miércoles, 3 de abril de 2019

Contra los rinocerontes (publicado en www.disidentia.com el 21/3/19)


Cuando Manuel I de Portugal recibió al rinoceronte, la noticia comenzó a circular rápidamente por toda Europa. No era para menos pues corría el año 1515 y desde la época del imperio romano que una bestia semejante no se veía por aquellas latitudes. El rinoceronte había sido obsequiado a Afonso de Albuquerque, gobernador de la India portuguesa quien entendió que lo mejor sería enviarlo a Lisboa para que los portugueses tuvieran la posibilidad de observar al animal que por aquellos años era considerado prácticamente una bestia mítica, como los unicornios. Tras varios meses de travesía, el rinoceronte, junto a su cuidador, llegaron a la desembocadura del Tajo, muy cerca del lugar donde se estaba construyendo la famosa Torre de Belem y el suceso fue tal que hasta el día de hoy, si se mira con atención, se podrá notar que, en uno de los costados de la Torre, aquello que sobresale es la figura del rinoceronte.
La atracción por lo exótico es parte de la naturaleza humana y el rinoceronte era, al menos en Europa y en aquel momento, verdaderamente exótico. Se lo llamó Ganda y se cuenta que se lo enfrentó a uno de los elefantes que poseía Manuel I con un resultado sorprendente: el elefante, temeroso, escapó entre la multitud que se había agolpado para presenciar la disputa. Pero el asunto no termina allí porque en la actualidad se puede ver un “retrato” de Ganda en el Museo Británico pintado por Alberto Durero en 1515. El detalle es que el pintor alemán lo realizó sin haber visto jamás al animal y basándose solamente en descripciones orales lo cual no dejaría de ser una mera curiosidad si no se tratara, probablemente, de la imagen de rinoceronte más reproducida desde aquel momento, inspiradora, incluso, de la escultura de Salvador Dalí “Rinoceronte vestido con puntillas”.
Sin embargo, la historia del exótico Ganda acabó trágicamente pues Manuel I, para congraciarse con el papa León X, decidió enviarle al rinoceronte pero el barco que lo trasladaba naufragó después de haber hecho una escala previa en Marsella. El cuerpo del animal logró ser rescatado para ser disecado pero evidentemente el atractivo ya no fue el mismo.
Con todo, la historia de Ganda me hizo recordar una obra de teatro del rumano Eugene Ionesco, titulada, justamente, Rinoceronte. Englobada en lo que suele denominarse “teatro del absurdo”, la obra de Ionesco se va tornando perturbadora y acaba transformándose en una reflexión de lecturas variadas acerca de cómo lo que consideramos exótico, diferente y fuera de la norma puede naturalizarse e imponerse a fuerza de repetición. Son varios los personajes que intervienen pero lo central es que en el almacén situado en una pequeña ciudad de provincia, mientras Juan y Berenguer dialogan, se escuchan ruidos extraños a través de la ventana. Al asomarse, con total incredulidad, los participantes de la escena observan lo inverosímil: un rinoceronte de dos cuernos recorriendo las calles del pueblo. Todos comienzan a comentar el fenómeno sin poder explicarse de dónde ha salido el animal, salvo Berenguer, que permanece indiferente.
En medio de conversaciones, por momentos, delirantes, otra vez un sonido extraño desde la calle hace que todos se asomen por la ventana y observen que se trataba de un rinoceronte pero que, a diferencia del anterior, tenía solo un cuerno. El primer acto culmina con una discusión acerca de cuántos cuernos tiene un rinoceronte y con el hecho de que un gato aplastado por uno de los animales es la prueba de que no se trata de un gran delirio colectivo.
El segundo acto, por su parte, transcurre en una oficina administrativa pero el eje es el mismo: la discusión sobre la repentina aparición extraordinaria de estos animales. Uno de los personajes descree de los hechos, otro le indica que si fue publicado en el diario debe ser verdadero y una mujer afirma haber sido perseguida por uno de los animales. Hasta que, de repente, un rinoceronte irrumpe en el edificio generando pánico. Sin embargo, una de las señoras allí presente comienza a hablarle como si el rinoceronte fuera el marido y llegan noticias desde afuera indicando que serían diecisiete los rinocerontes que circulan en la ciudad.
La escena luego se traslada a la casa de Juan, quien estaba enfermo pero que, al descreer de los médicos, prefiere hacerse atender por veterinarios. No se sabía qué le ocurría a Juan pero su piel se empezaría a poner verde y la protuberancia en su frente comenzaría a crecer hasta convertirse en un cuerno. Mientras Juan se transforma en rinoceronte y berrea, intercala reflexiones y afirma: “¡(…)No es tan malo [convertirse en rinoceronte]! Después de todo, los rinocerontes son criaturas igual que nosotros (…) Hay que reconstruir los fundamentos de nuestra vida (…) volver a la integridad primordial. (…) [Acabar con la moral] Hay que ir más allá de la moral [y volver a la naturaleza] (…) La naturaleza tiene sus leyes. La moral es antinatural”. Berenguer intenta hacer entrar en razón a su amigo y le explica que si todos nos transformáramos en rinocerontes derribaríamos siglos de civilización humana y todo un sistema de valores irreemplazables, pero a Juan no le interesa y le contesta que le encantaría derribar toda esa construcción de valores y que celebraría transformarse en un rinoceronte porque no tiene prejuicios.
El último acto de la obra de Ionesco transcurre en el cuarto de Berenguer y allí el diálogo se desarrolla con el personaje Dudard, quien, en la misma línea que Juan, relativiza la problemática de convertirse en rinoceronte. Primero indica que podría ser una enfermedad pasajera pero luego acaba afirmando que, al fin de cuentas, los rinocerontes son buenos y que para convertirse en uno de ellos hay que tener vocación. Además, agrega Dudard, “¿dónde termina lo normal y dónde comienza lo anormal? ¿Puede usted definir esas nociones: normalidad, anormalidad? Filosófica y médicamente, nadie ha podido resolver el problema”. La discusión se va enrevesando y eligen buscar al lógico del pueblo para que acerque algo de razonabilidad pero éste ya se había convertido en rinoceronte.
En ese momento ingresa a escena Daisy y Berenguer afirma que los rinocerontes son anárquicos puesto que están en minoría pero tanto Dudard como ella le aclaran que son una minoría solo por el momento puesto que cada vez son más. Además, grandes personalidades ya se han convertido en rinoceronte lo cual, sin duda, otorga un status diferencial. De hecho, la gente ya se ha acostumbrado a los rebaños de rinocerontes que recorren las calles y simplemente se aparta cuando ellos llegan para luego retomar su paseo habitual.
Pero los rinocerontes crecen en número e irrumpen en el escenario. Dudard ya es uno de ellos y solo quedan Daisy y Berenguer como los únicos representantes de los seres humanos en un pueblo de rinocerontes donde lo exótico se transformó en la norma. La sensación de ahogo de Berenguer crece, el ambiente se llena de polvo porque los animales barren con todo lo que hay a su paso. En la radio ya no hay noticias sino solo berridos y Berenguer, desesperado, le indica a Daisy que “No hay más que ellos. Las autoridades se pasaron de su lado”. Sin embargo, ahora es Daisy la que lo relativiza todo y le dice a Berenguer que quizás ha llegado el momento en que deberían aprender el idioma de los rinocerontes, su psicología y que, después de todo “a lo mejor somos nosotros los que necesitamos que nos salven. A lo mejor somos nosotros los anormales”.
Daisy finalmente decide irse y Berenguer queda solo. Es allí cuando comienza a dudar pero todavía insiste, racionalmente, en que hablándoles podría convencer a los rinocerontes para que vuelvan a ser humanos. Sin embargo, Berenguer empieza a descreer hasta de su propia lengua: “¿Pero qué lengua hablo? ¿Cuál es mi lengua? ¿Es castellano esto? Tiene que ser castellano. ¿Pero qué es el castellano? Se lo puede llamar castellano, si se quiere, nadie puede oponerse, soy el único que lo habla. ¿Qué digo? ¿Acaso me comprendo?”. Dudando de su propia lengua, inmediatamente Berenguer duda de sí mismo y para autoidentificarse grita “¡soy yo!”. Pero el proceso ya estaba en marcha y su percepción comienza a cambiar a tal punto que ya empieza a observar como deseables las características de los rinocerontes para culminar diciendo: “Ellos son los hermosos. ¡Me equivoqué! (…) ¡Cuánto quisiera ser como ellos! No tengo cuerno (…) ¡Qué fea es una frente lisa (…) Ojalá me salga [un cuerno] y no sentiré más vergüenza, podré ir a reunirme con todos ellos (…) Tengo la piel fofa (…) ¡Cuánto quisiera tener una piel dura y ese magnífico color verde oscuro, una desnudez decente, sin pelos, como la de ellos! (…) [Y esos] cantos tienen atractivo, un poco áspero, pero un atractivo indudable. (…) ¡Ay, soy un monstruo! (…) ¡Jamás me convertiré en rinoceronte!”.
La obra tiene un final abierto pues pareciera que, finalmente, Berenguer decide resistir en calidad de “último hombre” pero, más allá de eso, la historia de Ganda y la obra de Ionesco nos presentan un buen ejemplo de cómo lo exótico, diferente o extraordinario puede transformarse en el patrón de normalidad que siempre supone imposiciones violentas y fuertes procesos de desindentificación, como el que le sucede a Berenguer cuando ve transformada su percepción, su criterio estético y hasta acaba dudando de su lengua y de su propia identidad. Si bien está claro que de la obra de Ionesco se pueden hacer múltiples interpretaciones, me interesa hacer énfasis en el modo en que lo diferente también puede transformarse en autoritario cuando deviene hegemónico y se transforma en el patrón de normalidad que acaba presionando al que no acepta la imposición, que, en este caso, es el humano Berenguer y no el o los rinocerontes.
Sé que está de modo atacar los pilares de occidente y la modernidad. En algunos casos, sin dudas, está muy bien que sea así. Pero hay otros casos en los que no. En este sentido, si me quieren convencer de que la presunción de inocencia debe ser selectiva y que la igualdad ante la ley admite excepciones; si insisten en que finalmente todo es relativo y que la realidad es una mera disputa simbólica en el terreno del lenguaje sin ningún tipo de vínculo con la materia; y si van a intentar hacerme creer que debemos tolerar que la democracia y las instituciones, por ser productos históricos, estén a merced de las modas y los grupos de presión sin más, no cuenten conmigo. Elegiré seguir siendo un humano aun cuando a mi alrededor los berridos de los rinocerontes quieran convencerme de otra cosa. Pueden acusarme de conservador y puede también que cuando intente explicar por qué hay principios de la modernidad que defiendo, mi idioma castellano ya no se entienda. Pero al fin de cuentas y pese a todo, todavía puedo discernir y escribir que prefiero esta frente lisa y esta piel fofa antes que ese cuerno que tiene muy poco de bello y mucho menos de revolucionario.


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