Alberto, quien había cedido el
gobierno a Massa, confirmó la semana pasada que se baja de aquello a lo que
sólo él pensó estar subido. A tono con los tiempos, Alberto era un candidato
autopercibido. Ahora su triunfo es impulsar unas PASO mientras afirma que nadie
debe ser puesto a dedo, es decir, nadie debe ser designado como fue designado
él. “La democratización de los partidos c’est
moi”.
Para los meses que vienen
deberemos acostumbrarnos a un Alberto que nos relate por qué no pudo. A eso
podrá reducirse su gobierno, en el mejor de los casos, esto es, si no vuela por
el aire de acá a diciembre. Aspira a que unos libros de historia benevolentes
lo recuerden como el presidente que tuvo mala suerte; que todo pueda reducirse
al meme de Alberto preguntando “¿y ahora qué pasó?”
El del kirchnerismo es un caso
curioso: tiene que dejar de ser kirchnerismo para ganar y por eso debe ofrecer una
fórmula liderada por un no kirchnerista; así les exige a sus votantes lo que
nadie exige, esto es, la racionalidad, la sofisticación y el sacrificio que
pocos de los dirigentes practican. Votar cualquier cosa para evitar que vuelva
la derecha, incluso derechizarse para que no gane la derecha. Porque nuestro
candidato puede ser de derecha, pero es nuestro candidato.
Todo hace suponer que el
kirchnerismo le pedirá a sus votantes que voten a Massa. Un amigo me decía que
una fórmula “Massa-Wado” fonéticamente sonaría “más aguado”. ¿Acaso una
definición del kirchnerismo que viene? ¿Hay kirchnerismo más aguado todavía?
¿Por qué sería diferente esta vez? Había que votar a Scioli porque, total,
estaba el perro guardián Zannini detrás garantizando el control sobre el
eventual presidente. No alcanzó. Luego había que votarlo a Alberto porque, para
que no queden dudas, está la propia Cristina detrás. No alcanzó para gobernar.
¿Ahora habrá que votar a Massa? Por cierto, después de la experiencia de
Alberto, ¿qué es lo que garantiza el kirchnerismo estando “detrás”?
Independientemente de estas
preguntas, con Massa como candidato apoyado por el kirchnerismo, difícilmente
haya una PASO, pues la interna estaría resuelta. El albertismo hará una épica
de las PASO con algunos actos para tratar de negociar algún lugar en la lista,
pero no mucho más. Con el oficialismo alcanzando un candidato de consenso, es
posible que hasta JXC trate de eliminar la disputa interna y llegar a una única
fórmula, aunque hoy parezca imposible. Pero el miedo, que en política se llama
“Milei”, no es zonzo. Por cierto: ¿unas PASO donde ninguno de los principales
candidatos enfrenta una interna? Todo es posible con tus impuestos, dirían en
Twitter.
Mientras tanto siempre se espera
que Ella hable y me recuerda aquella obra maestra de Ionesco, Las Sillas, en la que dos ancianos esperan
con enorme expectativa al Gran Orador que vendrá a dar un mensaje salvador mientras
acomodan las sillas del salón para invitados que son todos invisibles. Durante
la obra se espera la llegada de El Gran Orador y cuando todos imaginamos que
será una suerte de Godot que nunca viene, el Gran Orador aparece. El punto es
que, al llegar, el Gran Orador es sordomudo y no puede hablar.
CFK puede hablar y, de hecho, es
de las pocas figuras de la política que tiene cosas para decir. Es, además, por
lejos, la mejor oradora de la política argentina, pero en los últimos años ha
adoptado un carácter oracular y nos toca adivinar qué piensa y qué quiere…
Quienes la siguen generan alrededor de ella una gran expectativa en cada uno de
sus mensajes, los cuales son siempre atrayentes. Pero quizás ella ya ha dicho
todo y, sobre todo, parece haber dicho lo más importante en este momento, esto
es, que no será candidata. ¿Hasta cuándo seguirán instalando que está a punto
de anunciar su candidatura?
Materia de otra nota podría ser indagar
en las razones por las que ella decide brindar sus mensajes a través del
formato de clases magistrales porque así parecería confirmar que el
kirchnerismo está más cómodo en la universidad que afuera de ella. Pero CFK
ganó las elecciones por cómo gobernó y no por ser una analista política o
económica. Entonces no hacen falta “clases magistrales”. Hace falta gobernar.
Desconocemos las razones profundas de este cambio. Quizás se trate de la
deformación propia de una etapa en la que gobernar ya no es poblar sino
comentar.
La invocación del nombre
“Cristina” disimula la falta de cuadros y de ideas tras 20 años de kirchnerismo;
CFK lo plantea siempre que puede y lo planteó el jueves en La Plata. También
aclaró que el capitalismo es el modo de producción más eficiente y, citando a
Perón, expresó que no se trata de ir contra el capitalismo sino de tener en
claro quién conduce ese proceso. Fue el momento de mayor silencio, quizás. Es
que a veces la Cristina real dice cosas que no se condicen con la Cristina
mítica creada por propios y extraños.
Pero luego un poco más de lo
mismo: todo se reduce a una discusión acerca de la propiedad de la lapicera (como
si el problema de Alberto solo hubiera sido su indecisión); y al acuerdo con el
FMI. Guzmán pasó de ser el buda sabio amigo de Stiglitz, al agente encubierto
del neoliberalismo. En el mientras tanto, el kirchnerismo muta en “troskokirchnerismo”.
-¿Cuál es el plan? -No al FMI. -Pero, ¿cuál es el plan? -No al FMI.
A todo esto, el pedido de
votantes, militantes y hasta funcionarios de primera línea es que Alberto,
Cristina y Massa se reúnan. Del pimpinelismo de los mensajes cruzados entre el
presidente y la vice, a la política en modo nostalgia ricotera resumida en el
cantito a toda banda de rock que se separa: “Solo te pido que se vuelvan a
juntar”. Nadie sabe para qué. Pero recordemos que la diferencia es que aquí no
queremos un último show, o “un último baile” como se dice ahora. Se trata de
gobernar como adultos.
Lo que queda del gobierno de aquí
en más se reduce a evitar que todo explote. Adelantos de dinerodel FMI, swap de
monedas, tasa efectiva anual de 140%, eventual recesión por falta de dólares
para importadores, dólar soja N° “1000” al precio que quieran, Maratea haciendo
una colecta. Solo llegar. Como sea. Pero llegar. Nada más.