Finalmente, tras un agotador
proceso electoral, Javier Milei es el nuevo presidente de la Argentina. Luego
de haber alcanzado 30% de los votos en la primera vuelta, el candidato
libertario trepó a casi 56% en el balotaje. De este modo venció al actual
ministro de economía, Sergio Massa, que con 44% apenas pudo sumar 7% a su
performance de octubre.
Si bien la gran mayoría de las
encuestas hablaba de “empate técnico”, resulta evidente que los rápidos
reflejos de Mauricio Macri fueron determinantes. Es que el líder del espacio
conservador que había quedado relegado en octubre tras el pobre accionar de su
candidata, Patricia Bullrich, salió a pedir públicamente el voto a Milei y
logró que sus 24 puntos se trasladaran al candidato libertario.
Para quien no esté demasiado
empapado de la actualidad argentina, digamos que esta elección tuvo una enorme
cantidad de particularidades. La más importante, claro está, tiene que ver con
que Javier Milei, un economista outsider
de la política, se transforma en un líder popular con un discurso
anarcocapitalista o, como él mismo indica, paleolibertario, en un brevísimo
lapso de tiempo y sin ningún tipo de estructura. Si ya esto de por sí era
sorprendente, al discurso economicista radicalizado que junto a sus
características físicas y su irascibilidad lo hacían un fenómeno de consumo
masivo en medios tradicionales y redes, Milei le agregó algo en el último
tiempo: elementos de “batalla cultural” anti woke en línea con el trumpismo, el bolsonarismo y Vox, entre
otros.
Sin embargo, lo que fue
determinante ha sido la habilidad de Milei para transformarse en el vehículo por
el cual una mayoría de la sociedad argentina pudo canalizar su bronca, algo que
fue muy bien explotado por él cuando instaló como eje de campaña la disputa
contra “la casta política”. Como dijimos en otras intervenciones en este mismo
espacio, Milei fue una suerte de Joker,
un representante de una mayoría dispuesta a incendiarlo todo, harta de los
privilegios de unos pocos que referenciaba en “El Estado”; un No Future que, especialmente después de
la pandemia, fue llevado como bandera en mayor medida por los jóvenes con
empleos precarios que otrora hubieran votado peronismo; como así también por
aquellos otros de clase media hartos de las imposiciones hipermoralistas de la
agenda progresista que los señalaba como victimarios por ser blancos,
heterosexuales y amantes del asado argentino.
El descontento era tal que una
campaña errática y con un candidato que generaba mucho miedo, no alcanzó.
Efectivamente, Milei, y los referentes de su espacio, han reivindicado a
Margaret Thatcher, la “verdugo” de la guerra de Malvinas, pero además han
hablado de dolarizar la economía; de prender fuego el Banco Central; de vender
órganos como “un mercado más”; de volver al sistema privado de pensiones que en
Argentina fue una estafa, como así también de privatizar las calles, el mar, la
aerolínea de bandera y la principal empresa de energía; de dar el debate acerca
de la venta de niños; de la posibilidad de que los varones puedan renunciar a
las obligaciones de la paternidad; de implementar un sistema de vouchers para
la educación y hasta han puesto en tela de juicio ciertos consensos básicos de
la democracia argentina en torno a lo ocurrido en la última dictadura militar
adoptando la terminología castrense. Y sin embargo, no solo nada de eso pareció
ser determinante sino que es posible imaginar que, al igual que sucede en otras
partes del mundo, es justamente esta actitud de dinamitarlo todo la que hizo
que, al menos una parte de la población, votara al libertario. Porque hay que
decirlo: Milei ofreció una verdadera revolución y, sobre todo, encontró un
lugar en la necesidad de cambio que opera como un significante vacío. De hecho,
hay encuestas cualitativas que muestran que muchos de los votantes de Milei
están en desacuerdo con gran parte de sus propuestas, pero lo votan porque es
“lo nuevo”.
Luego, naturalmente, está el
contexto. Es que Milei solo podía ganar en un escenario: enfrentando al
peronismo (es decir, sumando a los antiperonistas). En este punto, bien cabe
hacer un comentario: que el actual gobierno peronista haya sido competitivo
después de una mala gestión que además padeció la pesada herencia del gobierno
de Macri y vicisitudes como la pandemia, la guerra en Ucrania y la sequía, es verdaderamente
milagroso. De hecho, no debe haber antecedente en el mundo en el que un
oficialismo que llevó la inflación de 55% a 142% anual y tiene casi dos tercios
de los menores de edad en condición de pobreza, pueda acaso pretender
presentarse a elecciones.
¿Por qué sucedió? Porque el
peronismo es, en Argentina, sobre todo, una cultura y una identidad más allá de
que cada vez lo sea menos; porque el candidato era el candidato más de centro
derecha que podía ofrecer; porque era además un buen candidato, tal como quedó
demostrado en un debate en el que vapuleó a Milei; y porque hizo una campaña
enormemente profesional al lado del amateurismo y el desorden que demostró la
campaña libertaria.
Con el resultado puesto, lo que
viene es verdaderamente incierto. Los mercados daban por descontado que ganaba
Massa, y con una economía que arroja números de inflación de dos dígitos
mensuales, la política de shock que promete Milei podría espiralizarla aún más
y generar una tensión social preocupante. Por otra parte, como nunca antes en
la historia, el espacio que preside el gobierno nacional no tiene ninguna de
las 24 gobernaciones provinciales. Ni siquiera tiene un intendente. Asimismo,
su fuerza parlamentaria es escasa e insuficiente para avanzar en las reformas
radicales que pretende. De aquí que emerja como una figura de poder en las
sombras, el expresidente Macri, el otro gran ganador de la jornada, un
estratega frecuentemente subestimado.
Como se indicó anteriormente, el
espacio liderado por Macri dio su apoyo públicamente y por estas horas se
especula, o bien con la creación formal de una alianza de gobierno con
referentes del macrismo ocupando lugares clave, o bien como una coalición de
hecho que incluya, naturalmente, la importante representación que el espacio de
Macri tiene en el congreso. De lo contrario, la fragilidad del gobierno
naciente y un sistema de partidos estallado, deja abierto un escenario de
enorme inestabilidad institucional que podría llevar a la Argentina por el
camino de Perú aunque, claro está, con una hiperinflación como la que Perú no
tiene.
De lo que no hay dudas es de que
se abre una etapa completamente novedosa en la política argentina con un
reagrupamiento de los partidos tradicionales y las coaliciones. El resto son
incógnitas: la primera es alrededor del peronismo. Cómo se articulará en la
oposición y cuáles serán los nuevos liderazgos con una Cristina Kirchner que
parece hacerse a un costado, no lo sabemos. La segunda incógnita, y la más
importante, es cuál será finalmente el plan de gobierno de Milei, cómo podrá
sobrellevar socialmente medidas antipáticas cuyos resultados se verían a largo
plazo y cómo convivirá con Mauricio Macri, el otro faro de poder que ahora se
sabe más determinante que nunca.
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