El humorista Alfredo Casero tuvo que salir a explicar su
metáfora del flan porque la mayoría de quienes la habían celebrado no la
entendieron. Así, lo que quiso ser una metáfora de la tragedia cultural de
clases bajas y medias que le exigen siempre más al Estado, terminó siendo
metáfora de la tragedia cognitiva de los sectores más reaccionarios de la
sociedad. Mientras tanto, un intendente oficialista, senadores de Cambiemos y
hasta el propio presidente aplaudieron la performance del humorista paradójico,
aquel que hace reír cuando habla en serio. Si lo hacen por cínicos, por
incomprensión o por una mezcla de ambas, es algo que excede este comentario.
Con todo, la metáfora del flan expresa un clásico de las
lecturas conservadoras en lo político-moral y liberales en lo económico, que se
puede comprender con otra metáfora: la de la sábana corta. Para los liberales,
la sábana (aquello de lo que se debe hacer cargo el Estado) siempre es corta de
modo que naturalmente debería cubrir lo básico. Para las propuestas populares,
esa sábana puede ensancharse o, en todo caso, sería bueno que, si es corta,
empiece a cubrir a los que menos tienen en detrimento de los sectores más
aventajados. Claro que la discusión gira en torno a una distinción siempre
arbitraria entre lo esencial y lo superficial, entre lo que es exigible y lo
que no, discusión que suele aparecer en el lenguaje de los derechos. Si es un
derecho, el Estado debe hacerse cargo, y, por lo tanto, las perspectivas
populares incluyen en su vocabulario la idea de “ampliación de derechos”. Ni
los conservadores ni los liberales económicos se opondrían estrictamente al
lenguaje del derecho pero suelen interpretar la ampliación de derechos como
gesto demagógico hacia sectores populares, clientelismo más o menos disfrazado
para una masa incapaz de mirar más allá del día a día y que se deja seducir por
los grandes oradores; masa que pide flan cuando la casa está incendiada porque
justamente no entiende qué es lo esencial ni tampoco entiende la meritocracia. Por
qué los flaneros son la masa de pobres y no los ricos cuando piden que les
bajen los impuestos o blanquear su dinero, es parte de un misterio insondable
que algunos explican por el prejuicio y otros por la hegemonía cultural.
Con todo, esto muestra que la ocurrencia de Casero tiene una
larga tradición en la Argentina y en el mundo. Sin embargo, no se puede dejar
de soslayo que esta tradición prometió, sino flan, al menos el derrame de una
parte del caramelo, en la medida en que se achique el Estado. Y tenemos un
problema porque toda la política del gobierno tiende a achicar al Estado y el
caramelo no derrama. Más bien el flan está cada vez más restringido a unos
pocos y abajo hay huevos pero no hay plata para pagar el gas con el que se
enciende la hornalla.
Allí entra la segunda parte de la construcción y la segunda
parte de la tragedia cognitiva. No es por exagerar pero en una semana se pudo
oír que la administración anterior se había robado: a) 200 millones de dólares;
b) un PBI entero que, dependiendo la variación del dólar, puede estar en torno
a los 600.000 millones de dólares; c) tres PBI; d) seis PBI y e) un 6% del PBI.
Toda esta información la brindaron distintos periodistas más algún idiota útil
que utiliza la calculadora para cuantificar su nivel de desinformación y de
espuma en la boca. En algunos casos hasta los mismos periodistas dieron cifras
distintas sin poder explicar dónde están las 3.600.000 casas de 1 millón de
dólares que se podrían haber comprado los kirchneristas con el dinero de seis PBI
para cobijar a más de 12.000.000 de personas, tomando el modelo de familia tipo,
esto es, más de dos tercios de la población de la provincia de Buenos Aires. Viendo
estos números queda claro que o bien son falsos o bien el modelo de la
corrupción sería el que mayor riqueza genera y el más redistributivo.
Ahora bien, nadie explica tampoco cómo el gobierno anterior
quemó la casa al tiempo que acostumbró a las mayorías a recibir flan y, no se
sabe bien por qué, antes de quemarla, dejó al país desendeudado. Más allá de
esta suerte de gesto de magnanimidad piromaníaca, si a casi tres años después
de haber asumido, el gobierno debe apelar a convencer a una mayoría de que la
actual crisis económica tiene que ver con la herencia, con Brasil, con Turquía,
con Trump, con las tormentas, con que pasaron cosas o, como insólitamente
algunos instalan, con la decisión política de acabar con la impunidad que se
perseguiría en el caso de los cuadernos, estamos frente a una señal de extrema debilidad.
No puedo ser tan optimista para creer que la gente no come vidrio o que ya no
se convencerá con mentiras porque en general la gente come vidrio y se deja
convencer por mentiras. Pero el gobierno está dando la batalla comunicacional con
argumentos pobres, ya no habla sino que está “siendo hablado por los
periodistas” como si éstos fuesen verdaderos ventrílocuos y está sufriendo el
mal de la endogamia y las audiencias redundantes. Así, en caso de que una
mayoría se uniera al movimiento oficialista #NoSomosBoludos que proclamó
Casero, no debería sorprender que, si hicieran honor a su nombre, paradójicamente,
en 2019, el triunfo de la oposición esté asegurado.
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