Las últimas
semanas han sido muy importantes, electoralmente hablando, para Sudamérica. En
Brasil, Dilma ganó aunque sin poder evitar el balotaje y frente al acuerdo de
cúpulas entre Neves y Silva es de esperar una elección pareja en la segunda
vuelta si bien algo de intuición y algo de conocimiento sobre el perfil del
votante de Silva me permite avizorar que el llamado de la dirigente derechizada
a votar por el candidato de la derecha no implicará una automática respuesta
positiva de su electorado. Con todo, los ocho punto de ventaja obtenidos por
Dilma en la primera vuelta no garantizan el triunfo en la segunda. Habrá que
esperar.
En Bolivia, en
cambio, el triunfo de Morales, obteniendo así su segunda reelección, fue,
parece, claro más allá de que al momento de escribir esta nota restaban
escrutar algo más de la mitad de las mesas. Se trata de un triunfo
probablemente impensado desde la perspectiva de algunos años atrás, después de
las enormes vicisitudes que atravesó el gobierno del aymara gracias a las trabas
que los opositores le impusieron al proceso de Reforma constitucional durante tres
años y a los intentos de secesión en los departamentos que conforman la “media
luna” (un dato a destacar es que en Santa Cruz, uno de los epicentros donde
mayor resistencia ha tenido Morales, el exdirigente cocalero estaría obteniendo
entre 40% y 50% de los votos contra el 3% que había obtenido en la elección de
2002).
Respecto de
las razones para comprender el fenómeno de un presidente que tras casi una
década en el gobierno no parece sufrir el desgaste natural de la gestión, hay
que tener un poquito menos de pereza intelectual y no simplificar el asunto
reduciéndolo a la lógica del clientelismo, la ausencia de capacidad crítica del
pueblo, el afán dictatorial o la pretensión de permanencia eterna en el poder
(circula, incluso, en Internet, la insólita denuncia de que Evo Morales amenaza
con dar latigazos a quienes no lo voten) . Pues lo cierto es que hay algunos
datos que muestran que hay buenas razones para que una inmensa mayoría se
incline por Morales, a saber: desde el 2006 hasta la actualidad, esto es, desde
que llegó al poder por primera vez en la historia un indígena, el PBI de
Bolivia pasó de USS 9000 M a USS 31000 M, lo cual llevó el PBI per cápita a
cerca de USS 3000.
Además, con
Morales en el poder, Bolivia creció sostenidamente y la CEPAL proyecta que en
2014 será el país de la región que más lo hará, llegando a un 5,5% respecto del
año anterior. En cuanto al nivel reservas, subió de menos de USS 2000 M en 2005
a casi USS 15000 M, un equivalente a la mitad del PBI y que marca una relación
porcentual que no posee ningún otro país de la región.
Asimismo,
entre 2005 y 2012 la pobreza extrema en el campo pasó de 62,9% a 40% y en la
ciudad pasó de 24,3% a 12,2%. Esto muestra que Bolivia creció pero, a
diferencia de lo que había sucedido con las administraciones de facto o con
presidentes blancos que hablaban mejor inglés que español, esta vez tuvo un
gobierno que decidió distribuir la riqueza. En este sentido, en 1997, el 10% más rico tenía 96 veces lo
que tenía el 10% más pobre. Hoy la diferencia se achicó enormemente y es solo
de 36 veces. Además, la economía se ha desdolarizado y la inflación durante el
año 2013 fue de 6,48%, con tendencia a la baja en 2014.
Otro dato a
resaltar es el que brinda el índice del Programa de las Naciones Unidas para el
desarrollo humano (PNUD). En Bolivia, antes de 2006, este índice alcanzaba el 0,489
y cerró 2012 en 0,675 (siendo 0 lo más bajo y 1 el óptimo).
Estos números
no son simplemente parte del “viento de cola” sino la consecuencia de una
decisión política de avanzar en la nacionalización de los recursos naturales lo
cual implicó recuperar una treintena de empresas vinculadas a sectores
estratégicos (gas, petróleo, electricidad, agua y servicios aéreos, entre
otros) que han pasado a ser controladas por el Estado.
Según Atilio
Borón, esta decisión es la que explica, por ejemplo, que se invirtiera la
ecuación en lo que respecta a la renta gasífera y petrolera. Antes de la
llegada de Morales, un 82% de esa renta iba a parar a manos del capital
transnacional. Hoy, solo el 18%. El resto está en manos de un Estado que no es
bobo y entiende que la ganancia está para ser redistribuida. En este sentido,
no es casual que en su discurso triunfante Morales haya indicado que “ganó la
nacionalización y perdieron los que quieren una alianza del Pacífico”, lo cual
no es otra cosa que indicar que el modelo boliviano estructurado a partir de
una cosmovisión alternativa a la del Estado monocultural y capitalista, se
sobrepuso al modelo neoliberal que había sumido a Bolivia en una pobreza
indigna. Los desafíos que tiene el gobierno de Evo Morales son, entre otros, seguir disminuyendo los índices de pobreza
extrema y pobreza, alcanzar la soberanía alimentaria y evitar una primarización
de su economía industrializando y agregando valor al recurso objeto de
extracción.
Ahora bien, si
dejamos el aspecto económico para introducirnos en el político, hay que
destacar que el fenómeno de Evo Morales y el MAS en Bolivia es tan sui generis
como el contenido expresado en la Constitución aprobada por referendo en 2009
pues, una vez más, con Borón, no se trata de un partido tradicional sino que
allí confluyen una heterogénea lista de movimientos sociales e identidades
diversas que en los últimos años han sabido atraer también a sectores medios
sin tradición movilizadora.
Por último, no
tiene sentido comparar Brasil con Bolivia en ningún sentido, como tampoco tiene
sentido comparar estos países con Argentina, ni en lo político, ni en lo
cultural ni en lo económico. Sin embargo, no deja de ser cierto que, con sus
enormes diferencias, las experiencias populares que llevan un mínimo de 10 años
siguen gozando del apoyo de una importante porción de la ciudadanía. En el caso
de Bolivia, con un número que estaría mostrando que más de la mitad de los
bolivianos se sienten representados abiertamente por el oficialismo; en Brasil,
aun si perdiese la elección en segunda vuelta, con un PT que recibe el voto de
casi 1 de cada 2 brasileños; y en Argentina la situación no es distinta pues
hay una importante porción de la población que apoya al oficialismo más allá de
que no parece razonable esperar números cercanos al 54% obtenido en 2011. Sin
embargo, a diferencia de lo que ocurre en los países mencionados, no hay aquí
un candidato del oficialismo que pueda captar los votos que tiene la presidenta
(alrededor de un 40%) ni una decisión política de ella de elegir un candidato
como hiciera Lula con Dilma.
Con todo,
frente a los que auguraban una inminente caída de los gobiernos populares de la
región en efecto dominó, con sus dificultades y particularidades, varios de
esos procesos se mantienen en pie pese a los intentos desestabilizadores de las
derechas vernáculas y transnacionales. Maduro se sostuvo, Morales se confirma,
Dilma, en una puja voto a voto, podría llegar a mantenerse, Correa goza de
importante aprobación y en Chile, la derecha ha perdido ante el modelo
socialdemócrata de Bachelet. La lectura de estas performances electorales y de
estos procesos políticos excedería las líneas de una conclusión. Sin embargo
del mismo modo que decimos que las políticas de inclusión han generado una
nueva clase media hegemonizada cuyos patrones de consumo y reivindicaciones van
contra los gobiernos y las medidas que les permitieron alcanzar ese lugar, se
debe reconocer que cada gobierno, a su manera, ha canalizado esas nuevas
demandas. Y si se me apura un poco, entiendo que los mejores resultados
electorales los han obtenido aquellos gobiernos que en momentos de zozobra han
profundizado sus propuestas en favor de las mayorías. El kirchnerismo, por
ejemplo, tomó esa decisión en 2009 después de perder enorme cantidad de votos
en las elecciones de medio término. Pero qué hará ahora el oficialismo en
Argentina es una incógnita que se develará solo cuando quede claro quién será su
candidato a presidente.
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