Si ya es un lugar común decir que
las categorías de derecha e izquierda son incapaces de explicar la gran mayoría
de los fenómenos de la política en la actualidad, otro tanto deberíamos decir
de nociones caras al periodismo como objetividad, fuentes confiables, verdad,
contrato con la audiencia, etc., todas ellas sacrificadas ante el nuevo modelo
de negocios del clickbait.
Como ustedes saben, el clickbait es una técnica de manipulación
para atraer a los usuarios, muchas veces con títulos sensacionalistas o con
encabezados que no informan, sino que funcionan como una suerte de adivinanza
cuya resolución podremos descubrir ingresando al artículo. Algunos sitios web
han hecho de este formato un culto pero incluso en plataformas profesionales de
noticias su utilización es cada vez más frecuente: “Entró a su casa y vio lo
que nunca imaginó” es uno de los tantos ejemplos en los que el lector,
atravesado por la curiosidad, ingresa al link,
y puede encontrar allí desde la historia de una joven que subió un video a
tiktok mostrando cómo el perro le comió una zapatilla en su casa en Alabama,
hasta la replicación de una nota de un presunto medio de noticias de la India
indicando que una anciana fue testigo de cómo unas hormigas gigantes estaban
llevando un plato de arroz hasta su hormiguero. Cualquier cosa. Pero si hay click hay monetización.
Indagar en las causas de este
proceso es más difícil que describirlo, pero convengamos que cuando la
velocidad reemplazó a la verdad, el modo de hacer periodismo cambió y el
servicio de brindar información veraz y objetiva fue reemplazado por el de
brindar contenido con rapidez. No importa cuál. Solo importa que sea rápido.
A propósito de ello, un libro al
que suelo recurrir cada vez que investigo sobre estas problemáticas, es el de
Ryan Holiday, titulado Confía en mí,
estoy mintiendo. El subtítulo, como debe ser, es bastante ilustrativo: Confesiones de un manipulador de medios.
Efectivamente, eso es Holiday y en este libro publicado hace ya 10 años,
explica las diversas técnicas que ha utilizado para manipular la opinión
pública aprovechándose de este modelo de negocios “a merced de fraudes,
exageraciones, falsificaciones y otros mil delitos contra la verdad”.
A lo largo del libro, Holiday cuenta
cómo incide en las guerras por la edición de los perfiles de Wikipedia manipulando
estos a favor o en contra de un personaje o de una empresa; el modo en que hace
circular falsos rumores o denuncias falsas a través de redes o incluso de
periodistas que, a veces sin mala fe, las replican; cómo extorsionaba a los
afectados sabiendo que lo peor que podían hacer ante las falsas acusaciones era
responder a las mismas, etc. La lista de manipulaciones es infinita y más allá
del arrepentimiento del protagonista, lo que resulta más interesante son los
aspectos conceptuales por los cuales él considera que este tipo de prácticas ni
siquiera son funcionales al modelo, sino que directamente son el modelo actual de la información.
Entre los interesantes aportes,
por motivo de espacio, me centraré en lo que Holiday llama “periodismo
iterativo”. Según el autor, el periodista iterativo “alza las manos, afirma
carecer de información e informa cualquier cosa que haya oído como si fuera una
noticia”.
Para fundamentar su posición,
entrevista a lo largo del libro a los dueños y/o referentes de algunas de las
más importantes plataformas de noticias del mundo cuyas opiniones podemos
resumir en este párrafo:
“Como afirmó Jeff Jarvis: ‘Online, solemos publicar primero y
revisar después. La gente de la prensa ve sus artículos como productos acabados
de su trabajo. Los blogueros ven sus posts
como parte del proceso de aprendizaje”.
Aclarando que por “blogueros”
aquí deberíamos entender “periodistas de plataformas online”, concluyamos el pasaje citado:
“Este ‘proceso de aprendizaje’ no
es una búsqueda epistemológica. Dejando artimañas de lado, Michael Arrington,
de TechCrunch, lo dice sin rodeos: ‘Hacerlo bien es caro; hacerlo primero es
barato’”.
Este punto es esencial porque
aquí aparece la variante de la precarización laboral del periodista: los costos
no cierran de modo que es necesario cada vez menos mano de obra y más barata,
al menos hasta que la inteligencia artificial pueda hacer circular sus propios
rumores y operaciones de prensa. Esta circunstancia sumada a una competencia
feroz contra otras plataformas y contra usuarios que hacen las veces de
periodistas o simplemente comparten algo con valor informativo, es lo que
explica que hacerlo primero sea más barato aunque en ese apuro se esté sacrificando
todo lo que debería importar al momento de brindar una noticia.
El ejemplo más burdo de esta
dinámica es la nueva moda de “notas en proceso”, lo cual no es otra cosa que el
reconocimiento de que se está publicando algo lo más rápido posible sin tiempo
físico para chequear las fuentes y por el solo hecho de llegar primero no se
sabe bien a qué, porque a la verdad se suele llegar tarde decía algún filósofo
por allí.
Esto es, además, muy peligroso
porque como el propio Holiday indica, hay numerosos estudios que muestran que
una gran mayoría de los usuarios son proclives a reproducir la primera versión
de una noticia antes que su eventual rectificación, máxime si la primera
versión es una denuncia contra alguien o contra una empresa. Esto a su vez se
complementa con la institucionalización del rumor como elemento noticiable, a
veces ni siquiera utilizando el potencial sino el “las redes sociales se
hicieron eco de…”. No importa el contenido. La noticia es el rumor. Luego opera
lo que Holiday magistralmente explica en una frase: “‘Es posible que’ se
convierte en ‘es’, el cual a su vez se convierte en ‘ha sido’”.
Si a esto sumamos que hoy tiene
buena prensa estar informado, pero, por tal, se considera conocer los títulos
de las principales noticias que el algoritmo nos ofrece, el panorama es
sombrío.
Efectivamente, el estar informado
hoy es disponer de un título para indignarse en una conversación de ascensor
como quien se indigna del estado de clima, sea porque hace mucho calor, mucho
frío o no llueve. La publicación en forma de post en las redes sociales es una de las formas en las que las
nuevas generaciones realizan su conversación de ascensor sin salir de su casa.
Es su posibilidad de decir “qué barbaridad” sin la interacción de miradas y
cuerpos reales, lo cual para las nuevas generaciones es siempre un potencial
peligro y una fuente de ansiedad.
Por último, está la famosa
cuestión del huevo o la gallina: ¿los medios determinan los deseos de su
audiencia o son estos últimos los que acaban “moldeando” los medios que van a
satisfacerlos. Holiday tiene una respuesta para ello: “el periodismo de visitas
de página trata a las personas según lo que aparentan querer (…) y les da esto
y solo esto hasta que olvidan que podría haber algo más. Toma el peor aspecto
del público y lo empeora. Y luego, cuando los critican, los editores levantan
las manos como queriendo decir: ‘También nosotros querríamos que a la gente le
gustara un material mejor’, como si ellos no tuvieran nada que ver en ello”.
Dado que el criterio para evaluar
una noticia no está relacionado con la verdad o con la imparcialidad sino con
el hecho de que sea una noticia que nos haya llegado antes que otra, es natural
que los sentimientos de la audiencia se dividan entre la credulidad de los que
no han reparado en la dinámica de este dispositivo y los completamente
escépticos, que como el mítico Sísifo, realizan un esfuerzo inútil por alcanzar
algún grado de realidad externa al circuito infinito de opiniones, rumores,
operaciones, trolls y fakes.
A propósito de esto, finalicemos
estas líneas con un por demás elocuente último pasaje de Holiday:
“Cuando las noticias se deciden,
no por lo que es importante, sino por lo que los lectores clican; cuando el
ciclo es tan rápido que las noticias no tienen más remedio que ser sistemática
y regularmente incompletas; cuando unos escándalos dudosos fuerzan a políticos
a dimitir y lastran las opciones en las elecciones, o eliminan millones de
capitalización de mercado en empresas (…), ‘irrealidad’ es la única palabra que
define la situación”.
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