sábado, 3 de septiembre de 2022

El loco, el odio y el espejo (editorial del 3/9/22 en No estoy solo)



Han pasado apenas horas después de uno de los episodios más conmocionantes desde la recuperación de la democracia y tenemos la suerte de que el asesinato de CFK sea, en este momento, un mal sueño y, en todo caso, una hipótesis contrafáctica. Efectivamente, hoy podemos ponernos a pensar “qué hubiera pasado si…” porque afortunadamente no pasó y en ese ejercicio también podemos encontrar algunas explicaciones de lo que está pasando.

Primeramente, algo de coyuntura. No podemos decir que esta aberración haya sido el corolario natural de una escalada pero en los hechos se transforma en el episodio que da corte a un escenario que se originó con la puesta en escena del fiscal Luciani quien, en capítulos y como si fuera una serie de Netflix, trasladó al lenguaje jurídico todos sus prejuicios antiperonistas para concluir lo que muchos antiperonistas piensan, esto es, que el peronismo es una gran asociación ilícita. A esto le siguió la respuesta mediática de CFK y el natural apoyo de un sector de la militancia que transformó el barrio de la recoleta en una especie de santuario. Con el eje puesto en CFK, la interna cambiemita hizo el resto y obligó a Rodríguez Larreta a sobreactuar para transformarse en un halcón del orden antes que una paloma de la negociación. La torpeza de las vallas ofreció la provocación que faltaba y finalmente todo se tuvo que solucionar con una conversación y un acuerdo entre kirchnerismo y Ciudad. Mientras se paralizaba el país durante semanas, La Nación+ hacía de Luciani el héroe de las señoras del Bien y C5N azuzaba con una pueblada que no llegaba y una vigilia que aguardaba no se sabe qué. Insistimos: ¿de esta escalada se seguía un intento de asesinato? No. Hubo momentos de tensión social muchísimo peores en los últimos años y afortunadamente nunca sucedió algo así.    

Teniendo en cuenta el contexto de lo ocurrido en las últimas semanas, el segundo aspecto que debería resaltarse es que aunque el sistema democrático argentino, desde el 83 hasta ahora, ha demostrado robustez para salir adelante en momentos muy difíciles, la sensación que queda, después del intento de asesinato de CFK, es de extrema fragilidad. Hasta que no avance la investigación no sabremos si se trató del intento de un crimen político organizado o de la acción de un “Eróstrato solitario” pero lo más dramático es, justamente, que aún en esta última hipótesis, la estabilidad de la democracia argentina estuvo y está “a un loco del abismo” y allí demuestra una debilidad preocupante incluso más que si se tratara de un crimen político organizado porque locos y Eróstratos sueltos hay a la vuelta de la esquina.

Por supuesto que esto tiene que ver con la potencia de la figura de CFK, pero más que nunca se percibió que la estabilidad de la Argentina puede terminar dependiendo de un demente y/o marginal. Porque, seamos honestos, si esa bala hubiera salido se habría desatado en la Argentina un proceso de violencia cuyo alcance resulta desconocido. ¿O ustedes qué creen que hubiera pasado el día después del eventual asesinato de CFK? ¿Qué forma habría adoptado la movilización multitudinaria del viernes? Los incidentes y los hechos de violencia se darían por descontado y la única duda estaría en quiénes serían el blanco de los mismos y por cuánto tiempo perdurarían. ¿Imaginan lo que sucedería entre la multitud y la policía de la ciudad? ¿Cuántos muertos contaríamos y cuántos muertos resistiría un gobierno debilitado y esta democracia que tanto costó consolidar? ¿Qué sucedería con los que la multitud interpreta como principales propagadores del odio contra CFK? ¿Ustedes suponen que Alberto Fernández tendría la espalda para ponerle freno a la pueblada? Incluso hasta podría darse que la multitud arremeta contra el propio gobierno en tanto no se siente representado por éste y en tanto puede cargarle responsabilidades por eventuales errores en la protección de la actual vicepresidenta. Una muestra se observó el viernes en la plaza. Nadie estaba allí para apoyar al gobierno. La gente estaba allí para apoyar a CFK incluso contra el propio gobierno del cual forma parte, militando logros del pasado, “los tiempos en que fuimos felices” y que ya no son.

Señalar este aspecto de la fragilidad institucional en la que estamos viviendo me resulta mucho más interesante porque es lo que va a perdurar después de la hojarasca de los días previos al intento de asesinato y después de que nos recuperemos del estado de shock en el que hemos quedado como sociedad.

Sin embargo, lo que se discutirá en las próximas semanas será otra cosa. Efectivamente, como ya se observa, todo girará en torno a los responsables “indirectos” de la acción. Allí empezará un sinfín de pases de facturas entre un oficialismo que hablará de los tan de moda “lenguajes de odio” y una oposición que dirá que todo empezó con “la grieta” impulsada por el kirchnerismo. El archivo y los memes harán su trabajo y después de un tiempo razonable todos los intervinientes en el debate seguirán pensando lo mismo que pensaban antes, lo cual, claro, encaja bien con lo que llamaríamos “un debate inútil”.     

En este escenario bien cabe recordar que es una mala idea, además de una afirmación falsa, indicar que el “odiador” siempre es el otro. “Yo soy la democracia y los derechos humanos porque ellos son la dictadura y el odio” se parece bastante a “Yo soy la República y la bandera Argentina porque ellos son los populistas que dividen”.   En otras palabras, decir que nosotros somos buenos y ellos son malos, se parece bastante a la idea de Luciani de que todo lo que huela a kirchnerismo es parte de una asociación ilícita. ¿Qué convivencia democrática se puede plantear si, para los antiperonistas, los K son malos porque son ladrones y, para el kirchnerismo, los antikirchneristas son malos porque son “odiadores”? Claro que podemos decir que “la derecha mata” porque sobran los ejemplos históricos de cómo la derecha mata, pero también la izquierda mató y mata, y también hay mucho discurso de odio en las nuevas tendencias progresistas que denominan, paradójicamente, “lenguaje de odio” a cualquier cosa haciéndonos creer que es lo mismo un neonazi que un tipo que ose poner en tela de juicio los modos en que se intenta combatir el cambio climático.  

Asimismo, no hay duda de que los discursos públicos de los últimos años, propagados por políticos, periodistas e incluso sectores de la justicia, crean el caldo de cultivo para que sujetos “desequilibrables” se desequilibren. Sin embargo, establecer una conexión causal en sentido fuerte entre esos discursos y una acción particular es por lo menos discutible. En todo caso, si fuera tan directa la conexión no se explica cómo tras casi 15 años de grieta feroz es la primera vez que esto sucede. En este sentido, si se me permite una segunda hipótesis contrafáctica, imaginemos que pasara algo similar con Macri. ¿Qué sucedería en ese caso? ¿Habrá que reconocer que el que produce asesinos no es necesariamente el lenguaje del odio? ¿Habrá que reconocer que hay también lenguaje del odio del otro lado? ¿Fue el lenguaje de odio del propio Bolsonaro el que en forma de cuchillo se clavó en su abdomen durante la anterior campaña?

Quizás lo que haya que terminar aceptando es que se vive en un clima violento en general, tal como percibe cualquiera que salga a la calle. La gente vive mal, angustiada, indignada. Cualquier chispa enciende un conflicto: una mala maniobra en el tránsito, un golpe involuntario en un transporte público, alguien que tose, un comentario…, cualquier cosa puede encender una batalla campal tal como vemos a diario. Los factores para explicar ese fenómeno son múltiples y pueden incluir desde las desigualdades económicas pasando por la falta de sentido de comunidad hasta los efectos psicológicos de la pandemia. Hay una violencia que está atravesando las comunidades, no solo de Argentina, y que se la puede observar en un discurso de un partido de derecha como en un discurso a favor del veganismo. Esto no significa que haya algo intrínsecamente violento en los grupos mencionados sino que muestra que la sociedad es violenta y eso es algo que la derecha entiende mejor que la nueva izquierda, aquella que considera que la violencia siempre la ejercen los demás, y que, cuando la realidad le resulta incómoda, la deja de lado para ponerse a darnos lecciones de moralidad en el plano del deber ser.

El riesgo en el que estuvo la estabilidad democrática de la Argentina debería hacernos ver que si bien quienes tienen responsabilidades institucionales son los que poseen la obligación de brindar el ejemplo, el ciudadano de a pie tiene bastante para dar en este sentido. Si todo el tiempo estamos hablando de violencia pero violentos son todos menos “los nuestros”, no solo estamos faltando a la verdad sino que nos alejamos de las bases a partir de las cuales podamos cambiar el orden de cosas. Fue muy grave lo que pasó y es mucho lo que está en juego. Después de tratar de sacar tajada política de lo que pudo ser una tragedia personal y social, sería mejor dejar a un lado los gritos en pos de retomar el hábito de exponer nuestras prácticas sociales y políticas frente al espejo. No porque todo valga lo mismo y seamos iguales sino, justamente, para demostrar que podemos hacer algo distinto.        

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