La semana
pasada, con buen criterio, esta revista eligió como tema principal el vinculado
a los casos de linchamientos que tomaron estado público y coparon la agenda
mediática. Como se trata de esos temas en los que todos creemos tener algo para
decir y hoy existen diversos canales en los que la opinión personal puede
amplificarse, será difícil ser original pero lo intentaré.
Quisiera tomar
como disparador la deconstrucción del cliché que afirma que una horda que se
comporta de manera tribal (en el peor de los sentidos) se explica por una
“ausencia de Estado”. Lo primero que llama la atención es que tal acusación
provenga de miembros del Estado con responsabilidades ejecutivas y/o
legislativas. Me refiero a Sergio Massa, ex intendente y actual diputado
nacional, y a Mauricio Macri, ex diputado nacional y actual Jefe de Gobierno.
Es doloroso que quienes tengan responsabilidades asuman un rol de comentaristas
indignados pero más doloroso es que se instale que “ausencia de Estado” es
equivalente a ausencia de poder punitivo, esto es, falta de policía. El Estado
es, para algunos, esencialmente poder punitivo pero también es algo más. Porque
tiene la responsabilidad de proteger nuestra integridad física y nuestra
propiedad pero también debe comprometerse con los derechos sociales y
económicos que nuestra Constitución manda. Dicho en buen criollo, políticas
vinculadas a más y mejor trabajo, a vivienda digna, a protección de niños y
ancianos, etc. son responsabilidad del Estado. Claro que cuando se plantea esto
parecemos entrar en una suerte de dicotomía que divide las aguas. En este
sentido, quienes se indignan con los hechos delictivos son acusados de
burgueses asustados reaccionarios y punitivistas, y quienes hacen énfasis en
una política estatal de inclusión son vilipendiados en tanto “garantistas”.
Este país goza
de una porción enorme de burgueses asustados reaccionarios que meterían bala a
todo aquel que ose mirar el reloj caro o el auto cero kilómetro que se pudieron
comprar, pero no todo aquel que exige seguridad es un burgués asustado
reaccionario. Del mismo modo, es habitual oír una progresía bienpensante que
ocupa un lugar importante en los medios, defender un garantismo zonzo que es
más zonzo que garantista. Porque ser garantista no es ser pelotudo y, de hecho,
el anteproyecto de reforma del código penal fue defendido por los mismos
garantistas, entre otras cosas, haciendo énfasis en que muchas de las penas
aumentaban. El garantismo zonzo que, entiendo yo, no es el que defiende
Zaffaroni ni la gran mayoría de sus discípulos, supone un determinismo social
que descansa en una enorme cantidad de presupuestos. Este tipo de garantismo
que, a lo sumo, se parece más a un abolicionismo que no es defendido
sensatamente por ningún pensador relevante, me atrevería a decir, desde comienzos
del siglo XX hasta hoy, es el que considera que el delincuente es una víctima
de las desigualdades sociales. De esta manera, se elimina la voluntad del
sujeto que delinque para transformarse simplemente en un mero efecto “del
sistema”. Desde mi punto de vista, el delincuente es víctima de la desigualdad
social pero también es victimario. Que sea víctima del “sistema” solo puede
resolverse cambiando el sistema o, dentro del mismo, generando políticas
activas de inclusión que rendirán sus frutos en el largo plazo. Mientras tanto,
el progresismo debe responder qué hacer con la faceta victimaria del
delincuente. Esto no quiere decir meter presos indiscriminadamente a perejiles
roba relojes pero implica ponerse a reflexionar si resulta correcto que alguien
que tiene 3 entradas por robo salga a las 12 horas simplemente porque por las
entradas anteriores no ha recibido condena todavía. Esto nos lleva, a su vez, a
encarar otro falso dilema entre los mismos interlocutores. Porque los sectores
más reaccionarios consideran que el único problema es la delincuencia de los
morochos y pobres a los que hay que mantener alejados, si es posible, con
alambrados electrificados, mientras que ese garantismo zonzo que, vale
repetirlo, es más zonzo que garantista, considera que el único problema es la
rémora autoritaria existente en las fuerzas de seguridad. Respecto a este
punto, los lectores de esta revista y esta columna saben que considero que las
policías son hoy, en Latinoamérica, una de las principales fuentes de
desestabilización de los gobiernos populares; asimismo, es claro que el
crecimiento del delito y el narcotráfico en toda la región no puede explicarse
sin la complicidad de las cúpulas policiales, las cuales, a su vez, son muy poco
afectas a la protección de los derechos humanos de los más desaventajados. Esto
se complementa con un sistema de justicia y con el accionar de jueces con una
particular predisposición al castigo a jóvenes de sectores bajos que son los
que, hoy en día y sin condena, llenan nuestras cárceles. Pero haciendo énfasis
en estas problemáticas no se puede pasar por alto que hay gente que roba y
gente que mata por razones que no obedecen al componente autoritario de las
fuerzas policiales ni a la particular selectividad del sistema judicial.
Para
finalizar, creo que no se pueden pasar por alto otros aspectos que por razones
de espacio no podré desarrollar. Casi como un punteo de temas, podría
mencionarse la confusión entre linchamiento y legítima defensa, algo que
apareció cuando, por ejemplo, el gobernador de Córdoba indicó que clavaría un
tenedor en el ojo al delincuente que maltrate físicamente a su familia en
ocasión de un robo. Sin dudas, si un delincuente intenta matar a golpes o agredir
físicamente a un ser querido, defenderse, incluso dando muerte al delincuente,
se encuadraría en una legítima defensa. Pero los casos de linchamiento que se
dieron la semana pasada no tuvieron que ver con eso sino con el robo de un
reloj o una cartera en el que la víctima no corrió peligro de muerte alguno.
Poner al mismo nivel el ataque contra la propiedad y el riesgo de vida es la
consecuencia de la instalación de un nuevo enemigo social construido a partir
de la existencia real del accionar delictivo. Este enemigo es “la inseguridad”
y viene a reemplazar a “los subversivos” de los años 70. Se supone así que hay
un enemigo interno, un cáncer social al que hay que extirpar a como dé lugar.
No me extenderé en este punto porque la semana pasada la columna de Ernesto
Tenembaum (“Cuando nos sentimos víctimas”), desarrolló esta perspectiva. Del
mismo modo que la nota de Pablo Galand, también en esta revista, advirtió que la “justicia por mano propia” es
un oxímoron y que, si es por mano propia, es venganza, esto es, injusticia.
Sobre este aspecto, simplemente, recuérdese qué paradójico es que a la decisión
política de acabar con las leyes de impunidad y avanzar en los juicios contra
los genocidas, algunos comunicadores y referentes políticos lo denominen
“venganza”, y al linchamiento barbárico impulsado por vecinos ante robos de carteras
se lo llame “justicia”. Por último, mención aparte para la decisión del
gobierno de Scioli de decretar una emergencia en seguridad. ¿Cuál ha sido el
diagnóstico para adoptar esa medida? ¿Cuánto de la histeria mediática ha
operado en esta decisión?
Esta pregunta es de relevancia
porque si las políticas de seguridad van a bailar al compás de la agenda
mediática perderemos un tiempo valioso observando cómo la lógica de la polémica
televisiva, que no busca la verdad sino el escándalo entre contrarios, nos
condena a elegir entre energúmenos mete-balas y referentes discursivos de un
garantismo zonzo que no le hacen ningún favor al garantismo y que siguen sin
poder brindar una respuesta razonable y realista a la problemática de la inseguridad.
Me parece que toda la teoría filosófica expresada en su comentario no hace más que expresar su visión de las cosas y es válido que así sea. Ahora, si nos planteamos la realidad, nos encontramos que los hechos delictivos suceden a diario y, permítame disentir, no creo que sea una inyección mediática ni mucho menos. Pero lo que más me preocupa, mas allá de las palabras es como se resuelve el problema?. Podemos discutir, tener interpretaciones diferentes o coincidir sobre un punto u otro, pero la realidad es que sigue muriendo gente que nada tiene que ver con la falta de inclusión de un sujeto, ¿que hacemos, nos quedamos esperando que los sujetos a los cuales se debe incluir definitivamente sean incluidos, que la justicia, cambie de política procesal, que otros ciudadanos sigan sufriendo esta realidad? No sé si la medida de Scioli será productiva o improductiva, lo que sí se es que fue el único que accionó ante la situación interpretando la necesidad de la sociedad que lo eligió justamente para eso. En la primer parte de su nota destaca en forma crítica que algunos políticos enarbolaron la "ausencia de Estado" en la situación. Scioli, justamente, con su medida expresa una "presencia de Estado" que la sociedad quiere. Evaluaremos si es efectiva o no una vez llevada a cabo; antes me parece un apresuramiento.
ResponderEliminar