miércoles, 13 de diciembre de 2017

Posjusticia y poder real (editorial del 10/12/17 en No estoy solo)

Los procesamientos masivos que, en algunos casos, vinieron acompañados de prisiones preventivas, desplazaron los temas económicos de la agenda y volvieron a posar la atención sobre la relación entre algunos jueces y el gobierno. Si bien todo se confunde, la causa en cuestión no podría incluirse en una presunta corrupción k sino que la figura que aparece allí es la acusación temeraria de “Traición a la patria” que mediáticamente es defendida solo por los sectores que nuclean referentes fanáticamente antikirchneristas, y que, en algunos casos, defienden intereses geopolíticos que van bastante más allá de las fronteras argentinas.
Con la ex presidente a la cabeza, el kirchnerismo denunció a Bonadío y al mismísimo Macri como parte de un entramado que esconde una persecución política. En lo personal, creo que el asunto es algo más complejo porque el gobierno tiene incidencia directa en el poder judicial, pero también juegan allí otros objetivos y otros vínculos que en algunos casos le dan autonomía al poder judicial respecto de lo que quisiera Macri. Por supuesto que por autonomía aquí no se entiende ecuanimidad, asepsia o inmunidad a presiones de poderes fácticos. Solo indico que si bien el gobierno no hace nada para frenarlos (como sí hace para impulsar acciones en otros casos), algunos jueces persiguen una agenda que abre una caja de Pandora en lo social y lo político. Y para un gobierno que acaba de triunfar y que tiene espalda para patear cualquier crisis económica allende 2019, una caja de Pandora agrega un nivel de incertidumbre indeseado.      
Sin embargo, en lugar de indagar en ese aspecto, preferiría profundizar en otras aristas. Para ello parto de la siguiente afirmación: la decisión de Bonadío es persecutoria y arbitraria basada en interpretaciones sesgadas de los hechos pero de ahí no deviene que su accionar sea ilegal. Esto, más que suponer un guiño hacia un juez en particular, que en este caso cuenta con una enorme cantidad de pedidos de juicio político en el Consejo de la Magistratura, debería funcionar como una advertencia hacia el sistema todo. Dicho en otras palabras, es el derecho en Argentina el que permite que acciones injustificables como las de Bonadío puedan realizarse en nombre de la ley.
El asunto puede enfocarse desde diferentes tradiciones de la filosofía del derecho para discutir, por ejemplo, la problemática de la discrecionalidad de los jueces. ¿Por qué dejamos en manos de la valoración de un juez cuándo una persona, sin condena firme, puede ir preso? Hay muchas posibles respuestas a este punto desde los que consideran que el sistema de derecho perfecto sería aquel en el que el juez fuera un simple ejecutor de leyes capaces de dar respuesta a todos los conflictos, hasta los que consideran que, finalmente, el sesgo subjetivo del juez es inevitable pues una ley siempre está sujeta a interpretación. Con todo, aquella máxima que Carlos Fayt vertiera algunos años atrás y que hablara de que los hechos son sagrados y lo que es libre es el comentario (o las interpretaciones) hoy parece haberse invertido. De aquí que podamos concluir que, en la Argentina de 2017, las interpretaciones son sagradas pero los hechos son libres.
El punto, claro está, y esto ya lo decía F. Nietzsche, quien en la línea de lo recién indicado afirmaba “No hay hechos, solo interpretaciones”, es que es el poder el que determina cuál de esas interpretaciones prevalece sobre las demás para convertirse en “verdadera”.
Y allí deberíamos mencionar que ni siquiera hace falta un juez con sesgo o mala fe sino que el propio sistema del derecho es permeable al poder real (de hecho hay quienes dicen que el derecho mismo es la manifestación máxima del poder real).
Dicho esto, entonces, y si bien no hay espacio aquí para desarrollar temas tan complejos, deseo advertir dos cosas. Por un lado, la aparición de una justicia posverdadera o una verdadera posjusticia con jueces que arbitrariamente son capaces de fallar, no solo según sus broncas personales y sus vínculos con determinados sectores del poder, sino también a favor del deseo de venganza y el estado de emoción violenta de un sector de la sociedad que cree, por derecha pero también por izquierda, que la única Justicia es aquella que confirma sus prejuicios. Asimismo, por otro lado, algo que se expone y que sería deseable que en algún momento se examine, es el modo en que el poder mismo, prescindiendo de un juez venal en particular, está presente y constituye el sistema mismo del derecho.
Sobre este último aspecto, probablemente no sea una discusión para tiempos urgentes pero indagar en este punto no invalidará a las tradiciones, movimientos y minorías que en las últimas décadas han decidido dar la disputa en el terreno de los derechos pero sí, al menos, permitirá realizar un diagnóstico acerca de los límites y de las posibilidades que ese terreno brinda. 
En lo que respecta a una Posjusticia que, a diferencia de la posverdad, no solo puede manipular y dañar públicamente sino utilizar el poder del Estado incluso contra la propia libertad de los ciudadanos, solo resta preocuparse.       



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