Ahora fue el turno de Gustavo
Petro en Colombia; algunos meses atrás había sido Gabriel Boric en Chile y
Pedro Castillo en Perú. En 2020 fue Luis Arce en Bolivia. Si a ello le sumamos
la permanencia de Nicolás Maduro en Venezuela y el regreso de un gobierno
popular en Argentina en 2019, parece haber buenas razones para indicar que se
está frente a un proceso de giro hacia la izquierda en la región. Aunque es
imposible comparar los procesos de cada uno de los países, lo cierto es que en
las últimas décadas la región suele ser atravesada por hegemonías más o menos
claras. Si en los 80 la salida de los tiempos dictatoriales se hizo
mayoritariamente a través de gobiernos socialdemócratas y los 90 fueron
dominados por la ola neoliberal que emanó desde el Consenso de Washington, las
crisis sociales originadas en este período dieron lugar en los 2000 al
surgimiento de gobiernos populares o de centro izquierda que con todas sus
diferencias formaban parte de un cierto universo común. Porque la base
peronista de los Kirchner en Argentina no es comparable con el proceso que dio
origen al chavismo en Venezuela; ni la emergencia indígena que llevó a la
presidencia en Bolivia a Evo Morales es similar a las instancias que llevaron
al PT de Lula al poder en Brasil. Lo mismo sucedería si intentamos trazar
paralelos entre lo que pudo ser un Correa en Ecuador, un Lugo en Paraguay y, si
se acepta incluir en la misma categoría de “popular”, lo sucedido con Bachelet
en Chile o con Tabaré Vázquez y Mujica en Uruguay. Sin embargo, todos, o la
mayoría de ellos, compartían su crítica hacia las políticas neoliberales y, con
sus diferencias, incentivaron políticas de redistribución de la riqueza más o
menos efectivas.
Ahora bien, ante la obligación de
establecer una fecha relativamente precisa del momento en que esa hegemonía
popular o de centro izquierda comenzó a resquebrajarse, podemos ubicarnos en el
año 2015 cuando en la Argentina el peronismo es vencido gracias a un escasísimo
margen por un candidato de derecha como Mauricio Macri. A partir de allí el
mapa se reconfiguró: el correísmo cae en Ecuador, Maduro ingresa en una espiral
de aislamiento, Piñera regresa a la presidencia de Chile, llega Bolsonaro a
Brasil, Lacalle Pou vence al Frente Amplio en Uruguay y Bolivia padece un
proceso dramático de desestabilización de su democracia.
La linealidad y la continuidad de
los acontecimientos nunca es la misma pero las tendencias en la región suelen
ser marcadas por lo que sucede en Argentina y/o Brasil. En el caso de que este
dato sea correcto, entonces, las próximas elecciones de octubre donde Lula
aparece como favorito frente a Bolsonaro podrían funcionar como la confirmación
de una nueva etapa de la región tras un breve lustro de reacción de fuerzas
diversas que pueden englobarse en un espectro que, como se observa, va desde
cierta derecha conservadora a cierto liberalismo moderno.
¿Pero en cuánto se parecen estos
gobiernos populares y de centro izquierda a aquellos que dominaron la escena en
los 2000? Aun a riesgo de trazar lineamientos demasiado generales y más allá de
que muchos de los actuales mandatarios tienen historias de vida conectadas a
los partidos comunistas, socialistas y, en algún caso, incluso a las
guerrillas, lo cierto es que esta nueva etapa parecería estar marcada por una
moderación siempre, claro está, comparando con lo que fue el proceso que habría
culminado en 2015. Esto tiene que ver con que, una vez más, en general, la
fragmentación de las sociedades, el rechazo de una parte de la ciudadanía a los
errores cometidos por los gobiernos populares del proceso anterior y la
dinámica de los sistemas electorales que en tanto se definen en balotaje
inducen a los candidatos a orientarse hacia el centro del arco ideológico, ha
hecho que la nueva generación de referentes populares haya dado menos pasos en
el sendero de transformaciones estructurales. Para quienes se oponen a ellos es
un alivio pero para quienes los apoyan es una deuda pendiente. Lo cierto es que
el proceso parece estar en marcha y aquí es que surge la pregunta: ¿se trata
efectivamente de una tendencia de la región hacia la izquierda? La lista aquí
expuesta resulta incontrovertible y se entiende que, tras el fracaso de las
opciones liberales o de derecha que sustituyeron a los gobiernos populares, una
mayoría de la población pretenda regresar a tiempos donde, más allá de
importantes críticas que puedan hacerse a aquellos procesos, hubo objetivamente
crecimiento económico y millones de personas que dejaron de ser pobres. Sin
embargo, considero que hay también otro factor que no está tomándose en
consideración y que, en porcentajes imposibles de cuantificar, puede haber un
jugado un rol importante. Una vez más, a riesgo de no ser representativo de
algún caso puntual, se vio en muchas elecciones, por ejemplo en la última de
Colombia o en la de Chile, el fenómeno de la necesidad de un cambio a como dé
lugar en el marco de una crítica feroz a la política tradicional. Las viejas
estructuras juegan y al momento de realizar alianzas pueden tener alguna
relevancia pero en varios países se llega a la elección con una población que
está harta y enojada con el que gobierna. No importa del partido que sea. Se
vive mal por condiciones materiales objetivas y por un clima de insatisfacción
cultural propia de los tiempos. En este escenario el culpable más fácil siempre
es el gobierno de turno. Si esta hipótesis es correcta, la idea de un giro a la
izquierda no debería pensarse como una apuesta ideológica de la región sino
como la respuesta a tiempos de crisis social, económica y cultural cuya
responsabilidad es cargada sobre los gobiernos de turnos, los cuales, claro
está, no están exentos de responsabilidades porque, si hubieran gobernado
mejor, seguramente hubieran tenido una mejor respuesta de la ciudadanía. Pero
en lo que quiero hacer hincapié es en que este elemento de enojo contra el statu quo es “posideológico”: si el
gobierno de turno es de derecha, probablemente el enojo lleve hacia la
izquierda pero si el gobierno de turno es de izquierda el enojo puede llevar a
la derecha. En el caso de que esta noción de “la culpa de todo lo que nos pasa
la tiene el gobierno de turno” juegue un rol relevante al momento de explicar
los procesos de los últimos años y la mejora de las condiciones de vida de la
gente no dé un salto relevante, es de esperar que a esta nueva presunta ola
hegemónica de gobiernos de centro izquierda le siga, probablemente, una ola
“espejo” de gobiernos de centroderecha.
Para finalizar, si antes
mencionábamos la importancia de la elección en Brasil, ahora deberíamos marcar
la elección presidencial en Argentina que se desarrollará en 2023 como un
posible punto de inflexión para la región. Allí, el gobierno popular se
encuentra en una crisis interna y atraviesa una espiral inflacionaria que
augura enormes dificultades para lograr ser reelecto. Entonces si el gobierno
de Fernández y Cristina Kirchner pierde la elección, deberá analizarse si
estamos ante el inicio de una nueva tendencia de derecha que viene a acabar con
hegemonías que, en caso de poder denominarlas así, son cada vez más breves, o
si se trata de un voto de insatisfacción con la situación presente que pagará la
administración actual por sus responsabilidades pero también por el solo hecho
de ser el gobierno de turno.
No se tratará, entonces, de un
cambio “ideológico” o al menos no tendrá sentido presentarlo en esos términos.
Será simplemente una alternancia de lo distinto basada en un hartazgo de lo que
hay. El color es lo de menos. Estoy enojado. Quiero que se vayan. Quiero un
cambio y “that’s all”.
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