El peronismo no pierde la calle
pero pierde las subjetividades. Ese podría ser un título algo provocativo pero
no del todo falso que es preciso desarrollar.
Podemos decir que no pierde la
calle porque sigue teniendo la capacidad organizacional para movilizar aun
cuando vivamos en tiempos “tiktokianos” de militarlo todo (pero desde casa) y
aun cuando probablemente el propio presidente prefiera los acuerdos supestructurales
a las multitudes.
Pero pierde las subjetividades
por un sinfín de razones. La lista es enorme pero, por un lado, como bien
indicaba la respuesta oficial del Movimiento Evita, pretender establecer como
sujeto político a los trabajadores en el marco de fragmentación social e
identitaria y precarización laboral a la que está empujando esta etapa de
financiarización del capital, no parece realista. No hay homogeneidad y los
trabajadores formales y sindicalizados son vistos como privilegiados por la
masa cada vez mayor de trabajadores informales o con contratos temporales.
¿Cómo pretender que un sub 30 valore el aguinaldo o las mejoras en las
condiciones laborales impulsadas por Perón si nunca las experimentó? ¿Cómo no
va a penetrar allí un discurso individualista extremo si desde hace 10 años la
situación va empeorando y si la bajada de línea en el trabajo territorial
representa solo a los que bajan la línea? ¿Qué habrá pasado para que muy pocos
en el oficialismo reivindiquen lo que Perón llamaba organizaciones libres del
pueblo y el único latiguillo existente sea “Más Estado” aunque muchas veces
éste sea bobo y no haga falta?
Sin embargo, por otro lado, tiene
razón CFK cuando al menos hace un aporte conceptual para recordar que, aun
cuando no haya punto de comparación con la Argentina que vivió y pensó Perón,
lo cierto es que alguien deberá responder quién ha establecido que el peronismo
pueda reducirse a un puntero dando altas y bajas de planes sociales.
Cuando se escucha a CFK sucede
algo curioso: se observa la diferencia entre lo que ella piensa y lo que la mayoría
de sus seguidores creen que ella piensa. Es un fenómeno similar al que sucede
con pensadores de relevancia: muchas veces sus seguidores ponen en sus bocas o
transforman sus doctrinas de un modo que el pensador en cuestión jamás hubiera
aceptado.
En el caso de CFK, además, muchos
de sus seguidores se animan a decir cosas solo después de que ella lo expresa
públicamente. Sea por pereza intelectual o por temor a “dejar de pertenecer” y
ser señalado como “traidor”, no se señalan las cosas que son difíciles de
defender o, lo que es peor, las cosas que no es necesario defender. Los
autopercibidos guardianes de la estrategia política y el biempensar advierten
en ese caso que se está sirviendo al enemigo. ¿Pero hacía falta que ella lo
dijera para aceptar que lo que está sucediendo con los planes está mal?
Mientras tanto, muchos
kirchneristas pelean contra los fantasmas y las caricaturas que la oposición hace
del kirchnerismo. Es que en los últimos años, por momentos, fue más fácil
militar todo lo contrario a lo que diga Clarín que militar una agenda propia
asumiendo incomodidades, contradicciones y puntos de vista que no iban de la
mano con la nueva moral progre que abrazó al/el kirchnerismo.
De hecho se han dado numerosas situaciones
en las que se defienden posiciones indefendibles por el solo hecho de que son
las atacadas por Clarín o muchas veces se ubica a CFK casi a la izquierda del
trotskismo. Sin embargo, mal o bien, nos guste más o menos, en los últimos años
ella llegó a decir, por ejemplo, que el movimiento incluía pañuelos celestes y
verdes; que la principal disputa era entre el capital y el trabajo y no entre
varones y mujeres; que el peronismo era una doctrina que se desarrollaba dentro
del capitalismo y que, de hecho, el capitalismo había demostrado ser el sistema
más eficiente si bien, por supuesto, de lo que se trata es de disminuir las
desigualdades que éste creó, etc. Como conclusión podría mencionarse, entonces,
una paradoja: todos van a oírle hablar. Pocos van a escucharla. En todo caso,
los propios y sus adversarios interpretan lo que les da la gana y se adecue a
sus intereses. La conexión es afectiva diga lo que diga. Los unos para adorarla;
los otros para odiarla.
Después está el pragmatismo de
ella, claro. Algunos indicaban: “está en contra de los movimientos sociales”.
Sin haber devenido un exégeta me permito decir algunas cosas al respecto. En
primer lugar, los movimientos sociales preexistían al kirchnerismo pero fue
éste quien los cobijó desde y en el Estado, y quien los hizo jugar en la arena
política, especialmente cuando se trataba de disputar poder contra el aparato
pejotista y todo lo que oliera a estructura tradicional peronista, esto es,
sindicatos, etc. En segundo lugar, el adversario de la alocución de Avellaneda
no son los movimientos sociales sino, en todo caso, el Movimiento Evita y, para
ser todavía más precisos, ni siquiera el movimiento como tal sino el modo en que
sus principales dirigentes se comportaron durante el macrismo (siendo “los
garantes de la quietud social”) y la manera en que manejan discrecionalmente
los planes sociales como caja política. En todo caso, habrá que ver si lo que
se busca es meramente un pase de manos y que la discrecionalidad sea ejercida
por intendentes aliados (en lo que sería un repliegue hacia estructuras
tradicionales después de los intentos fallidos de horizontalizar al estilo
socialdemócrata frepasista); o si se trata de una verdadera transformación en
los modos de vincular a los más necesitados con el Estado. La presencia de
intermediarios, “tercerizadores”, siempre estará existirá y es necesaria pero
incluso en nuestro propio país existen ejemplos de funcionamientos más
virtuosos y menos clientelares.
Si las subjetividades de las
generaciones que no vivieron la mejor etapa del kirchnerismo hoy son
interpeladas por alguien que en su media lengua discurre sobre teorías
minarquistas y paleolibertarias que, entre otras cosas, discuten si se debe
permitir la venta de hijos, lo que cabe es preguntarse en qué se ha fallado.
Siempre quedará la posibilidad de asumirse un esclarecido y afirmar que la
gente devino idiota o que fue colonizada por Clarín y la derecha internacional.
Pero también está la posibilidad de intentar evaluar lo hecho y el rumbo actual.
Sin casi ninguna certeza y con la comodidad de quien no tiene que tomar
decisiones políticamente relevantes, se puede concluir que resulta evidente que
ganar o perder una elección puede terminar siendo una anécdota al lado de lo
que se viene gestando lenta pero inexorablemente en aquellos sectores en los
que, por edad y por pertenencia social, la idea de “peronistas somos todos” fue,
durante setenta años, (casi) una realidad efectiva.
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