Revisando el diálogo que en 1975 tuvieran Jorge Luis Borges y
Ernesto Sábato a instancias del escritor argentino Orlando Barone, encontré el
siguiente intercambio acerca del valor de las noticias.
“Sábato: La noticia cotidiana, en general, se la lleva el
viento. Lo más nuevo que hay es el diario, y lo más viejo, al día siguiente
Borges: Claro. Nadie piensa que deba recordarse lo que está
escrito en un diario. Un diario, digo, se escribe para el olvido (…)
Sábato: Sería mejor publicar un periódico cada año, o cada
siglo. O cuando sucede algo verdaderamente importante (…) ¿Cómo puede haber
hechos trascendentes cada día?
Borges: Además, no se sabe de antemano cuáles son. La
crucifixión de Cristo fue importante después, no cuando ocurrió. Por eso yo
jamás he leído un diario (…)”
Estas breves reflexiones me llevaron a posar la atención en
la cuestión de la periodicidad y a observar que en la enorme cantidad de publicaciones
del campo de la teoría comunicación referidas al concepto de “noticia” o a la
relación entre lo que los medios afirman y la realidad, no abundan los énfasis
en el vínculo entre los hechos y los modos de producción de la noticia, formato
que ha hecho que se naturalice que todos los días haya noticias y que todo lo
que sucede deba agruparse en resúmenes diarios. Efectivamente, podrá haber
variaciones de país en país o en determinados momentos históricos pero desde la
irrupción del periodismo y su posterior amplificación a través de la radio y la
TV, nos habituamos a que las noticias ocurren por día o, en todo caso, las
noticias pueden dividirse en una versión matutina y otra vespertina.
Ya en 1993, el periodista argentino, Claudio Uriarte,
escribía al respecto que “el periodismo ha otorgado legitimidad a una idea cuya
única verdad son los ritmos de reproducción de la fuerza de trabajo de la
productividad alienada: la noción de que el tiempo transcurre en períodos de 24
horas por día (o de una semana o de un mes) (…) El concepto mismo de
periodicidad es lo que debe ser críticamente puesto en duda, tanto más en un
mundo en que el periodismo ha adquirido la legitimidad autorreferente y
tautológica de un poder que se encuentra más allá de todo cuestionamiento, y en
una sociedad en la que el periodismo ha sustituido eficientemente a la
metafísica, la filosofía, la ideología social, la discusión de las ideas y
hasta el mismo arte”.
Sin embargo, con la irrupción de internet los tiempos se
aceleraron y si bien los medios tradicionales sostienen modelos clásicos, lo cierto
es que la noticia se actualiza constantemente, los tiempos de lectura y de
desarrollo son escasos, los periodistas de la vieja guardia ceden su lugar a
jóvenes pasantes que conocen más de redes que de periodismo y la respuesta del
público a las noticias que el medio brinda se puede cuantificar con exactitud
inmediata.
Siguiendo lo indicado por Uriarte, entonces, no es casual que
la desregulación del tiempo y el espacio de una producción de la noticia en la
que, en muchos casos, ni siquiera existe una redacción y los redactores son freelances con contrataciones
temporales, haya alterado la periodicidad clásica. Así, si Sábato viviera diría
que lo más nuevo es el minuto actual y lo más viejo el minuto que acaba de
pasar, y Borges debería afirmar que lo que se escribe para el inmediato olvido
son los portales de noticias.
Este imperio de la velocidad ha alterado, naturalmente, el
modo en que se hace periodismo y lo ha alterado para peor. Porque el medio es
el mensaje pero la escasez de tiempo es un mensaje más potente aún a tal punto
que la noción misma de noticia está en tela de juicio. En otras palabras, ya no
solo discutimos, como lo hacemos desde hace décadas, qué es una noticia, qué
hecho merece ser noticia, o desde cuándo el llegar primero se transformó en un
valor para el periodismo. Y la razón está a la vista: como el modelo del
negocio periodístico hoy es la publicación de notas constantemente, aunque más
no sean las repercusiones del último video viral de un hombre que se cae al
agua, y la competencia online hace
que los competidores puedan observar en tiempo real qué es lo que está
publicando la empresa periodística con la que se disputa el mercado, la
primicia ya no alcanza. Efectivamente, ni siquiera tiene sentido discutir la
cantidad de estupideces que se publican como noticias porque ahora se llega a
publicar algo que ni siquiera se ha transformado en un hecho. Dicho de otra
manera: antes había que publicar rápido el hecho. Ahora hay que publicar tan
rápido que ni hay tiempo para que el hecho acontezca y menos tiempo aún para la
corroboración de lo sucedido y el chequeo de las fuentes. A este fenómeno se lo
menciona de modo cool como “noticia
en proceso” y es cada vez más utilizado en los portales de noticia. Pero no se
trata de otra cosa que un eufemismo por el cual debería entenderse un “tenemos
rumores de que algo estaría pasando y vamos a publicarlo antes de que lo haga
nuestro rival. Cuando finalmente sepamos qué sucede actualizaremos la
información”.
Que la noticia no esté “terminada” porque hasta puede que el
hecho todavía no se haya consumado completamente, pretende eximir de responsabilidad
ante los posibles errores o la información falsa que se vierta en la “noticia
en proceso”. De hecho, en la lógica de lo que está en proceso nunca hay
errores, solo actualización y este punto es central porque de esta manera la
actualización se transforma en un valor que reemplaza a lo chequeado y a lo
verdadero aun cuando la misma noticia en proceso tenga diez actualizaciones que
no hacen más que demostrar que las nueve versiones anteriores eran erróneas o,
como mínimo, incompletas.
Si lo primero que se enseña en una facultad de periodismo es
que “noticia es que un hombre muerda a un perro y no a la inversa” nos
enfrentamos al problema de que hoy, en la necesidad de actualización constante
y frenética, un portal puede publicar el incidente entre un perro y un hombre
antes que el incidente tenga, efectivamente, lugar. Paradojas de un mundo
atravesado por noticias cuando la noticia, como tal, ha muerto.