viernes, 18 de julio de 2014

Fútbol, valores e identificación (publicado el 17/7/14 en Veintitrés)

Nos hemos identificado con esta selección de fútbol. De eso no hay duda. Sin embargo las razones de esta identificación son diversas.
A primera vista, cabe preguntarse si el hecho de celebrar un subcampeonato con miles y miles de personas en las calles recibiendo al equipo a pesar de la derrota en la final, daría cuenta de una sociedad argentina que entiende que no es el éxito lo único que importa.
Seguramente que algo de eso hay pero permítame ser algo escéptico al respecto. Pues aun en lo que se restringe estrictamente a los resultados, esta selección fue exitosa en tanto llegar a una final del mundo resulta un hecho deportivo de enorme trascendencia que pocas veces sucede. Lo digo de otro modo: si la selección se hubiera quedado, digamos, en los cuartos de final habiendo perdido con Bélgica, supongamos, por penales, el San Mascherano, la historia de vida de Di María y la épica de gladiadores no hubiera existido a pesar de ser los mismos jugadores y el mismo técnico. Es una enorme obviedad pero el reconocimiento parte del éxito deportivo. Esto no significa necesariamente que a la sociedad argentina le importe ganar como sea si bien probablemente, si preguntásemos acerca del gol con la mano de Maradona, una enorme cantidad diría que prefiere ganarles a los ingleses aun de ese modo.  
En esta línea, si la comparación se hace con el mundial del 90 se observará que lo que logró una identificación con aquel equipo no fue su buen juego sino dos triunfos resonantes (frente a Brasil e Italia), y una lucha contra la adversidad que incluyó un polémico arbitraje en la final, un equipo diezmado por lesiones, amarillas y rojas, en algunos casos, injustas, y los silbidos al himno en la semifinal.    
Sin embargo, en este 2014, especialmente a la luz de los partidos que Argentina disputó desde octavos de final, la sensación que queda es que lo que el público destacó es una serie de valores que habría transmitido el equipo. Esto se puede ver en que, por lo pronto, dejamos de poner el énfasis en los “4 fantásticos que atacan” para hablar de los “7 fantásticos que defienden”, esto es, el arquero, los 4 defensores y los 2 volantes de contención. Del equipo que debía hacer 4 goles porque seguro le convertirían 3, pasamos a ser la defensa inexpugnable que enfrentó a temibles seleccionados europeos con enorme capacidad goleadora y recibió 1 gol en 450 minutos.
En otras palabras, de estos 7 fantásticos, lo que resaltó fue la figura de Mascherano pero más allá de su nivel individual, se reconocía, a partir de él, el sentido del esfuerzo, del cubrir al compañero, de, literalmente, “romperse el culo” en función del equipo. En Mascherano, entonces, se encarnaban valores con las que el futbolero y la ciudadanía se sintieron identificados. 
Pero, antes del mundial, e incluso, en la fase de grupos, lo que identificaba a buena parte de la ciudadanía y al mundo del fútbol con la selección eran las individualidades, era qué podrían hacer cada uno de esos “4 fantásticos que tenemos arriba y que le pintan la cara a cualquiera”. Allí no aparecían los valores del esfuerzo, la solidaridad, el trabajar con el otro, etc. Todo lo contrario: se resaltaba la destreza individual, que la capacidad de uno de los jugadores resuelva y sea efectivo en la red como hiciera Maradona en 1986; que “los de atrás aguanten como sea pues, total, los de adelante nos van a hacer ganar”.  
Esto no es casual pues si bien la era Bilardo puso en tela de juicio la identidad del fútbol argentino, lo que cualquier veterano hincha afirmaría es que “la nuestra” es la gambeta, la destreza individual, lo que te da el potrero, y que los que corren y meten, en la mayoría de los casos, sacrificando el buen juego, son “picapiedras”. Desde el origen del fútbol argentino que la gambeta se estableció como la característica esencial de nuestro modo de jugar frente al de los inventores del fútbol, los ingleses. Así, a pesar de que en los primeros enfrentamientos, allá por principios del siglo XX, las goleadas que nos propinaban eran abundantes, de a poco, el fútbol individualista del argentino pudo equiparar la maquinaria colectiva de los ingleses, la idea de que, en el fútbol, cada jugador era importante en tanto cumplía una función como parte del equipo. No era casual que el fútbol argentino se pensase así pues, si Borges tenía razón, los argentinos éramos/somos profundamente individualistas, como se puede observar en nuestra literatura con Fierro, Moreira o Segundo Sombra, figuras contestatarias, que “hacían la suya”, por fuera del sistema y del Estado.
La descripción de Borges y cualquier descripción que comience diciendo “los argentinos somos” violenta la pluralidad de características de los individuos que formamos parte de esta comunidad pues convivimos con vecinos, familiares y amigos que tienen valores contrapuestos. De aquí que podamos seguir imaginando comunidades homogéneas o hacer como si pudiéramos englobar lo argentino en una cosmovisión común pero cualquier intento en ese sentido está condenado al fracaso. Hay sectores de la sociedad profundamente individualistas, preocupados porque la escasez de dólares les traía algún contratiempo para veranear en Punta del Este; caceroleros hartos de que el Estado redistribuya una parte de la riqueza, y habitantes de la ciudad de Buenos Aires que han votado masivamente a Mauricio Macri, emblema de una ideología que resalta las bondades del egoísmo como motor del progreso de la sociedad. Éstos conviven con gente que valora más la solidaridad, que es capaz de resignar aspectos personales en función del bienestar de la comunidad y que, el momento de elegir a quién votar, pueden inclinarse por una opción política que le plantea que el único héroe verdadero es el héroe colectivo.
Es más, ni siquiera es que existe una división tan tajante. Sería fácil decirlo y hablar entonces de “la grieta”, “las dos argentinas”, etc.  Pero si bien no es del todo falsa esta demarcación también puede darse que, en diferentes circunstancias, una misma persona se incline más por valorizar aspectos individuales en detrimento de lo grupal y viceversa. Así, un cacerolero que no quiere pagar impuestos puede que tenga como foto de perfil en su Facebook a Mascherano caracterizado como el Che Guevara apoyado en una leyenda que dice “La Argentina sale adelante con el esfuerzo de todos. Gracias Masche”. Asimismo, alguien puede tener la remera de El Eternauta y, al mismo tiempo, traicionar a su grupo intentando sobresalir guiado por sus ambiciones personales.
No es que lo hagan necesariamente por incoherencia o cinismo sino simplemente porque la mayoría de las personas oscilamos entre diferentes valoraciones y porque éstas no siempre derivan en un tipo de acción clara, concreta y unívoca.
Entiendo que no pasa solo en la Argentina y que se trata de un fenómeno típico de comunidades grandes en el marco de un proceso globalizatorio que nos hace más homogéneos y heterogéneos a la vez, tanto en relación con otras naciones como en relación a nosotros mismos. De este modo, puede darse que todos nos identifiquemos con una selección pero que esa identificación se dé en base a valoraciones diversas y contradictorias, todas ellas aparentemente derivadas de un mismo objeto, en este caso, un equipo de fútbol.                        
                 


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