lunes, 8 de enero de 2024

La progresía y el beneficio del contexto (publicado el 5/1/24 en www.theobjective.com)

 

La consulta formulada por la senadora republicana, Elise Stefanik, había sido precisa y pretendía (y merecía) una respuesta por sí o por no: ¿instar al genocidio de los judíos viola las normas de la institución educativa? Las personas interpeladas eran las rectoras de algunas de las más importantes universidades estadounidenses.

¿El escenario? Una audiencia de la Comisión de Educación y Trabajo de la Cámara de Representantes de Estados Unidos. ¿El marco? La creciente ola de violencia que comenzó en estas universidades tras el ataque terrorista de Hamas en octubre último. ¿La respuesta? “Depende del contexto”.   

Como era de esperar, la consecuencia fue prácticamente inmediata y, al día de hoy, supuso la renuncia de dos de las interpeladas: Liz Magill, rectora de la Universidad de Pensilvania, y Claudine Gay, la primera rectora negra y segunda rectora mujer en la historia de la Universidad de Harvard. Si bien días después se arrepintió de sus dichos, en la audiencia mencionada, además de apelar a reconocer las circunstancias, Gay indicó que, en todo caso, el problema se daba cuando “el discurso se convierte en conducta”. Aun admitiendo que es una respuesta posible, no deja de ser una salida curiosa en boca de  quienes nos han vendido una interpretación infantil de los actos de habla, la performatividad del lenguaje y los “discursos del odio”.

Con todo, esta última renuncia no es otra cosa que un paso más en una escalada que nadie sabe dónde culmina y que, en casas de estudio enormemente politizadas, parece haberse desmadrado completamente. De hecho, si nos situamos en algunos de los hechos acaecidos después del 7 de octubre, en diversas universidades estadounidenses, y en apenas semanas, encontramos una riña tras el intento de quemar una bandera israelí, amenazas de muerte a alumnos por su condición de judíos, escraches, la desaparición de los carteles con los rostros de los israelíes secuestrados, y manifestaciones violentas entre aquellos que apoyan y aquellos que critican la respuesta del Estado de Israel.   

A propósito de esto, el psicólogo social Jonathan Haidt, coautor de  La transformación de la mente moderna, publicó en la red X un mensaje advirtiendo una suerte de “antisemitismo institucional” y un doble estándar:

“Como profesor que está a favor de la libertad de expresión en el campus, puedo simpatizar con las respuestas “matizadas” dadas ayer por las rectoras de las universidades, sobre si los llamados a atacar o aniquilar a Israel violan las políticas de expresión del campus. Lo que me ofende es que, desde 2015, las universidades se hayan apresurado a castigar las “microagresiones”, incluidas las declaraciones destinadas a ser amables, incluso si una sola persona del grupo se ofendiera (…)”.

Efectivamente, aun cuando fuera enormemente controvertido, las casas de estudio podrían echar mano a una tradición de tolerancia, a la primera enmienda o a la simple costumbre, para intentar encuadrar estas manifestaciones en el ámbito de la libertad de expresión. Sin embargo, se trata de las mismas universidades que han estado a la vanguardia del impulso de una serie de normativas que serían risibles si no fueran tan dañinas. Pues de esos Think tanks progresistas es que han salido las ideas de los “espacios seguros” y las “trigger warnings” para estudiantes adultos cada vez más infantilizados, o los “lectores sensibles”, aquellos que en tiempos de menos eufemismos solíamos llamar “censores”. Son los mismos responsables de la peligrosa cultura de la cancelación que lleva a la muerte civil de manera indistinta y arbitraria a un criminal abominable o a un idiota que pudiera haber hecho un comentario poco feliz en una red social 15 años atrás, todo según el humor social del enjambre cibernético. 

Sin negar que, eventualmente, algunas de estas manifestaciones escondieran un antisemitismo más o menos larvado, creo que Haidt acierta en denunciar el doble estándar, pero se equivoca al adjudicarlo a una acción “institucional” antijudía. En todo caso, se los ataca “por ser de derechas” y no por ser judíos. En otras palabras, las diferencias no son étnico-religiosas sino políticas y se produce por un insólito solapamiento entre el abrazar una religión y el tipo de política llevada adelante por el gobierno de un Estado.

Hacer equivalentes una religión y el gobierno del Estado le permite al progresismo hacer un giro muy particular. Con esto me refiero a que la progresía de universidades como Harvard es la que ha hegemonizado culturalmente Occidente con la ideología victimista, esto es, aquella que impone que solo la víctima está en la verdad y que la única meritocracia válida es una competencia por probar un mayor padecimiento que permita exigir una deuda eterna. El punto es que si hay un pueblo que ha sido víctima, ha sido el pueblo judío. Sin embargo, pareciera que solo se puede ser víctima si se es progresista. En otras palabras, es como si el hecho de estar gobernados por la derecha les quitara a los judíos su estatus de víctimas del holocausto.  

De esta manera, los derechos humanos pasan a ser derechos de mi tribu y ser la víctima acreedora deviene un beneficio del que solo pueden gozar los propios. En este mismo sentido, solo los nuestros tienen libertad de expresión y el sentirse ofendidos es un límite a la expresión que podemos usar contra los otros pero que no admitiremos nunca contra nosotros. Lo que sucede con la Iglesia católica es un buen ejemplo, y se los dice un no creyente: todo tipo de burlas y acusaciones se pueden hacer sobre ésta y sus fieles sin importar que alguno de ellos pueda sentirse ofendido. Sin embargo, no sucede lo mismo contra otras religiones o contra determinadas minorías a las cuales hasta puede ofenderles la biología.

Para finalizar, digamos que tomando en cuenta que de estas universidades surgirán los líderes del mañana, no podemos más que expresar preocupación. Mientras tanto, sabremos que aquello que la moral neopuritana señala hoy, será el manual con que se nos juzgará de manera absoluta, independientemente de circunstancias y el tiempo histórico. En cambio, las aberraciones que comete el progresismo y cierta izquierda, tienen y tendrán el beneficio del “contexto”.

Porque como todos ya lo sabemos: lo que hace mal la derecha está mal; lo que hace mal la progresía, depende.   

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