A los 78 años
falleció el profesor argentino Ernesto Laclau, referente de la teoría política
a nivel mundial. Residía en Inglaterra desde 1969 y poco después se transformó
en docente e investigador de la Universidad de Essex. En los últimos años, sus
viajes a la Argentina se hicieron asiduos con la finalidad de dictar
conferencias y cursos, y fue nombrado director honorario del Centro de Estudios
del Discurso y las Identidades Sociopolíticas en la Universidad San Martín,
espacio en el que pudieron desarrollarse varios de sus discípulos.
Pero no es mi
intención hacer un obituario pues habrá muchos y muy buenos, ni tampoco una
suerte de resumen de su trayectoria intelectual o del desarrollo de sus
principales categorías. Esto también abundará y, en buenas manos, resultará una
invitación a adentrarse en un pensamiento complejo que no es de fácil acceso.
Lo que
quisiera es detenerme en el último de sus libros importantes, publicado en 2005:
La razón populista. El motivo es que
en este texto, Laclau realiza la temeraria tarea de indagar el sentido del
siempre vilipendiado “populismo” para arribar a conclusiones que se alejan enormemente
del sentido tradicional del término. El éxito en tal tarea y el optimismo con
que el académico abrazó las causas de los gobiernos populares latinoamericanos
en estos últimos años, defendiendo, incluso, la sacrílega idea de reelección
indefinida que tanto escozor genera en algunos circuitos, hizo que se
transformara en, quizás, el intelectual más citado y más tergiversado entre
políticos y medios opositores. Incluso se llegó a decir que los Kirchner
estructuraron su política después de leer a Laclau y que éste era de consulta
permanente en la Casa Rosada, algo indudablemente falso.
Laclau definió
al populismo como un modo de construcción de lo político y con esto se alejó de
la interpretación estándar que se hace de este término en las discusiones
públicas donde el término populista siempre tiene connotaciones negativas. Tales
connotaciones se apoyan en la idea de que un gobierno populista sería aquel que
demagógicamente trata de granjearse el apoyo popular dándole al pueblo lo que
el pueblo quiere aun cuando la satisfacción de este deseo sea, a la larga,
perjudicial para sí mismo.
En ejemplos
cotidianos, muchos han llamado populista a la decisión de la administración
kirchnerista de avanzar con diferentes planes sociales pues se dice que el
gobierno favorece a sectores populares sólo para mantener con ellos una
relación clientelar que en el mediano y largo plazo será perjudicial para los
hoy beneficiarios.
Ahora bien, la
visión estándar del populismo incluye también la idea de que un gobierno populista
se estructura a partir de un liderazgo carismático que los críticos no tardan
en denominar “autoritario”. ¿Qué genera ese carisma? Que el vínculo entre el
líder y las masas se aleje de los cánones de la supuesta racionalidad para
entrar en un terreno mítico y pasional en el que el pueblo sigue, en una suerte
de danza hipnótica, todos los caprichos de aquella figura.
Estas son solo
algunas de las ideas que circulan alrededor de la definición más divulgada de
populismo que tiene, por supuesto, una enorme tradición que puede remontarse a
las miradas aristocratizantes que pensadores como Platón tenían respecto del
gobierno de Pericles y su vínculo con los sofistas. De aquí que, en La razón populista, Laclau dedique los primeros
capítulos a analizar lo que él considera las visiones erradas acerca del
populismo para proponer un enfoque alternativo. ¿Qué entiende Laclau, entonces,
por populismo? Algo bastante alejado a lo aquí expuesto. Por lo pronto, si
seguimos la etimología, debe referir a algo vinculado con el pueblo pero, ¿qué entendemos
por “pueblo”? Aquí se dejan ver una enorme cantidad de influencias que han
hecho que Laclau sea reconocido como parte de una corriente pos marxista o de
izquierda lacanina que hace fuerte énfasis en la importancia del lenguaje al
momento de comprender la constitución de las identidades. El pueblo no es algo
dado, ni una base objetiva, espiritual, subyacente e inmóvil que se encuentra
allí esperando ser despertada por el hombre que sepa interpretarlo. El pueblo
es aquello que surge en relación, algo que se constituye en oposición a otra
cosa. Para poder identificar al pueblo hace falta entender que existe un
espacio que pertenece al “no pueblo”, una exterioridad. Pero si el pueblo no se
corresponde con ninguna clase social objetiva ¿cómo se forma y quiénes lo
forman? Comencemos por el primer punto y remitámonos al momento “previo” de la
constitución del pueblo. Según Laclau, hay que partir de lo que él llama “demandas
insatisfechas”. Un particular o un grupo tiene una demanda insatisfecha, sea
comida, trabajo o seguridad. Si es demanda y es insatisfecha supone la
existencia de un otro al que se le demanda. Ese otro sería el poder. Las
demandas insatisfechas pueden ser profundamente heterogéneas pero su condición
de insatisfacción, de falta de respuesta, es capaz de promover la solidaridad
entre los demandantes en un momento determinado. Cuando esto se da se forma lo
que Laclau llama una “cadena equivalencial” de demandas que sumado al hecho de
que éstas tienen como “antagónico” u “opuesto” al poder, empiezan a conformar
un pueblo cuya pretensión es siempre hegemónica esto es, presenta a los
intereses de una parte como representativos del todo. Dicho más fácil, hay
demandas insatisfechas heterogéneas y hasta contradictorias pero éstas
confluyen frente a ese poder que no las satisface. En palabras del propio
Laclau, las tres dimensiones que permiten una primera aproximación al populismo
serían “la unificación de una pluralidad de demandas en una cadena
equivalencial; la constitución de una frontera interna que divide a la sociedad
en dos campos; la consolidación de una cadena equivalencial mediante la
construcción de una identidad popular que es cualitativamente algo más que la
simple suma de los lazos equivalenciales”.
Claro que
estas demandas insatisfechas no alcanzan lazos solidarios por generación
espontánea sino que para que eso suceda es necesaria la aparición de un
liderazgo que permita el agrupamiento y Laclau reconoce que en la relación con
ese liderazgo existe, por supuesto, una dimensión afectiva, solo que la
supuesta irracionalidad que conlleva ese vínculo es constitutiva de la acción
política.
En este punto
cabe agregar un punto muy interesante vinculados al “quiénes” son el pueblo pues
Laclau hace mucho énfasis en el rol de determinados significantes como podrían
ser “la nación”, “los poderosos”, “las clases dominantes”, “la gente”, etc.
Según el profesor de Essex, estos significantes pueden ser rellenados con un
contenido, llamemos, de “izquierda” o un contenido de “derecha”. Piénsese que
en una manifestación popular contra la oligarquía o los poderes fácticos se
hace énfasis en “la nación” como equivalente a “pueblo”, “patria sublevada” o
“Argentina profunda” pero en una manifestación en contra de la resolución 125
en el Rosedal los asistentes también se consideraban pueblo y se autopercibían
como la cabal representación de la nación, el pueblo y la gente. En esta misma
línea, los sectores más afines al gobierno entienden que el poder al que el
pueblo se enfrenta son las corporaciones y los grupos económicos, mientras que
los opositores al gobierno consideran que el poder al que el pueblo se enfrenta
es el de la clase política corrupta y prebendaria.
Si usted ha
llegado hasta aquí habrá notado que la mirada de Laclau es complejísima, y yo
le agregaría que lo expuesto en esta nota no es más que una imprecisa y vaga
presentación. Lamentablemente hay quienes no lo han leído e irresponsablemente
hasta llegan a vincular el pensamiento de Laclau con la mirada de un
controvertido jurista alemán que tuvo una relación, al menos polémica, con el
nazismo como Carl Schmitt. Pero la coincidencia con este autor no pasa de una
crítica feroz a ciertos presupuestos del liberalismo. Para indagar sobre este último
punto y sobre lo desarrollado en esta nota no hace falta más que armarse de
paciencia, esforzarse mucho e intentar leer a Laclau, primero, quizás, a través
de comentadores y luego, directamente desde la fuente. Tal lectura tiene un
valor en sí mismo pero también es capaz de aportar categorías para discutir
fenómenos que, como se pudo observar, son de gran actualidad.
Hola, me gustaría mucho que mi blog este entre sus favoritos!! Veritas Vos Liberabit!
ResponderEliminarhttp://actanonverba1810.blogspot.com.ar/
Dante, me diste ganas de leer a Laclau.
ResponderEliminarComo siempre interesantes tus artículos.
Gracias Gonzalo! Y voy a ver de qué se trata su blog señor Veritas. Saludos a ambos
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