Se termina el que hasta ahora ha sido el peor año de la
administración de Macri y aun cuando en el 2019, los dólares que adelantara el
FMI pudieran evitar otra crisis macroecónomica, se descuenta que los cuatro
años de Macri finalizarán sin ningún indicador que suponga una mejora respecto
de 2015. Efectivamente, en año de elecciones, la mejor noticia que podrá dar el
gobierno es, con suerte, que se está mejor que el peor año de los últimos
quince.
De aquí es de suponer que la campaña de Cambiemos agitará
fantasmas, girará en torno a valores, abundará en sloganes vacíos a los cuales
nadie podría oponerse como “la lucha contra el narcotráfico”, y contará con el
clásico de todo oficialismo: mostrar las obras y decir “ahora vamos por más”.
Entiendo también que el gobierno hablará de “Seguir cambiando” porque el
“Cambiemos” puede servir cuando querés decir que el problema es el oficialismo pero,
cuando sos vos el oficialismo, el riesgo es que una ciudadanía capaz de morir
de literalidad entienda que ahora, al que hay que cambiar, es a Macri.
Asimismo, en el gobierno se acentuará la victimización y la
pasión por el comentario. Es que al gobierno las cosas le pasan, dice que
quiere pero que no ha podido, que los problemas de los primeros dos años se
debían a la herencia y que los problemas de los segundos dos años obedecen al
temor de que regrese la dueña de la herencia. Es un gobierno espectador. Sin
embargo, lo saben, claro, el discurso de la impotencia no se puede extender en
el tiempo porque aún cuando la estigmatización hacia el espacio opositor le
haya permitido al oficialismo seguir teniendo expectativas de cara a las
próximas elecciones, la ciudadanía no votará impotentes indefinidamente.
En este sentido, en el oficialismo dirán que el verdadero
gobierno de Macri es el que está por venir; que ya han acomodado los presuntos
desajustes del kirchnerismo y que necesitan otros cuatro años para que la
Argentina despegue de una vez. El segundo semestre será así, el décimo, aunque
probablemente “segundo semestre”, más que una descripción basada en datos, pase
a la posteridad como la frase que denota un progreso que se promete pero nunca
llega. Parafraseando a Eduardo Galeano, para quien la utopía es como el
horizonte, esto es, resulta inalcanzable pero sirve para que sigamos caminando,
el segundo semestre en el macrismo, es la promesa de salvación que intenta
convencer a la mayoría de la población que siga caminando aun cuando antes del
horizonte lo primero que encuentre sea, probablemente, el abismo.
Lo que sí ha perdido el oficialismo, y no creo que pueda
recuperar, es el monopolio de la expectativa de futuro que tuvo incluso siendo
gobierno. Y eso es un problema porque si en política no ofreces futuro es
difícil que te voten. Es que la ciudadanía necesita, aun cuando sea una
flagrante mentira, un ideal, alguien que le diga que algo va a cambiar porque
en las sociedades actuales nos invitan a que todos formemos parte de alguna
minoría indignada que pida que algo cambie. El malestar en la cultura está en
carne viva y sobre todo es un malestar de la desjerarquización porque toda
indignación y toda reivindicación vale lo mismo: es igual un señor amenazando
con escrachar a un seguridad privado por no responder por qué el Papá Noel de
un shopping se retiró diez minutos antes del horario indicado, que una
movilización popular exigiendo alimentos después de que se conociera un aumento
en la pobreza y la desocupación. Se trata de gente enojada por algo pidiendo
cosas. Presentado así, el periodismo agradece, máxime si la noticia viene
acompañada de un video casero.
Mientras tanto, los legisladores de todas las fuerzas
políticas responden espasmódicamente a la agenda de las redes y los medios. Lo
presentan como capacidad para dar cuenta de las demandas, como un intento de
dar respuesta, y no es otra cosa que improvisación y puesta en escena para una
opinión pública que la semana que viene se indignará por otra cosa. ¿Los
legisladores de todos los partidos están bajo esta dinámica? Me temo que sí,
incluso los legisladores que nos gustan. Es que de tanta corrección política,
de tanta supuesta escucha, la política se olvidó de hablar y los dirigentes
parecen haberse olvidado de dirigir.
E insisto en que esto es un problema de toda la dirigencia
política. De hecho, en el ámbito de la oposición, lo único que se discute es si
se van a juntar o si CFK se va a presentar. Nadie sabe para qué se juntarían,
más allá de ganarle a Macri, lo cual, por cierto, claro está, no sería un
objetivo menor y mejoraría la vida de mucha gente. Pero retomando lo dicho
párrafos atrás: ¿qué propuesta de futuro brinda la oposición? ¿Alcanza con
decir “venimos a acabar con uno de los peores gobiernos de la historia” y luego
transformarse en comentaristas de los comentaristas que administran el Estado? ¿Alcanza
con afirmar “venimos porque dijimos que íbamos a volver”, o ser dirigente
supone además explicar para qué se quiere volver?