizás tanto como lo fue en su momento el peronismo, aparece como un enigma o, en todo caso una identidad compleja, en proceso, abierta y vertiginosa. Se lo critica por derecha especialmente cuando pregona por un Estado activo, promueve leyes culturalmente progresistas y enfrenta la problemática de la inseguridad lejos de los cánones de la histeria impulsiva de la mano dura; asimismo, se lo critica por izquierda cuando se lo acusa de que la reivindicación de un Estado fuerte sólo promueve una burguesía nacional comprometida con el sistema capitalista, y se indica que su política de derechos humanos es sólo una mascarada que esconde la intención de reprimir y perseguir a los luchadores sociales. En esta línea, justamente, hace algunas semanas, la propia presidenta señalaba que si recibía críticas por derecha y por izquierda era, precisamente, por ser peronista y es en este punto donde me quiero detener pues tal afirmación interpela no sólo a esos vastos sectores que acompañan al gobierno (muchos de los cuales, por cierto, no son peronistas) sino también, obviamente, a sus detractores. En este sentido me resulta interesante hacer hincapié en algunas columnas de opinión aparecidas en las últimas semanas en los principales diarios y recoger algunas declaraciones en radio y televisión de referentes políticos.
Quizás los primeros en acusar al kirchnerismo de no ser peronista fueron aquellos sectores del partido justicialista que habían quedado postergados y decidieron “ir por afuera”. Sean duhaldistas, rodríguez-saaístas o ex menemistas, todos entendían que su supervivencia como referentes políticos dependía en buena parte de su capacidad para persuadir a los peronistas de que la identidad del partido no estaba representada por el kirchnerismo sino por ellos.
Ahora bien, tras las elecciones, esta bandera de “el verdadero peronismo” fue retomada por escribas y participantes asiduos de debates televisivos que parecen librar su propia guerra privada casi 40 años después. Aparece así la reivindicación de “el Perón del 73”, aquel líder que habría regresado herbívoro y con ánimos de reconciliación. Se trata, claro, de una interpretación que busca trazar una línea de continuidad con las exigencias actuales de diálogo y consenso que han funcionado como latiguillo en muchos de los referentes opositores. Por este camino van, por ejemplo, las columnas de Julio Bárbaro, un ex kirchnerista que actúa con toda la vehemencia de los conversos y Jorge Fernández Díaz, ambos desde el tradicional diario antiperonista La Nación. Pero algo similar ocurre desde Clarín con otro autoreivindicado peronista como Osvaldo Pepe. Podría decirse que los tres intentan hacer del kirchnerismo un hijo del setentismo montonero antes que una de las posibles derivaciones del peronismo del 45. En palabras de Julio Bárbaro para La Nación el 21/2/12 “La justa crítica a la demencia represora se revierte en adulación a la supuesta víctima, que termina siendo un héroe trágico sin culpa alguna que lavar. Estoy inmerso en este debate debido al papel que me tocó jugar en esa época y al absurdo de que terminen siendo ellos, los revolucionarios, los herederos de un peronismo al que desprecian. (…) El encuentro (…) entre (…) la presidenta Cristina Kirchner y los sobrevivientes de aquella gesta no es un detalle político: implica una peligrosa reivindicación de los errores del pasado”.
Algo similar aunque con una pirueta teórica más llamativa que interesante, hace Fernández Díaz, en su nota del 1/4/12 en el mismo diario, cuando afirma que los Kirchner son unos neo-setentistas, es decir, un grupo de sobrevivientes de los setenta cuyo prefijo “neo” lo merecen por haberse plegado a la “posmodernidad plebiscitaria” (SIC). Además, agrega el autor, en tanto son más izquierdistas que peronistas, representan “una forma sutil del gorilismo”. Todo esto, a su vez, para concluir que “embestidas contra la CGT y el peronismo plebeyo, con teorías del Nacional Buenos Aires, ésa es la batalla que de verdad se libra detrás de los fuegos artificiales y la furia de los atriles”.
Por último, en el mismo sentido va la ya célebre nota de Osvaldo Pepe, “Los ´imberbes´ de Aerolíneas” (Clarín, 12/3/12), en la que acusó a La Cámpora de “jóvenes imberbes” hijos de montoneros “identificados por el mismo gen” (SIC) que no es el del coraje sino “el de la soberbia”; corruptos que “No matan [pero] adoctrinan a jóvenes incautos y los intoxican con una falsa épica”.
Por último, el propio ex vicepresidente del partido justicialista y actual secretario de la CGT Hugo Moyano, intentó trazar esa distinción entre el peronismo y el kirchnerismo diferenciando los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, acción que, claro está, le resulta funcional para dar cuenta de las razones de su alejamiento del gobierno. Para Moyano, la presidenta habría cambiado su política respecto de los trabajadores, y La Cámpora, esto es, el “sujeto de la historia” cristinista que vendría a reemplazar a “los trabajadores de Perón”, le estaría “haciendo una cama”. Moyano, entonces, reivindica la figura de Néstor Kirchner por haber sido el que “les otorgó las paritarias”, a diferencia de su esposa que, al intentar ponerles un “techo”, invalida el sentido de tales negociaciones. Independientemente de las razones de estas declaraciones y otras mucho más sorprendentes que Moyano viene realizando y que ameritarían un artículo entero dedicado a la temática, me interesa detenerme algo más en esta especie de ruptura del recordado “doble comando” pues, como se verá a continuación, resulta pertinente a lo desarrollado aquí. Como usted sabe, antes de octubre de 2010 se indicaba que la actual mandataria era simplemente el rostro visible de un poder que la trascendía y que era el de su marido. Ahora bien, una vez muerto Kirchner, de la idea del doble comando se seguía que ella, aparentemente una mera ejecutora de decisiones ajenas, se quedaría sin iniciativa. Sin embargo, dado que esto no sucedió, aparecieron algunas ideas ad hoc y que pueden resumirse así: ella se liberó del poder despótico de su marido y ahora le da a su gobierno una nueva identidad que la distancia de sus viejos aliados y le imprime una ideología irreductible mucho más radicalizada que la de su pareja. De este modo, Néstor Kirchner aparece ahora como el “verdadero peronista” y ella como “la izquierdista”. Él sería el peronista por haber “regresado” al partido tras su aventura transversal, por entender que había que negociar con los barones bonaerenses y, por sobre todo, por tener una suerte de lógica pragmática de la política (esa que según la ocasión y la necesidad es tildada por los mismos críticos de “oportunismo a-ideologizado ambicioso de poder” o “habilidad para la negociación en busca de gobernabilidad”). En cambio ella sería ahora la que no dialoga, la que no escucha, la que antepone los principios al “me das esto y yo te doy aquello” propio de cualquier intercambio político. Ella sería la que se rige por un odio inoculado a jóvenes que son acusados o bien de venales o bien de vengativos.
En lo personal creo que resulta interesante discutir y resaltar similitudes y diferencias entre el kirchnerismo y el peronismo, e incluso abrir la discusión acerca de si el proceso actual supone una superación o bien una degradación de aquellos ideales. En este sentido, si bien ya se ha reflexionado desde esta misma columna de manera mucho más extensa sobre el tema, permítaseme simplemente decir, casi fuera de toda valoración, que aun dejando abierta la discusión en torno a la identidad kirchnerista, se debe reconocer que se trata de un fenómeno que se ha constituido en el marco del proceso democrático ininterrumpido más largo de la historia argentina, y que ese dato debe servir de advertencia para quienes intentan rescatar categorías, variables y sucesos del pasado que buscan oficiar de referencias explicativas para el presente. Así, quienes se acercan al fenómeno kirchnerista con tanta simplicidad, más que realizar aportes para la discusión pública parecen desnudar sus verdaderas motivaciones, esto es, disputas personales atravesadas por intereses presentes y pasados, recuerdos, pesadillas, fantasías y ciertas incomodidades sólo confesables con la almohada.
Sin embargo, el kirchnerismo, quizás tanto como lo fue en su momento el peronismo, aparece como un enigma o, en todo caso una identidad compleja, en proceso, abierta y vertiginosa. Se lo critica por derecha especialmente cuando pregona por un Estado activo, promueve leyes culturalmente progresistas y enfrenta la problemática de la inseguridad lejos de los cánones de la histeria impulsiva de la mano dura; asimismo, se lo critica por izquierda cuando se lo acusa de que la reivindicación de un Estado fuerte sólo promueve una burguesía nacional comprometida con el sistema capitalista, y se indica que su política de derechos humanos es sólo una mascarada que esconde la intención de reprimir y perseguir a los luchadores sociales. En esta línea, justamente, hace algunas semanas, la propia presidenta señalaba que si recibía críticas por derecha y por izquierda era, precisamente, por ser peronista y es en este punto donde me quiero detener pues tal afirmación interpela no sólo a esos vastos sectores que acompañan al gobierno (muchos de los cuales, por cierto, no son peronistas) sino también, obviamente, a sus detractores. En este sentido me resulta interesante hacer hincapié en algunas columnas de opinión aparecidas en las últimas semanas en los principales diarios y recoger algunas declaraciones en radio y televisión de referentes políticos.
Quizás los primeros en acusar al kirchnerismo de no ser peronista fueron aquellos sectores del partido justicialista que habían quedado postergados y decidieron “ir por afuera”. Sean duhaldistas, rodríguez-saaístas o ex menemistas, todos entendían que su supervivencia como referentes políticos dependía en buena parte de su capacidad para persuadir a los peronistas de que la identidad del partido no estaba representada por el kirchnerismo sino por ellos.
Ahora bien, tras las elecciones, esta bandera de “el verdadero peronismo” fue retomada por escribas y participantes asiduos de debates televisivos que parecen librar su propia guerra privada casi 40 años después. Aparece así la reivindicación de “el Perón del 73”, aquel líder que habría regresado herbívoro y con ánimos de reconciliación. Se trata, claro, de una interpretación que busca trazar una línea de continuidad con las exigencias actuales de diálogo y consenso que han funcionado como latiguillo en muchos de los referentes opositores. Por este camino van, por ejemplo, las columnas de Julio Bárbaro, un ex kirchnerista que actúa con toda la vehemencia de los conversos y Jorge Fernández Díaz, ambos desde el tradicional diario antiperonista La Nación. Pero algo similar ocurre desde Clarín con otro autoreivindicado peronista como Osvaldo Pepe. Podría decirse que los tres intentan hacer del kirchnerismo un hijo del setentismo montonero antes que una de las posibles derivaciones del peronismo del 45. En palabras de Julio Bárbaro para La Nación el 21/2/12 “La justa crítica a la demencia represora se revierte en adulación a la supuesta víctima, que termina siendo un héroe trágico sin culpa alguna que lavar. Estoy inmerso en este debate debido al papel que me tocó jugar en esa época y al absurdo de que terminen siendo ellos, los revolucionarios, los herederos de un peronismo al que desprecian. (…) El encuentro (…) entre (…) la presidenta Cristina Kirchner y los sobrevivientes de aquella gesta no es un detalle político: implica una peligrosa reivindicación de los errores del pasado”.
Algo similar aunque con una pirueta teórica más llamativa que interesante, hace Fernández Díaz, en su nota del 1/4/12 en el mismo diario, cuando afirma que los Kirchner son unos neo-setentistas, es decir, un grupo de sobrevivientes de los setenta cuyo prefijo “neo” lo merecen por haberse plegado a la “posmodernidad plebiscitaria” (SIC). Además, agrega el autor, en tanto son más izquierdistas que peronistas, representan “una forma sutil del gorilismo”. Todo esto, a su vez, para concluir que “embestidas contra la CGT y el peronismo plebeyo, con teorías del Nacional Buenos Aires, ésa es la batalla que de verdad se libra detrás de los fuegos artificiales y la furia de los atriles”.
Por último, en el mismo sentido va la ya célebre nota de Osvaldo Pepe, “Los ´imberbes´ de Aerolíneas” (Clarín, 12/3/12), en la que acusó a La Cámpora de “jóvenes imberbes” hijos de montoneros “identificados por el mismo gen” (SIC) que no es el del coraje sino “el de la soberbia”; corruptos que “No matan [pero] adoctrinan a jóvenes incautos y los intoxican con una falsa épica”.
Por último, el propio ex vicepresidente del partido justicialista y actual secretario de la CGT Hugo Moyano, intentó trazar esa distinción entre el peronismo y el kirchnerismo diferenciando los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, acción que, claro está, le resulta funcional para dar cuenta de las razones de su alejamiento del gobierno. Para Moyano, la presidenta habría cambiado su política respecto de los trabajadores, y La Cámpora, esto es, el “sujeto de la historia” cristinista que vendría a reemplazar a “los trabajadores de Perón”, le estaría “haciendo una cama”. Moyano, entonces, reivindica la figura de Néstor Kirchner por haber sido el que “les otorgó las paritarias”, a diferencia de su esposa que, al intentar ponerles un “techo”, invalida el sentido de tales negociaciones. Independientemente de las razones de estas declaraciones y otras mucho más sorprendentes que Moyano viene realizando y que ameritarían un artículo entero dedicado a la temática, me interesa detenerme algo más en esta especie de ruptura del recordado “doble comando” pues, como se verá a continuación, resulta pertinente a lo desarrollado aquí. Como usted sabe, antes de octubre de 2010 se indicaba que la actual mandataria era simplemente el rostro visible de un poder que la trascendía y que era el de su marido. Ahora bien, una vez muerto Kirchner, de la idea del doble comando se seguía que ella, aparentemente una mera ejecutora de decisiones ajenas, se quedaría sin iniciativa. Sin embargo, dado que esto no sucedió, aparecieron algunas ideas ad hoc y que pueden resumirse así: ella se liberó del poder despótico de su marido y ahora le da a su gobierno una nueva identidad que la distancia de sus viejos aliados y le imprime una ideología irreductible mucho más radicalizada que la de su pareja. De este modo, Néstor Kirchner aparece ahora como el “verdadero peronista” y ella como “la izquierdista”. Él sería el peronista por haber “regresado” al partido tras su aventura transversal, por entender que había que negociar con los barones bonaerenses y, por sobre todo, por tener una suerte de lógica pragmática de la política (esa que según la ocasión y la necesidad es tildada por los mismos críticos de “oportunismo a-ideologizado ambicioso de poder” o “habilidad para la negociación en busca de gobernabilidad”). En cambio ella sería ahora la que no dialoga, la que no escucha, la que antepone los principios al “me das esto y yo te doy aquello” propio de cualquier intercambio político. Ella sería la que se rige por un odio inoculado a jóvenes que son acusados o bien de venales o bien de vengativos.
En lo personal creo que resulta interesante discutir y resaltar similitudes y diferencias entre el kirchnerismo y el peronismo, e incluso abrir la discusión acerca de si el proceso actual supone una superación o bien una degradación de aquellos ideales. En este sentido, si bien ya se ha reflexionado desde esta misma columna de manera mucho más extensa sobre el tema, permítaseme simplemente decir, casi fuera de toda valoración, que aun dejando abierta la discusión en torno a la identidad kirchnerista, se debe reconocer que se trata de un fenómeno que se ha constituido en el marco del proceso democrático ininterrumpido más largo de la historia argentina, y que ese dato debe servir de advertencia para quienes intentan rescatar categorías, variables y sucesos del pasado que buscan oficiar de referencias explicativas para el presente. Así, quienes se acercan al fenómeno kirchnerista con tanta simplicidad, más que realizar aportes para la discusión pública parecen desnudar sus verdaderas motivaciones, esto es, disputas personales atravesadas por intereses presentes y pasados, recuerdos, pesadillas, fantasías y ciertas incomodidades sólo confesables con la almohada.
5 comentarios:
La identidad del kirchnerismo = son los mismos menemistas de siempres que asustados por el 2001 se tuvierno que disfrazar con el pañuelo de las Madres.
dante, cuándo sale tu próximo libro "el adversario"? Lo vi anunciado por Biblos.
saludos,
Va a estar primero en la feria del libro en el stand de Biblos y unas dos semanas después en todas las librerías. Gracias por el interés. Abrazo
Gracias por la respuesta Dante. Ahí estaremos comprándolo. Si lo presentás en la feria avisa después.
Un abrazo para vos,
Leandro
Dale Leandro. En la feria seguro estaré una noche firmando libros. Avisaré vía redes sociales. Abrazo grande y gracias por interesarte
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