Un fantasma recorre Occidente: el
fantasma del transgenerismo. Así podría rezar un eventual manifiesto queer para este siglo XXI donde las
antiguas disputas se resignifican.
Si nos centramos en el caso
español, junto a la ley del “solo sí es sí”, la denominada “ley trans” es una
de las iniciativas gubernamentales que más controversia viene generando, tal
como ha quedado evidenciado este último 8M en el que dos bloques claramente
diferenciados hicieron oír sus reivindicaciones. Si bien como sucede en otras
partes del mundo, la agenda LGTB+ ha sido criticada por sectores de derechas, lo
cierto es que, tal como reflejara Marcos Ondarra en The Objective apenas unas semanas atrás, https://theobjective.com/espana/politica/2023-02-05/informe-trans-multiplicado-espana/ , son
sectores feministas los que más advertencias están realizando sobre la
incentivación a la hormonización temprana y sobre lo que eventualmente sería
una suerte de sobrediagnóstico o, según ellas, un fenómeno de posible contagio
social que se evidenciaría en comunidades donde las consultas de personas trans
habría aumentado hasta un 10000% en 5 años.
Según estas organizaciones
feministas, este fenómeno sería parte de una tendencia hacia el “borrado” de
las mujeres que se observaría en toda una terminología que ha subsumido a las
mujeres biológicas a categorías tales como “cuerpos gestantes” y/o “cuerpos menstruantes”,
nociones que apenas unos años atrás habrían sido consideradas insultantes y
que, paradójicamente, en tiempos donde todo es una construcción social, suponen
un reduccionismo ramplón a categorías biologicistas.
Dicho esto, quisiera dar un paso
más allá para hacer énfasis en un elemento que suele pasarse por alto en el
debate. Me refiero a la que finalmente es la base, llamemos, “filosófica” del
asunto, esto es, la idea de que la identidad de las personas depende de su
autopercepción: se es lo que cada uno percibe ser.
El hecho de que el criterio
último para determinar lo que somos sea estrictamente subjetivo, surge de
ciertas particulares relecturas de autores franceses y posestructuralistas no
siempre del todo bien realizadas, por cierto. Pero también tiene antecedentes
en el romanticismo y, sobre todo, en Descartes, el pensador acusado de ser “el
creador del yo moderno” a partir del famoso “pienso, luego existo”.
Ahora bien: ¿alcanza que una
mujer biológica se sienta varón para que sea un varón? La novedosa teoría queer diría que sí porque, al fin de
cuentas, el género es una construcción social y en tanto tal se podría, para
decirlo en los términos de moda, “deconstruir”.
Llegados a este punto aparecen
algunas objeciones obvias. Por ejemplo: ¿por qué no admitir la autopercepción
como criterio al momento de definir la raza/etnia, la edad y hasta incluso la
nacionalidad? En otras palabras: ¿por qué es posible nacer biológicamente varón
y autopercibirse mujer pero no es posible nacer blanco y autopercibirse negro
(y viceversa)? Al fin de cuentas, si la biología no va a cumplir ningún rol, la
raza/etnia sería otra construcción cultural pasible de ser “deconstruida”. Lo
mismo sucedería con la edad, elemento que más allá del dato “objetivo” de las
vueltas que da la Tierra alrededor del sol, está cargado de aspectos culturales
y simbólicos enormes en torno a qué es ser un niño, un joven, un adulto y un
viejo. Por último, ¿hay algo más político que la nacionalidad? Sin embargo, al
menos hasta ahora, la agenda progresista no acepta el criterio de
autopercepción para estos otros aspectos que también resultan determinantes
para la identidad de las personas.
Con todo, todavía no hemos
llegado al punto central: se dice que la subjetividad de las personas está
determinada por múltiples dispositivos opresivos entre los que se puede
mencionar el género pero también la clase social, la raza, etc. Esto significa
que nuestro yo y nuestras decisiones están atravesadas por estos dispositivos
por más que no seamos conscientes de ello. Marx, Nietzsche, Freud, Foucault,
etc. son algunos de los grandes pensadores que observaron esto de una u otra
manera desde sus propias teorías e hicieron grandes aportes en ese sentido. Sin
embargo, la autopercepción respecto al género parece no estar sujeta a las
determinaciones. Es como si de repente nuestro yo se despegara de sus ataduras
y de sus condicionamientos para elegir completamente libre de su cuerpo y de su
historia, en este caso, su género.
La identidad de género aparece así
como una suerte de epifanía independiente de la materialidad del cuerpo, una
revelación metafísica que irrumpe y que no admite determinaciones históricas; o,
lo que es peor: una suerte de fantasma que está detrás del yo condicionado y
que de repente se despoja de todo “rebelándose para revelarse”.
Esta idea de una identidad que
prescinde completamente de la biología, nos remonta como mínimo al famoso
dualismo del antes mencionado Descartes, el cual, como ustedes recordarán,
afirmaba la existencia de dos sustancias completamente separadas: lo que
podríamos llamar “el alma” o “la mente” (la “res cogitans”), y el cuerpo (la “res extensa”). La primera es esencial para determinar la identidad
de la persona y es el yo el único que puede tener acceso privilegiado a esos
procesos mentales; en cambio, el cuerpo está sometido a las leyes mecánicas de
la física y no es más que una suerte de máquina que debe ser “animada” por el
alma/la mente. Sobre esta base es que, de la mano de Gilbert Ryle hacia fines
de los años 40, se dice que para Descartes el alma es una suerte de “fantasma
en la máquina” y es esto lo que parece estar en los fundamentos de la teoría queer sin que muchos lo hayan observado.
Es más, en un tiempo donde se
dice que Trump y Bolsonaro solo pueden ganar gracias a la manipulación
realizada a través de fake news, la
autopercepción para elegir el género permanece intocable y es incontrovertible.
Nada ni nadie condiciona ni es capaz de manipular esa decisión; el yo puede
equivocarse siempre salvo cuando “decide” qué es.
El género, para una pensadora de
la línea queer como Judith Butler, es
una construcción sedimentada originada en una repetición de performances
determinadas por el heteropatriarcado pero, de repente, como se puede observar
en una noticia que ha circulado esta semana en diversos medios españoles, un
nene de 4 años cuyos padres dicen que actúa como mujer desde los 2 años, es
acompañado a transicionar por unos progenitores que dan por hecho que las
manifestaciones de un ser humano de esa edad deberían ser controvertibles,
salvo en lo que respecta a la identidad de género. ¿De dónde apareció ese yo en
forma de “niña oculta” tan “claro y distinto”? No lo sabemos.
Para concluir, entonces, nada de
lo dicho aquí debiera entenderse como un argumento en contra de los derechos de
las personas que forman parte del colectivo LGBT+; menos aún se trató de una
reivindicación de la biología sin más por la sencilla razón de que entendemos que
la biología no puede explicarlo todo y especialmente porque, dicen, la biología
se volvió de derechas. Simplemente se intentaron plantear algunas de las dificultades
al momento de la justificación de la autopercepción como criterio definitivo;
dificultades teóricas que, naturalmente, la política pasa por alto en su afán
de sacar tajada apremiada por los tiempos electorales pero que es probable que
a la larga vayan en detrimento de los sectores a los que se ha intentado ayudar.
Un fantasma recorre Europa.
Quitémosle la sábana y veamos quién está detrás.
Sólo los Estados Nación fuertes pueden oponerse al capitalismo financiero globalizado.
ResponderEliminarPor eso hay que destruir su cohesión desde dentro.