Los cruzados
de la antipolítica han encontrado en el discurso moral y ético su refugio. Esto
no es ninguna novedad y fue expuesto explícitamente hace casi ya una década
cuando Elisa Carrió proponía sustituir el contrato político por un contrato
moral. En esta línea, con ligereza posmoderna hoy escuchamos decir que la gran
discusión de la sociedad y la política argentina no es entre ideologías sino
entre honestos y corruptos, aunque, claro, luego nos hacen una trampita y nos quieren
hacer creer que, casualmente, los que tienen una determinada ideología son
corruptos y quienes tienen otra son honestos. El mejor ejemplo lo vimos aquí
con el caso López. La sociedad argentina estaba de acuerdo en sancionar ese
accionar pero los que lo repiten una y otra vez quieren otra cosa: quieren
presentar el caso López como símbolo de un proyecto político y te quieren hacer
creer que una política de Derechos humanos, Justicia social, Independencia
Económica y Soberanía política es equivalente a un tipo afanando guita en un
bolso.
Con todo, como
les decía al principio, no hay novedad respecto a esto y siempre ha habido un
sector de la sociedad que se ha visto identificada con los políticos que, en
nombre de una presunta ética desideologizada, son reconocidos menos por su
labor que por las denuncias mediáticas que realizan. De hecho, en general, se
trata de legisladores que no legislan sino que pretenden desempeñar un rol de
“fiscales”. Asimismo, con este tipo de políticos se da una particularidad: sus
denuncias, ayudadas por los medios de comunicación, pueden tener cierta llegada
en la opinión pública pero al momento de ir a las urnas, el electorado no suele
inclinarse por ellos. Así, si por cada denuncia que hicieran recibieran un
voto, seguramente serían más competitivos electoralmente.
Sin embargo, una
novedad está en que quienes se creen fiscales de la República no se ocupan de
denunciar al gobierno de turno, como siempre lo hicieron, sino al gobierno
anterior. De hecho, salvo alguna excepción, los denunciantes forman parte de la
administración Macri. La pionera ha sido la ya mencionada Elisa Carrió, pero
también podemos ubicar allí a Margarita Stolbizer, Graciela Ocaña y Mariana Zuvic.
Todas mujeres con altísima exposición mediática. Habría que indagar si el hecho
de ser mujer no peronista acerca más a la verdad o a Dios pero quiero detenerme
en lo original del momento que nos toca vivir porque las fiscales de la
República son fiscales desde el poder y Stolbizer, si bien no es parte de
Cambiemos, aparece coqueteando con Massa en el intento de reproducir el mismo
esquema que realizó Cambiemos con Carrió. Pues ni Stolbizer ni Carrió suman
votos pero, en este particular vendaval de ética antipolítica, se pretende dar
la imagen de transparencia y en este sentido, la estrategia de Cambiemos es
arriesgada y coyuntural pero inteligente pues las operaciones de la ex diputada
radical y sus aprietes incluso contra decisiones u hombres del oficialismo, son
presentadas, por ese mismo oficialismo, como ejemplo de aceptación de la
crítica interna e institucionalidad. “Hola, soy Macri, tengo un prontuario por
delitos contra el Estado pero Carrió me acompaña y me controla”, parecería ser
el mensaje subyacente. Algo parecido podría suceder con Massa quien terminaría afirmando:
“Hola, soy Sergio y si bien soy peronista, me acompaña la fiscal impoluta Stolbizer”.
Si nos posamos
en Carrió, la compulsión a la denuncia siempre vino mezclada de una igualmente
compulsiva propensión a la profecía a tal punto que nunca se ocupó de
distinguir bien una cosa de la otra. Porque la profecía era también denuncia y
muchas de esas profecías se transformaron en presentaciones ante un juez.
Naturalmente, quien ha hecho decenas de denuncias sin fundamento, en un
determinado momento, pierde credibilidad frente a la opinión pública. No es
este el espacio para hacer la lista pero si tiene acceso a una computadora haga
el ejercicio de poner en Google “Desestiman denuncia de Carrió” y allí
encontrará al menos las desestimaciones más resonantes. Sin embargo, hoy
escuchamos en buena parte de la corporación mediática, desde el Grupo Clarín
hasta el Grupo dueño de América TV, comentarios tales como “al final Carrió
tenía razón”. Y francamente no tuvo razón en más del 90% de sus denuncias y
menos aún en sus profecías. De hecho es casi un desafío al azar pensar que
alguien puede acertar tan poco. Pero resulta que ahora nos quieren hacer creer
que Carrió es una suerte de Casandra. ¿Quién era Casandra? Cuenta la leyenda
que esta princesa de Troya, hija de Príamo y Hécuba, tenía una belleza tal que
cautivó al mismísimo dios Apolo quien le ofreció a Casandra el don de
profetizar a cambio de aceptar unirse a él en el amor. Aparentemente, en un
primer momento Casandra habría aceptado, pero al recibir el don de la profecía,
no quiso corresponderle amorosamente a Apolo. El dios, preso de la ira ante el
desengaño, ideó el plan más perverso pues no le quitó la capacidad de poder
vislumbrar el futuro sino que le quitó para siempre la capacidad de persuadir.
De esta manera, ella podía ver lo que iba a suceder y, de hecho, advirtió la
trampa del Caballo de Troya, pero como era incapaz de convencer, nadie le
creyó.
Elisa Carrió
siempre añoró ser Casandra pero su incapacidad para convencer no se la adjudicó
a la enorme cantidad de mentiras y despropósitos vertidos durante años ni a un
dios, sino a una ciudadanía que “no quería ver” e incluso a cierta parte del
mismo periodismo a pesar de que la prensa hegemónica, desde hace un tiempo ya, viene
reivindicando los dislates casquivanos de la doctora para adoptar una agenda de
radicalización inverosímil que hasta nos llegó a decir que el fiscal Nisman fue
asesinado por un comando venezolano-iraní adiestrado en Cuba.
Llegados a
este punto es fácil observar lo enormemente benévolo que es el periodismo con
Carrió y con el “denuncismo”, ejes fundamentales de la campaña antipolítica.
Esto, más que hablar bien de las candidatas a profetisas habla mal del
periodismo que en tanto pretende erigirse en una nueva divinidad capaz de poder
presentar los hechos tal como son, reivindica a un personaje como Carrió en
algo que debe leerse en el marco de esta nueva tendencia de destrucción de la
autoestima de una sociedad a la que no solo se le dice que no merecía vivir
bien y que debe pagar una supuesta fiesta, sino que ahora se la acusa de no
haber prestado atención a la profetisa.
A su vez,
jugando con la desmemoria, la confusión y el ocultamiento de la información, lo
que se busca es construir la falacia de autoridad, es decir, dotar a Carrió, y
a las representantes del “denuncismo”, de un halo de credibilidad porque en el
profeta, el pronóstico es menos importante que la credibilidad; o en todo caso,
la credibilidad da lugar a que cualquier profecía instale realidad y prejuicios,
lo cual a veces no alcanza para que la profecía se cumpla pero sí alcanza para
instalar un sentido común base desde el cual tergiversarlo todo.
Podría
decirse, entonces, que el mito de Casandra hoy está invertido porque la
princesa podía ver lo que iba a ocurrir pero no era capaz de convencer. Por el
contrario, las presuntas profetisas actuales, fiscales de la república, no ven
el futuro y mienten sobre él pero se les ha dado, gracias a una campaña de
instalación mediática, el don de la persuasión. Y naturalmente, en una sociedad
donde todos están convencidos de una mentira, los nuevos dioses exigen sacrificar
solamente una cosa. ¿Saben cuál? La verdad.
Gran árticulo dante , profundiad y claridad van de la mano en tus análisis ... saludos de martin de berisso
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