domingo, 31 de diciembre de 2023

Milei, entre lo posible y lo verdadero (editorial de no estoy solo publicado el 30/12/23 en www.canalextra.com.ar)

 

Nadie sabe cómo termina todo esto, pero habrá que reconocerle a Milei un espíritu revolucionario, en el sentido estricto de pretender inaugurar un tiempo cero y fundacional. En ese terreno se inscribe tanto el megadecreto como la denominada “ley ómnibus” enviada al congreso, la cual exige atribuciones que exceden los límites constitucionales del poder ejecutivo y pretende legislar sobre prácticamente todo lo existente.

A tal punto llega el carácter pretencioso de la propuesta que no ha tenido mejor idea que llamarla “Las bases…” referenciándose en el padre del liberalismo argentino, Juan B. Alberdi, asiduamente citado por Milei en sus intervenciones públicas.

El pedido de delegación de facultades extraordinarias ayudaría en el afán de poder caracterizar al presidente, a quien podría ubicarse en una categoría que podríamos denominar “paleolibertarismo populista”, esto es, un libertario en lo económico, un conservador en lo moral y un populista en lo político. Sin embargo, también puede ser una buena ocasión para derribar algunos mitos del liberalismo vernáculo y encontrar continuidades y rupturas entre aquellas bases de Alberdi y estas bases de Milei.

En este sentido, lo primero que hay que mencionar es que el liberalismo de Alberdi no pregonaba por un Estado débil ni mínimo al menos en el contexto histórico de Las Bases. Es más, para escándalo de los liberales de la actualidad, Alberdi hace suya una frase atribuida a Simón Bolívar: “Los nuevos Estados de América antes española necesitan reyes con el nombre de presidentes”.

Es que, para Alberdi, el modelo de la época era el chileno, aquel que logra un equilibrio entre lo tradicional y la novedad, entre los resabios monárquicos de nuestra condición de excolonias y la necesidad de encolumnarnos detrás de los vientos de cambio y el progreso del mundo.

 

Chile ha resuelto el problema sin dinastías y sin dictadura militar,

por medio de una Constitución monárquica en el fondo y republicana en la forma: ley que anuda a la tradición de la vida pasada la cadena de la vida moderna. La república no puede tener otra forma cuando sucede inmediatamente a la monarquía; es preciso que el nuevo régimen contenga algo del antiguo; no se andan de un salto las edades extremas de un pueblo”.

 

Este poder político conservador, “monárquico en el fondo”, complementado con una economía liberal, es lo que hizo que un historiador de la talla de Halperín Donghi hablara del “autoritarismo progresista” de Alberdi, más allá de que hoy el término “progresista” posea otra significación. Es más, aun con todas sus diferencias, es sabido que Alberdi le valora a Rosas su capacidad de haber impuesto el orden, condición sine qua non para el florecimiento de una economía liberal.    

Con todo, hay que ser justos y decir que la clave de Alberdi está, desde mi punto de vista, en su idea de “república posible” y “república verdadera”. Efectivamente, Alberdi encuentra en la república verdadera el horizonte, el ideal al cual debíamos dirigirnos. Sin embargo, también entiende que es imposible implantar una república en una comunidad sin costumbres republicanas. Una vez más, la herencia monárquica, caudillista y centralizada ha calado hondo en la vida material y práctica de la sociedad, en sus valores. De aquí que la propuesta sea esta forma mixta, esta “república posible” que no es la ideal pero que es la que más se podía acercar a la “república verdadera” en 1852.

Nótese que, en algún sentido, cuando Milei habla de reformas de primera, segunda y tercera generación, podría estar pensando en términos de “lo posible” y “lo verdadero”, entendido esto último como el momento pleno de su propuesta ideal. En todo caso, la diferencia parece estar en que su énfasis es solo económico y no tiene que ver con una forma de gobierno o con las costumbres, más allá de que algo de esto último podría colegirse de algunas de sus intervenciones.

Asimismo, el factor populista de Milei marca una gran diferencia con Alberdi quien lisa y llanamente consideraba que “el pueblo no está preparado para regirse por este sistema [el republicano]”. Para el libertario, en cambio, aunque más no sea, quizás, en su fantasía, es el pueblo el que acabará presionando a “la casta” para que se avance en las reformas. Se trata de una lógica sin mediaciones, donde las instituciones, más que un equilibrio, son un estorbo, y donde la negociación política es equiparada a mero filibusterismo. 

El asunto deviene todavía más complejo cuando dejamos a Alberdi por un momento y nos posamos en el siempre venerado por Milei, Friedrich Hayek, uno de los padres ideológicos del liberalismo que floreció durante la dictadura pinochetista.

La polémica surge tras una afirmación famosa publicada por el diario El mercurio, el 12 de abril de 1981. Allí, ante la pregunta “¿Qué opinión, desde su punto de vista, debemos tener de las dictaduras?, Hayek responde:

“Bueno, yo diría que estoy totalmente en contra de las dictaduras, como instituciones a largo plazo. Pero una dictadura puede ser un sistema necesario para un período de transición. A veces es necesario que un país tenga, por un tiempo, una u otra forma de poder dictatorial. Como usted comprenderá, es posible que un dictador pueda gobernar de manera liberal. Y también es posible para una democracia el gobernar con una total falta de liberalismo. Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente. Mi impresión personal —y esto es válido para América del Sur— es que en Chile, por ejemplo, seremos testigos de una transición de un gobierno dictatorial a un gobierno liberal. Y durante esta transición puede ser necesario mantener ciertos poderes dictatoriales, no como algo permanente, sino como un arreglo temporal”.

 

Si volvemos a lo posible y lo verdadero de Alberdi, Hayek no tendría ningún inconveniente en afirmar que la dictadura podría llegar a ser “lo posible” en el camino hacia un “liberalismo verdadero”, razonamiento polémico si los hay, especialmente, sobre todo, porque traza una separación tajante entre el liberalismo político (que en su versión contemporánea tiene lazos con el republicanismo y la democracia), y el liberalismo económico.

Esto es lo que le permite a Juan Torres López, un catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Málaga, culminar su columna de opinión publicada en el diario El país, el 12 de junio de 1999, de la siguiente manera:

“En suma, es cierto que igualar mecánicamente a Hayek y los neoliberales con Pinochet es un simplismo injusto. A aquéllos les basta el mercado, mientras que al dictador chileno le bastaron las armas. Sin embargo, tampoco puede olvidarse que, en puridad, a ambos les sobra la democracia”.

Decir que Milei es un dictador o que suscribiría a los dichos de Hayek para justificar una dictadura, al menos transitoria, parece una exageración. Con todo, el nivel de tensión social e institucional que presupone su pretensión “revolucionaria” abre caminos intransitados en estos 40 años de nuestro último período democrático.

Quizás lo mejor sea culminar con la misma frase que comenzamos: “Nadie sabe cómo termina todo esto”.  

 

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