La semana
anterior, el grupo económico del candidato a presidente Sergio Massa dio a
conocer su receta para eliminar las restricciones a la compra de dólares. A
diferencia de su estrategia electoral en 2013, esta vez, su Frente Renovador no
jugó a las escondidas sino que mostró todas sus cartas. Las razones de este
cambio de estrategia pueden ser múltiples pero pareciera que la amplitud zigzagueante
con la que Massa ha construido su carrera política (incluyendo haber sido Jefe
de Gabinete del oficialismo) lo obligan a dar señales claras y precisas a lo
más rancio del establishment, obligación que no cuenta para Macri quien, por
sus credenciales, puede darse el gusto de decir que no reprivatizaría YPF ni
los fondos jubilatorios.
Si se evalúa
la propuesta específicamente podría decirse que ésta no pasará a la historia
por su originalidad pues indica que hay que “volver” a los organismos
internacionales de crédito como el FMI, liberar la posibilidad de que las
multinacionales giren a sus casas matrices irrestrictamente sus dividendos y
reformar la Carta Orgánica del BCRA.
Quisiera
detenerme sobre este último punto pues, por si no lo recuerda, la pretensión
del gobierno nacional de reformar la Carta Orgánica del BCRA fue el eje del
conflicto que eyectó al ahora massista Martín Redrado de la presidencia de
dicho organismo allá por enero de 2010.
El “Chicago
boy”, fiel a su escuela, afirmaba que el BCRA debe ser independiente, es decir,
manejarse con autonomía respecto a las políticas económicas del gobierno de
turno. El latiguillo es que el BCRA está para “preservar el valor de la moneda”
y lo que oculta esa idea es que los gobiernos populares con políticas
económicas expansivas, redistributivas y de fomento del mercado interno lo que
hacen es, justamente, debilitar la moneda. Así, por alguna extraña razón más
esotérica que científica, la Escuela neoliberal de Chicago trata de explicarnos
por qué el hecho de que muchos tengan más afectaría a la moneda pero que pocos
tengan mucho la fortalecería.
Durante el
“episodio Redrado” utilicé la figura del BCRA como un Vaticano, es decir, una
suerte de Estado dentro del Estado, gobernado por una casta de técnicos que
jamás se someten a las urnas y están al servicio de los intereses del
capitalismo financiero. Pero esa definición sería sutilmente corregida por un
pensador argentino bastante invisibilizado: Raúl Scalabrini Ortiz. Porque en el
conjunto de textos reunidos bajo el título Bases
para la reconstrucción nacional, que incluye artículos del segundo lustro
de la década del 50, es capaz de decir lo siguiente:
“Para dar una
idea aproximada de su poder se ha dicho que el Banco Central es un Estado
dentro del Estado. La frase peca, no por ampulosidad, sino por deficiencia.
Desde el punto de vista de la economía y de las finanzas con excepción de los
valores inmateriales, constituye toda la vida del país. El Banco Central, en su
estructura de 1939, es mucho más poderoso que el Estado argentino. Obedeciendo
a razones que desconocemos, el embajador norteamericano, Mr. William Beaulac,
nos lo ha recordado sorpresivamente hace poco, al decir: “Los problemas
económicos no se resuelven con votos”. Ya lo sabemos. Los resuelve el Banco
Central, que está por arriba de la política”.
Hay que
recordar que el BCRA se crea en 1935, en el contexto de salida de la enorme
crisis financiera que llevó a la quiebra a grandes bancos. En ese año, claro
está, no había un gobierno democrático en Argentina y el encargado del proyecto
para la creación de la entidad sería uno de los directores del Banco de
Inglaterra: Otto Niemeyer.
Al servicio de
los intereses del capital de su país, Niemeyer propuso un BCRA con clara
preminencia de privados y extranjeros. Asimismo, como el propio Scalabrini nos
recuerda, la lista de los designados como cuadros técnicos para lograr el
correcto funcionamiento del Banco era bastante particular: “Contador fue
designado Carlos Beckmann, dinamarqués. Jefe del Departamento del Tesoro,
Aníbal Muschietti, suizo. Jefe del Departamento de Crédito, Silva, español. Del
de Cambios, Grumbach, belga. De títulos, Korler, cuñado de Grumbach y Aris,
español. Encargado del Estudio de los Tratados de comercio, Rey Álvarez,
uruguayo, de larga residencia en Bélgica donde era asesor de B.R.U.F.I.N.A…y
así sucesivamente. ¡Lo que se llama un elenco de primer orden! Los únicos
heroicos argentinos eran los doctores Rául Prebisch y Edmundo Gagneux. ¡Qué
honor!”
Lo cierto es
que con la llegada al poder del peronismo, en 1946, una de las principales
medidas fue la nacionalización del BCRA, que mantenía su autarquía pero en el
que prevalecerían los bancos nacionales y se hallarían representados de forma
más equilibrada los intereses del capital y del trabajo en el marco de un
proyecto de desarrollo nacional. Sin embargo, en 1949, el BCRA pasó a depender
directamente del ejecutivo puesto que el Presidente de la entidad, en tanto
ministro de finanzas, sería designado por el presidente.
Como no podía
ser de otra manera, tras el golpe de Estado contra Perón, hubo modificaciones
en 1957 que luego fueron vueltas a retocar con el regreso del líder
justicialista en 1973. Pero donde se ve un cambio claro es justamente en 1976. En
ese año, se elimina la representación de los diversos sectores económicos y de
los trabajadores y se incluyen tecnócratas de la monetarista ya mencionada
Escuela de Chicago pregonando la apertura irrestricta al libre mercado.
Ya en la
década del noventa hubo nuevas reformas que profundizaron el espíritu de la
realizada por Martínez de Hoz y se impuso una normativa acorde a las
necesidades del plan de convertibilidad. En un documento de trabajo del Centro
de Economía y Finanzas para el desarrollo de la Argentina titulado “La
regulación de la banca en Argentina (1810-2010)”, Guillermo Wierzba y Rodrigo
López lo explican del siguiente modo:
“[Con la reforma de 1992] (…) la llamada
independencia del banco, no sólo fue expresada de forma literal, sino que fue
asegurada por medio de otros artículos que tenían como resultado la escisión de
la injerencia gubernamental en la política monetaria y crediticia: “En la
formulación y ejecución de la política monetaria y financiera el Banco Central
no estará sujeto a órdenes, indicaciones o instrucciones del Poder Ejecutivo
Nacional””.
A su vez para que no quedaran dudas del sesgo
monetarista pro libre mercado, la reforma en la Carta Orgánica incluyó un
artículo, el tercero, en el que se indicaba que “es misión primaria y
fundamental del Banco Central de la República Argentina preservar el valor de la
moneda”.
Ahora bien, la pregunta es hasta qué punto el BCRA
con perfil neoliberal es independiente o en todo caso habría que preguntarse
independiente de qué. Pues el principal problema no parece el depender de algo
sino la injerencia del Estado. En palabras de Wierzba y López: “Según la ley,
el Banco debía desarrollar una política monetaria y financiera dirigida a salvaguardar
las funciones del dinero como reserva de valor, unidad de cuenta e instrumento
de pago para cancelar obligaciones monetarias, pero en los hechos, la moneda
argentina cedió tales atributos al dólar norteamericano. La experiencia llevó
al país a una de sus crisis económicas y políticas más profundas de su
historia: el colapso de diciembre de 2001”.
Independencia de los gobiernos y de los Estados. No
del capitalismo financiero ni de los grandes centros económicos. Esa parece ser
la particular independencia de la que nos hablan. Y frente a ello no cabe más
que recordar aquella aleccionadora frase de Perón: “La economía nunca ha sido libre:
o la controla el Estado en beneficio del pueblo o lo hacen los grandes
consorcios en perjuicio de éste”.
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