Una
sirenita negra; un beso entre lesbianas en Lightyear; un Obi Wan presuntamente bisexual;
el personaje de Hades en Hércules y el Hombre de Hielo saliendo del armario; una
pareja de varones homosexuales en Pato Aventuras; el reemplazo de Splash Mountain,
acusada de representar estereotipos racistas, por una atracción acuática basada
en la primera película de Disney con una princesa negra. Estos son solo algunos
de los cambios realizados por Disney en sintonía con la perspectiva woke que hegemoniza culturalmente a Occidente
en la actualidad.
Lejos ha
quedado aquel tiempo en que Walt Disney era acusado de incluir contenido
racista y antisemita en sus dibujitos animados. De hecho, hasta parece una
pieza de museo aquel famoso libro de 1972, Para
leer al Pato Donald, donde desde un punto de vista marxista, Dorfman y
Mattelart advertían el modo en que, a través de las caricaturas, Disney era
funcional a la ideología dominante del imperialismo estadounidense.
Con todo,
quizás quepa decir que su función de transmisor de la ideología dominante se
mantiene; en cualquier caso, lo que ha cambiado es el contenido de la ideología
dominante. Pero dejando a un lado este punto, la cruzada de Disney se apoya
también en intervenciones públicas de varios de sus directivos. El año pasado,
por ejemplo, la directora general de contenidos de la corporación, Karey Burke,
afirmó que desea, para un futuro próximo, que la mitad de los personajes de Disney
pertenezcan a la comunidad LGTB. Lo hizo tras presentarse como líder y madre de
un niño transgénero y un niño pansexual. Evidentemente, Burke se ha tomado muy
en serio esto de que lo personal es político.
Sin embargo, lo que ha agitado las aguas hasta un
terreno insospechado, fueron las declaraciones, realizadas en marzo de 2022, de
quien era el director ejecutivo de la corporación, Bob Chapek. En aquel momento, Chapek expresó
públicamente su decepción tras la aprobación del
proyecto de ley HB 1557 de Florida. Se trata de una ley cuyos detractores
denominan peyorativamente “La ley ‘No Digas gay’”, por la cual se prohíbe
a los distritos escolares la enseñanza
de orientación sexual e identidad de género hasta el tercer grado
escolar.
A partir
de allí comenzó una guerra sin cuartel entre Disney y el impulsor de la medida,
nada más y nada menos que el gobernador de la Florida, Ron DeSantis, candidato
firme a disputarle el liderazgo del partido republicano a Trump. El enfrentamiento
con la corporación Disney es tal que DeSantis lo ubica como uno de los ejes de
su reciente libro, The Courage to Be Free,
un texto típicamente de campaña.
Tras
la oposición de Disney, DeSantis avanzó con la eliminación del distrito
especial sobre el cual operaba la compañía, el Reedy Creek Improvement District,
estableciendo de esa manera el fin de la autonomía de hecho que tenía Disney
sobre las miles de hectáreas donde se encuentran ubicados sus famosos parques
temáticos. “Hoy el reino corporativo llega a su
fin” había declarado el gobernador en aquel momento.
Sin embargo, como les indicaba, la disputa continúa. De hecho, días
atrás, de gira por Carolina del Sur, el republicano afirmaba: “A la izquierda
no le gustó lo que hicimos, a la prensa corporativa tampoco le gustó, a Disney
mucho menos. Es posible que hayan dirigido Florida durante 50 años antes que yo
entrara en escena, pero ya no dirigen Florida”.
Si bien en este caso el conflicto se
restringe a un Estado, un enfrentamiento semejante entre una corporación y los
sectores más conservadores tiene como antecedente inmediato el ocurrido el año
pasado en ocasión de la decisión de la Corte Suprema de los Estados Unidos que abrió
la puerta para que muchos Estados dieran marcha atrás con la legalización del
aborto. En aquel momento, varias decenas de las más importantes compañías se
opusieron públicamente a la medida y automáticamente establecieron que, en caso
de que alguna de sus empleadas así lo requiriera, pagarían los costes de
eventuales traslados hacia Estados donde el aborto no estuviera penado.
Sin entrar en valoraciones acerca de
los ejes de los conflictos aquí mencionados, lo que resulta evidente es que las
corporaciones han abandonado abiertamente la neutralidad que otrora fuera una
bandera distintiva. Una vez más, se puede discutir si esto es bueno o es malo,
pero es un hecho.
Sin embargo, lo que también es un
hecho, es que este giro ideológico hacia lo políticamente correcto tiene las
limitaciones propias de la agenda woke.
En otras palabras, las corporaciones abrazan la agenda de toda minoría que ande
por allí para pasar por alto una agenda algo más incómoda: la de los derechos
laborales.
Sin ir más lejos, en febrero de este
año, Disney anunció que despedirá a 7000 empleados. Entendemos que, a
diferencia de lo que sucede en sus contenidos, esta vez el color de piel y la
sexualidad no desempeñarán ningún rol y que se los va a echar en tanto
trabajadores, lo mismo da si son blancos, negros, gays o heteros. Lo comercial
no es personal en este punto.
Asimismo, el énfasis en la agenda de
las minorías contrasta tanto con la casi nula protección en lo que a
legislación laboral refiere, que otra mega corporación, Amazon, cuyos
contenidos también han sucumbido a las nuevas tendencias ideológicas, fue
noticia en 2021 cuando los trabajadores denunciaron prácticas por fuera de la
ley para evitar la sindicalización en uno de sus depósitos de Alabama. A esto
se deben sumar los antecedentes que Amazon tenía contra la sindicalización en
Barcelona y en otras ciudades europeas, lo cual incluyó hasta la contratación
de expolicías para realizar espionaje ilegal sobre los principales referentes
de las protestas.
De esta manera, mientras Amazon
ofrecía hasta USS 4000 de cobertura para aquellas empleadas que pretendieran
realizarse un aborto, hacía todo lo posible, legal e ilegalmente hablando, para
que varones, trans, negros, blancos,
latinos, gays, pansexuales, y, claro está, mujeres, no pudieran sindicalizarse.
Evidentemente, es más barato pagar un aborto que una licencia por maternidad.
Para concluir, entonces, es probable
que, en la medida en que continúe sin afectar sus intereses comerciales,
corporaciones como Disney sigan regalándonos productos acordes a la cultura
biempensante mientras fustigan a los candidatos de derecha. De aquí que las
sirenitas serán negras, asiáticas, latinas, lesbianas o trans. Incluso hasta
puede que el guion incluya un aborto de sirenita. Todo será posible menos una
cosa: que la próxima sirenita sea un trabajador sindicalizado protestando
contra un Poseidón que ha decidido echarla del mar.
Disney sigue siendo funcional a la ideología dominante del capitalismo.
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