lunes, 8 de octubre de 2007

Mensajes de campaña

En la medida en que me doy cuenta que el pueblo argentino podría, al menos por ahora, eliminar de su dieta habitual rica en frutas y verduras, al tomate y mientras reflexiono acerca de la campaña iniciada por algunos multimedios a partir del mundial de rugby en la que un deporte elitista, misógino, de un nacionalismo rayano en el chauvinismo, violento y con un alto porcentaje de lesiones irreversibles en la columna, se nos intenta imponer como filosofía de vida (ver, por ejemplo, las tapas del diario Clarín o la revista Noticias por citar sólo algunos ejemplos), noté que faltan apenas 21 días para las elecciones y decidí investigar este dicho popular que afirma que “los mensajes de campaña nunca dicen nada”.
Resulta claro, que con la caída del muro de Berlín y la descomposición de los partidos políticos se ha producido un vaciamiento ideológico que se trasluce en los discursos y slogans de campaña. Sin embargo, en otro sentido, las campañas dicen mucho y lo que me propongo hacer es analizar algunas de estas estrategias.
Por ejemplo, en el oficialismo, imagino, los asesores de campaña se enfrentan al gran dilema: ¿cómo hacer que Cristina se presente como una continuidad sin sobresaltos que acapare los aciertos del gobierno para generar un clima de confianza y estabilidad, y, al mismo tiempo, no aparecer como parte de una estructura oficialista que sobrelleva algunos costos políticos a partir de los errores cometidos y que se encuentra algo desgastada como cualquier gestión?
La respuesta a tal interrogante fue “el cambio recién comienza”. De este modo, el oficialismo se apodera de la idea de “cambio y renovación” siendo status quo. La estrategia me parece inteligente pero me lleva a preguntarme por qué es tan importante ser los agentes del cambio. En otras palabras, ¿por qué la novedad es intrínsecamente buena? Verdaderamente es algo que me lo pregunto desde el 2001. Allí empezó a florecer la siguiente taxonomía disyuntiva: “vieja política o nueva política”. Parecía claro que la vieja política había fracasado pero qué garantía había de que lo nuevo fuera mejor. Me llamaba la atención cómo términos descriptivos como “viejo” y “nuevo” escondían el juicio valorativo “malo” y “bueno” respectivamente. Así no resultaba sorprendente que desde el socialista Roy Cortina hasta Macri, se disputaran el espacio de la nueva política sin darnos buenos argumentos acerca de su superioridad. En principio, su único mérito parecía generacional: o eran más jóvenes o había llegado después a la política. Habría que indagar en las razones culturales que hacen que consideremos que la novedad es siempre algo mejor, pero es un prejuicio que lo tenemos incluso hasta cuando nos cortamos el pelo o nos compramos una nueva camisa y decimos “Me renové, ¿no me ves mejor?” Por suerte, la gente que nos responde nos aprecia y nos dice que sí pero en política, cuando lo que está en juego es el futuro de un país, deberíamos ser algo más críticos para no caer en esto que bautizaré la “falacia de la novedad”.
En cuanto a la oposición, un análisis de todos los mensajes conllevaría una extensión incómoda para el lector. Dejando de lado las tristes escenas de candidatos con zapallitos, tomates y papas en la mano denunciando el bochornoso índice del INDEC, me centraré en las publicidades que más me llamaron la atención por diferentes razones. Una publicidad que me resultó curiosa y hasta me despertó una mueca irónica fue la de Melconián. El candidato a senador por el PRO en Capital, con buen tino, trata de sacar rédito del caudal de voto macrista obtenido hace poco tiempo y su estrategia es similar a la que el partido utilizó inteligentemente y que tan buenos resultados le dio.
Allí, tanto en TV como en radio se puede oír y ver “Con Mauricio y Gabriela, Carlos Melconián Senador”. Es famoso el discurso en que hasta el propio Presidente de la nación se ocupó de señalar que la estrategia del PRO en la campaña para la Jefatura de Gobierno hacía hincapié en el nombre de pila del candidato para desligarlo de un apellido vinculado con un pasado oscuro de filiación menemista, negociados con el Estado y contrabando. Todavía resuena el “¡Recuerden! Mauricio es Macri”. El spot de Melconián me resultó curioso y lo pensé como en aquellos juegos en donde ponen a prueba el ingenio a través de ejercicios de inferencias o analogías. En este caso, se trata de un juego de analogía: si de las primeras dos personas (“Mauricio” y “Gabriela”) sólo se menciona el nombre de pila, análogamente debería hacerse lo mismo con la tercera persona en cuestión (“Carlos Melconián”). De este modo, el spot quedaría así: “Con Mauricio y Gabriela, Carlos senador”. Expuesto así me acabo de dar cuenta por qué los publicitarios del PRO no fueron precisos con la analogía puesto que de haberlo hecho hubieran logrado que la ciudadanía trajera a su mente al “Carlos” más famoso de los últimos tiempos (Menem) lo cual podría a su vez recordarle que fue precisamente Melconián el que hizo campaña junto al riojano en 2003 y quien iba a ser, cosa que finalmente tras la derrota en manos de Kirchner no sucedió, su ministro de economía.
Siguiendo con estos detalles curiosos del lenguaje de la campaña, noté que detrás de una parada de colectivo había un cartel de lo que, creo, es la Juventud comunista revolucionaria (JCR) que decía “No votes, impugná o ni vayas”. Resultaba claro que por el tipo de expresión se dirigía a una población joven más dispuesta a la desobediencia civil (recordemos que el voto es obligatorio en Argentina). Pero lo que más despertó mi curiosidad fue que por esas casualidades que a veces uno se resiste a creer como tales, al lado de ese cartel había uno del ya mencionado Carlos Melconián en el que simplemente figura su nombre, su filiación y el número de la lista. Si hay algo de lo cual nunca me percaté es el número de las listas pero éste me llamó la atención: no se trataba de la lista 1, 2 o 3 sino de la 503. Número raro, difícil de recordar para una lista. Pero allí establecí un vínculo con el cartel de la JCR y tuve un súbito recuerdo, de aquellos tan inútiles como un número de teléfono de una ex novia que ya no vive más en su antigua casa. Recordé (que alguien me lo haga saber si mi memoria me engaña) que la lista de Macri para la jefatura de gobierno era un número parecido a este: era el 502. Y por esos mecanismos absurdos e insondables de mi cabeza me retrotraje a ese movimiento que en plena crisis de credibilidad de los cuadros políticos se autodenominó “Movimiento 501”. El movimiento 501 proponía, ya que no ir a votar está prohibido, viajar más de 500 kilómetros (es decir 501km) como señal de protesta ante la calidad de nuestros políticos. El movimiento fue minoritario y duró lo que un suspiro de pánico (es decir, un poco más que un suspiro normal) pero me ayuda a entender todo lo dicho hasta aquí: tras la crisis de credibilidad de los políticos, algo que algunos ingenuos y otros maliciosos intentan endilgar a la política como actividad, forma de gestión, participación y condición necesaria para ser libres, lo que viene es el PRO. De este modo, el paso posterior a la debacle de los partidos (el 501, el 502, el 503), lo que está más allá de la política, es la falta de participación ciudadana, la administración neutral de un ingeniero gerente y la fantasía de muchos economistas de que los problemas de los países se resuelven con una calculadora. De este modo, la conjunción de apatía y desidia ciudadana, pulcritud, cálculo y criterio empresarial, es lo que está más allá de la política y lo que parece perfilarse como el deseo de algunos argentinos. Así, la Argentina no parece ser la excepción al fenómeno propio de muchos países sudamericanos que, en las últimas décadas, en vez de resolver los problemas de la política con más política, deja espacio al surgimiento de magnates “apolíticos” de derecha centrados en un discurso en el que la eficiencia y la seguridad parecen las únicas virtudes ciudadanas a tener en cuenta.
Ahora que ya sabemos que después del 500 venía el 501 libertario, el 502 gerencial y el 503 de la calculadora de suma, resta y, por sobre todo, de división, no quiero imaginar qué nos deparará el destino con el 504, el 505 y el 506. Para averiguarlo, tal vez haga falta prestar atención a algunos mensajes de la campaña que, al fin de cuentas, parecen decir, implícita o explícitamente, mucho más de lo que creemos.

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