lunes, 17 de agosto de 2020

La segunda presidencia de Alberto (editorial del 15/8/20 en No estoy solo)

 En prácticamente una semana, el gobierno pudo dar las primeras dos grandes buenas noticias, cada una referida a los principales escollos de su gestión, esto es, la deuda heredada y la pandemia. Después de una parálisis de casi nueve meses, bien puede tomarse como el inicio de un segundo mandato tras un primero de transición y administración de “lo que había”. Podría decirse que fue todo un parto si se me permite una obvia y trillada metáfora obstétrica.

El acuerdo con los bonistas es una buena noticia para el gobierno que, es evidente, siempre tuvo voluntad de pago, si bien es cierto que la negociación se dilató más de lo pensado y la actual administración había supeditado su gestión a ese resultado. Nunca sabremos cuál era el número real que el gobierno tenía en la cabeza para considerar exitosa la renegociación pero lo cierto es que ha logrado postergar pagos que resultaban imposibles de saldar en el corto plazo. Los cálculos varían pero se habla de que, entre el 2020 y el 2023, el Estado argentino tenía el compromiso de abonar alrededor de 39000 millones de dólares y que, tras la renegociación, esa deuda se habría reducido a cerca de 3000 millones. Eso sí que era una verdadera pesada herencia.

El día del anuncio del acuerdo coincidió con el del lanzamiento del plan PROCREAR, regresando al espíritu que tuvo en sus orígenes. Naturalmente no equivale ni de cerca a la importancia del acuerdo con los acreedores pero puede ser un hito para un gobierno al que le está costando implementar medidas estructurales. Si a estos anuncios le sumamos el proyecto de reforma judicial, independientemente de si prospera o no, daría la sensación de que es un gobierno que intenta avanzar.

Asimismo, días atrás llegó el anuncio del acuerdo por la fabricación de la vacuna desarrollada en Oxford permitiendo que la Argentina se haga de las dosis suficientes bastante tiempo antes de lo imaginado. Sin dudas, una gran noticia y un acierto de las autoridades que se movieron con rapidez y que, por primera vez, ofrecen un “día después” de la pandemia. Será en enero, para los grupos más expuestos, quizás un poco después, pero todo hace prever que en los primeros meses del año que viene el asunto “coronavirus” será un mal recuerdo o tendrá una circulación acotada y estacional como el de las gripes comunes sin que ello suponga ningún limite a nuestra vida normal.

La noticia llega, a su vez, en el peor momento de la pandemia en el país: los casos aumentan en la provincia de Buenos Aires, crecen exponencialmente en provincias que no tienen un sistema de salud acorde a las necesidades y la cifra de muertos se hace abultada. Todo esto en el marco de una lógica ritualizada en la que ya nadie cree: cada 15 días el gobierno hace que anuncia restricciones y cada 15 días la ciudadanía hace que obedece. En la práctica la cuarentena es solo la excusa para la bronca y la angustia frente a un virus que no responde y no ofrece libro de quejas. En una cultura del pleito, la denuncia fácil y la judicialización de la vida, el virus no puede pasar por tribunales y la única carrera que nos ofrece es la carrera de quién es el más perjudicado. Todos nos ofrecemos para ocupar ese lugar porque de la meritocracia más ingenua pasamos a los tiempos donde todo el que denuncia algo y dice ser afectado o víctima, tiene razón. No es un problema estricto de Alberto Fernández, por cierto, sino un fenómeno que, en parte, lo trasciende.

Lo cierto es que, en AMBA, con las nuevas medidas, estaremos yendo hacia una circulación que oscilará los 3/4 de la población respecto de la circulación normal prepandemia. Llamarle a eso “cuarentena” y compararlo con las cuarentenas de las pestes medievales es, como mínimo, pereza intelectual. Esto no significa, por cierto, subestimar las consecuencias que esa merma en la circulación supone pues los resultados están a la vista: rubros enteros arruinados, empresas que cierran, trastornos psicológicos y físicos varios, etc. Un verdadero desastre. Pero, una vez más, el problema es el virus y no esto que acordamos llamar “cuarentena” y desde hace ya un tiempo ha dejado de serlo para convertirse en otra cosa. De hecho, salvo casos puntuales de comercios específicos y actividades particulares, quien no circula lo hace por responsabilidad individual pero no existe prácticamente nada ni nadie que se lo impida. En este sentido, la protesta anticuarentena en el Obelisco o en algunos lugares emblemáticos del país no solo resulta delirante por sus variopintas razones sino porque es el mejor ejemplo de protesta paradójica. Es que, si tiene éxito y una amplia convocatoria quedaría demostrado que la cuarentena contra la que protestan, de hecho, ya no existe. Dicho a la inversa, la única manera de seguir sosteniendo este otro ritual de las protestas anticuarentena es que cada vez sean menos masivas. Su permanencia y su sentido dependerán del fracaso en la convocatoria. No deja de ser curioso más allá de que, por supuesto, creo que hay cosas que se pueden criticar de la acción del gobierno.      

Para concluir, esta especie de segunda presidencia de Alberto no tendrá sus 100 días de gracia ni mucho menos. De hecho, la renegociación de la deuda salió de la agenda mediática en menos de 24 horas y el arco se corrió a “la negociación con el FMI”. En cuanto a la vacuna, los medios opositores tardaron un poco más en acomodarse porque mientras empezaban a militar la oposición a la vacuna de Rusia, la cual, aparentemente, no solo generaría anticuerpos sino también simpatías prosoviéticas, el gobierno anuncia un acuerdo con la que, desde hace tiempo, parece la vacuna más desarrollada y con mayor prestigio que, para colmo de males, se producirá en conjunto por los gobiernos presuntamente populistas de México y Argentina. Boludeces siempre se pueden decir pero a veces la realidad te la hace más difícil.

En las próximas semanas vendrá la discusión sobre el presupuesto y allí habrá un primer bosquejo de qué plan o qué objetivo tiene el gobierno. Varias consultoras apuestan a un rebote de la economía que, por más que se haga desde el subsuelo, será bienvenido. Desaparecido el ahogo inmediato en materia de deuda y proyectada una solución para la pandemia, el gobierno dispondrá de un escenario en el cual ya no habrá excusas. Sin embargo, será un escenario de una enorme conflictividad por una puja distributiva que se, augura, sin precedentes, después del cocktail explosivo de 4 años de Macri y una pandemia inédita. No hay nada peor que esta pandemia de mierda. Pero lo que viene no será para nada fácil.      

    

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