“No
hay score ni cuadros ni partidos. Los estadios ya son demoliciones que se caen
a pedazos. Hoy todo pasa en la televisión y en la radio. La falsa excitación de
los locutores, ¿nunca lo llevó a maliciar que todo es patraña? El último
partido de fútbol se jugó en esta capital el día 24 de junio del 37. Desde
aquel preciso momento, el fútbol, al igual que la vasta gama de los deportes,
es un género dramático, a cargo de un solo hombre en una cabina o de actores
con camiseta ante el cameraman”. Fragmento del cuento “Esse est percipi” de J.
L. Borges y A. Bioy Casares.
Al momento de
comparar este mundial con anteriores, o el fútbol actual con el de décadas
pasadas, resulta obvio que algo cambió. Y no se trata del nuevo modelo de
pelota que el marketing impone, ni siquiera de las tácticas que han variado
mucho; menos que menos de la desaparición de los números 10, y la creación de
los carrileros y el media punta. Tampoco es el acercamiento de la mujer al fútbol
en un papel que la dignifique y que no la presente como un escote pronunciado
en una tribuna ni la llame a participar de encuestas acerca de qué jugador
tiene los abdominales más hot. De lo
que se trata es de la presencia de las cámaras en el fútbol. Con esto no me
refiero simplemente a la importancia de la televisación de los partidos sino al
modo en que el hecho de que todo lo que sucede en una cancha sea visto, es
capaz de alterar las conductas de los protagonistas.
En primer
lugar, los referí se encuentran profundamente expuestos pues las cámaras, con
ayuda de la tecnología, son capaces de demostrar, en segundos, que el jugador
que ha convertido el gol se encontraba adelantado por 35 cm, o que ese penal no
fue tal ya que el delantero simuló. El rol del referí es cuestionado desde el
origen de los tiempos pero aquí la prueba de los errores tiene comprobación
inmediata y es amplificada a lo largo y a lo ancho de una sociedad
profundamente mediatizada donde el fútbol ocupa incontables horas de aire en
radio y televisión, e innumerables fárragos de tinta en los medios gráficos.
Otros
protagonistas que se encuentran enormemente expuestos son los técnicos, algunos
de los cuales, claro está, hacen del asunto un show y una marca propia. Pero no
se trata simplemente de una cámara que sigue los movimientos del responsable
del plantel durante los 90 minutos sino de cámaras que toman imágenes que
funcionan como insumos para programas enteramente dedicados a tácticas y
estrategias. Si este país tuvo siempre (la fantasía de) un técnico por
habitante, la ubicuidad de los programas de fútbol y la proliferación de
discusiones acerca del 4-3-3, el 5-3-2 o el 4-4-2, promueve la sensación de que
todos tenemos el derecho y la idoneidad para opinar y afirmar taxativamente que
tal técnico no sabe nada.
Pero incluso
los propios hinchas modificaron sus actitudes, aunque justamente, los que más
debieran hacerlo no lo hacen. Me refiero a que la existencia de cámaras en los
estadios fue un requisito impuesto para luchar contra la violencia de los
barras bravas y, sin embargo, los reconocidos por todos, los tipos que aprietan
y agreden, se siguen exhibiendo allí con total impunidad. Así, paradójicamente,
como si el asunto pasara por la necesidad de identificar a los violentos (que
ya todos conocen), AFA lanza el sistema AFA PLUS que podrá tener la mejor buena
voluntad pero solo terminará identificando a todos aquellos a los que no hace
falta identificar porque van a la cancha a ver fútbol en paz. Asimismo, se ve en el mundial, una y otra
vez, cómo hay una puesta en escena individual en la que los hinchas compiten
por tener la peluca, el disfraz o el cuerpo más pintado para que la cámara de
la transmisión oficial los enfoque. Cuando esto sucede, aun cuando su equipo
esté perdiendo 5 a 0, saltan, ríen y saludan a la cámara. Lo han logrado:
salieron en la tele.
Por último,
claro está, los principales protagonistas, los jugadores, nos han acostumbrado
a situaciones risueñas como las de taparse la boca al hablar y así evitar que a
través de las cámaras podamos leer sus labios. Asimismo, si de puestas en
escena hablamos, las coreografías que se dan cada vez que se realiza un gol
incluyen alguna cámara, sea de televisión o de fotos, pues “ser es ser mirado
(por una cámara)”.
Con todo,
claro está, el único perjuicio que tienen los jugadores no es el de la
imposibilidad de poder hablar libremente sino que diferentes acciones dentro de
la cancha (reglamentarias y no reglamentarias) se encuentran bajo la lupa. Por
ejemplo, un jugador no puede festejar un gol quitándose la camiseta. ¿Cuál es
la razón? No se trata de una moralina acerca del principio de desnudez sino de
la presión de las empresas publicitarias que anuncian en las camisetas y, en el
momento en que todas las cámaras enfocan, ven su marca volar por al aire hasta
caer en el “verde césped” mientras torsos atléticos festejan la conquista. En
la medida en que las tarjetas amarillas no acaben con la conducta
exhibicionista de los jugadores, es de esperar que, en un futuro cercano y por
una cantidad ingente de dinero, un jugador acabe tatuándose al sponsor en sus
pectorales.
Pero también
las conductas indebidas están bajo la lupa tal como quedó demostrado en el caso
de Luis Suárez: la agresión al rival a través de una mordedura no fue observada
por el referí en la cancha pero sí por las cámaras, algo que le valió una
sanción de oficio por el tribunal de disciplina.
Sin embargo,
las cámaras pueden engañar y hay jugadas en las que un sinfín de repeticiones
redundan en un sinfín de interpretaciones distintas. En este sentido, la
apuesta por un fútbol tecnologizado en el que se imparta justicia a través de
una máquina capaz de atribuir cada caso a la norma que lo engloba se muestra
inverosímil porque toda reglamentación y todo hecho tiene márgenes de
interpretación especialmente en el caso del fútbol donde algunas jugadas se
juzgan según intencionalidades.
Asimismo, el
sistema que todo lo observa acaba siendo el instrumento para el ejercicio del
poder discrecional de la FIFA, asociación que funciona prácticamente como un
Estado soberano y que amenaza, hasta con la desafiliación, a aquellas
Federaciones que osen llevar a la justicia ordinaria un conflicto vinculado a
alguna de la enorme cantidad de aristas que nuclea el negocio del fútbol. En
esta línea se rompe con esa realidad tan repetida por boca de los jugadores:
“en la cancha somos 11 contra 11”. Se rompe porque los referís, hombres de los
que nadie se anima, insólitamente, a dudar de su honorabilidad, se transforman
en el jugador número 12 en algunos casos y porque cuando eso no sucede puede
ser la propia FIFA la que extemporáneamente actúe. Porque se puede castigar a
Luis Suárez pero si se abre esa posibilidad también debieran castigarse a cada
uno de los futbolistas que tiene conductas antideportivas que no fueron
observadas durante el partido. ¿Merece una sanción el jugador de Colombia que
lastimó a Neymar? ¿Merece Neymar una sanción por el codazo que pegó a un
jugador croata y que solo le valió una amarilla? Si se trata de “roces del
juego”, ¿no debería actuar de oficio la FIFA contra el arquero de Holanda que
atajó los penales de dos jugadores de Costa Rica tras interpelarlos y dirigirse
a ellos de manera antideportiva con total anuencia del referí? Allí no había
ningún roce del juego.
En lo
personal, siempre consideré que las sanciones tienen que ser aquellas
observadas por el referí en la cancha. Todo lo que venga después o antes, lo
cual incluye suspensión de jugadores o hasta de estadios, es la forma en que el
poder del escritorio intenta desnivelar un partido de fútbol dándole ventaja al
equipo poderoso. Se trata de un poder que intenta disminuir los márgenes de
azar y contingencia que han convertido a este deporte en el más popular en el
mundo. Porque la viveza criolla bien entendida y la interpretación de los
fallos también es parte de un juego en el que entran una enorme cantidad de
variables, entre ellas, claro está, las sociológicas, culturales y psicológicas.
En este sentido, el día que desaparezcan los elementos folklóricos del fútbol
adentro y afuera de la cancha, la creatividad y la picardía aun al borde de lo
permitido, el fútbol desaparecerá y nunca sabremos si ese mundial que nos
disponemos a ver frente al televisor es real o se trata simplemente de un grupo
de actores mezclados con animaciones para la play station.
Linda nota, pero no coincido en algun punto. Se tiende a vincular el "azar y contigencia" que hace al futbol tan atractivo con los fallos arbitrales. Y sabemos que no es asi. Es un factor de imprevisibilidad claro, pero muy menor. Seria estupido pensar un deporte cuyo atractivo es la aletoriedad en las decisiones arbitro. Habria que hilar mas fino para analizar si la insercion de la tecnologia en el futbol no podria resultar positiva en terminos de ajustar la justicia de los resultados, aunque eso implique una reduccion de los margenes de azar. Siempre y cuando se de en la cancha, en lo inmediato. Las desicion de escritorio y las organizaciones desvirtuan el futbol per se eso esta claro.
ResponderEliminarEn otros deportes se usan as cámaras pero no a manera de "castigo" o vilipendio, por ejemplo en el rugby la "vista del árbitro" dónde se ve exactamente o que ve el árbitro porque este lleva una mini cámara en su cuerpo. Es decir se puede observar si el árbitro lo observó o no.
ResponderEliminarIgual solo funciona ara juegos que parten de posiciones estáticas; Rugby con el scrum, futbol americano con el Scrimmage o basket con las reposiciones de los laterales y las faltas técnicas o flagrantes. Le quitarían dinámica al juego de fútbol. Todas las reglamentaciones y accesorios tecnológicos le quitan pasión.
Gracias por la data profe, y gracias a vos Agustín!
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