Tomás tu celular para escribir un
mensaje y ya internalizaste que cada vez que comiences una palabra de la frase,
tu teléfono inteligente se anticipará y la completará para que vos puedas
escribir el mensaje más rápido. En la mayoría de los casos, la palabra que el
teléfono inteligente completa es la que vos deseabas escribir pero a veces no
tenés esa suerte, pues se trata de una palabra presuntamente ajena a tu
vocabulario y a tu costumbre. Cuando se da esta última situación, luchás contra
el teléfono para que te permita escribir la palabra que deseabas transmitir.
Algunas veces lográs vencerlo pero no deja de generarte perplejidad que el
teléfono te indique que esa palabra es “desconocida”.
Esta breve descripción de los
teclados predictivos, uno de los aparentes beneficios del avance de la
tecnología, resume buena parte de las características de las sociedades en las
que vivimos. Es que, efectivamente, asistimos a la era de lo que daré en llamar
“Sociedades predictivas”.
Indagar en este aspecto resulta
relevante en tiempos donde se nos dice que la posverdad se ha transformado en la
categoría capaz de iluminar la comprensión de fenómenos políticos, electorales
y sociales. Porque si bien esto no es estrictamente falso pasa por alto que la
posverdad es solo un emergente visible, un mero efecto de estas “Sociedades
predictivas” a las que me refiero.
¿Pero por qué las nuestras son
sociedades predictivas? Por dos razones: la primera es la necesidad de velocidad
y la segunda es el rechazo a la novedad. Sí, aunque parezcan elementos que
incluso podrían contradecirse, hoy los encontramos unidos como dos
características descriptivas del fenómeno. Decir que vivimos velozmente y que
la vitalidad y la supervivencia del capital está en esa velocidad es algo que
no merece mayor desarrollo pues es harto evidente e inunda nuestras vidas
cotidianas, aun en los aspectos más elementales, porque se nos ha instalado que
el consumo debe hacerse siempre ahora y que las mercancías deben fluir, en este
caso, a través del canal adecuado que es la web. De hecho internet hoy es más
un emblema de la velocidad que de la interacción con otros o el acceso a
información que antes resultaba inalcanzable, y para confirmar ello nada mejor
que indagar en la discusión en torno a la neutralidad de internet que no es
otra cosa que un debate acerca de si se va a permitir que el acceso a algunos
sitios o a través de determinados servidores sea más rápido que otro. No es un
tema de neutralidad o pluralidad valorativa o sí pero en todo caso solo muestra
que el presunto afán de búsqueda de conocimiento en una red abierta sucumbiría
frente a un servicio que, aun brindando baja calidad de información, lo haga
velozmente. “No tengo religión, tengo ansiedad”, diría la canción.
Pero el segundo aspecto
mencionado, el rechazo a la novedad, es menos evidente y naturalmente resistido
porque choca con todo el ideario de una modernidad occidental que desde el
siglo XVIII e incluso tiempo atrás, revolución científica mediante, nos explicó
que entre la razón y la ciencia la humanidad tenía un destino de progreso y
acumulación de saber y bienestar. Afirmar que en pleno siglo XXI la sociedad
prefiere no saber más sino “protegerse” en lo ya sabido parece una descripción
de tiempos oscuros y sociedades cerradas pero a juzgar por el nivel de los
debates públicos no parece demasiado alejado de la realidad.
Es más, sobre esta base se
comprende mejor la noción de posverdad porque no se trata de una lisa y llana
mentira sino de un mensaje falso que acaba resultando persuasivo no por su
verosimilitud sino por su capacidad para interpelar sentimientos y confirmar
los prejuicios de la audiencia. Y aquí se produce el segundo gran golpe a
Occidente pues la civilización de la racionalidad se postra ante el enjambre
cibernético que no busca comprender sino juzgar rápido según “lo que siente”, y
la pretendida autonomía del individuo va cediendo hacia un nuevo tipo de
hombre, el Homo algoritmus, una
entidad que tiene todo para ser manipulable pues cree ser libre al tiempo que
brinda todos sus datos voluntariamente para que la tecnología, en nombre de la
eficiencia, lo incluya dentro de una confortable y sesgada burbuja. Se trata de
los mismos algoritmos capaces de deducir la palabra que vos querés escribir y
al utilizar la palabra “deducir” lo hago en un sentido técnico pues la
deducción es algo a lo que se llega conteniendo toda la información de antemano.
Para ponerlo en un ejemplo clásico de una clase de lógica, si tenemos un
razonamiento que indica en sus premisas que “Todos los hombres son racionales”
y que “Juan es hombre”, podremos deducir que “Juan es racional”. Esa deducción
la realizamos porque la conclusión de nuestro razonamiento, esto es, que “Juan
es racional”, ya estaba incluida en las premisas, solo que de manera implícita.
Y esto significa que lo propio de la deducción es que no agrega información
novedosa, actúa desde lo que ya sabe y eso es fabuloso para un sistema
cualquiera pero quizás no lo sea para la vida porque en ella no solo queremos
deducir y con ello garantizarnos que si nuestras premisas son verdaderas
nuestra conclusión también lo será; queremos, además, agregar información,
nutrirnos de la sorpresa, de la incertidumbre, de la curiosidad ante lo
desconocido. No se trata de un nuevo decálogo para el trabajador monotributista
estebanbullrichiano. Se trata de tener el coraje para confrontar con
percepciones e ideas diversas que, incluso, puedan ser capaces de poner en duda
nuestros puntos de vista.
Por todo esto, cada vez que
escribimos un mensaje en nuestro celular inteligente y el teclado predice, a
través de un algoritmo que deduce, qué palabra queremos escribir, estamos
presenciando algo más que ese circunstancial mensaje; estamos viendo, a toda
velocidad, en qué tipo de sociedad nos hemos convertido.
Una vez alguien se acercó a Alejandro dolina y le dijo que admiraba sus libros como ninguno e inmediatamente éste le pregunto - y qué otros libros leiste . dandole a entender en comparación de quién sus libros son buenos ,si le dice que leyó a Borges , se dá por satisfecho , ahora si le dice que leyó a un autor menor, por ahí un libro más o menos le parece notable.Yo te puedo asegurar de que leo(muchisimo) diversos editorialistas de diversos medios pero solo una vez encontré uno que reuna pensamiento lúcido , profundidad y sobre todo claridad .Quizá teniendo una sola de las tres cualidades mencionadas una persona puede" triunfar " vos tenés las tres .Para mi ,sos el mejor analista político.
ResponderEliminarOjalá algún día se pueda convertir en libro la sección " presente griego "de tu programa de radio .
Este blog es una colección de talentos y por ende este artículo también lo es . Te felicito además por las numerosas categorías que inventás . Abrazo , Dante querido !.
Acabo de leer el último artículo pero elijo comentar en éste solamente : feliz cumple , maestro .
ResponderEliminarGracias Martín querido!!
ResponderEliminarSos muy generoso, Martín! Te lo agradezco mucho y me alegra que te hayas enganchado con Presente griego que es una sección que me da trabajo pero también alegrías. Estamos en contacto, como siempre. Abrazo
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