“La propaganda más
efectiva siempre se distribuye como información, o está oculta bajo la apariencia
de información, dado que las mejores técnicas de manipulación pasan por que el
sujeto no las perciba como tales y piense que actúa según su propio criterio”
(Del libro Desinformación de Pascual
Serrano)
Nos hemos
acostumbrado a leer titulares en los que se abusa de los potenciales y en el
que cada “habría” encubre un deseo de profecía autocumplida; a prestar atención
a columnistas que hacen un diagnóstico de la realidad política basados en “lo
que se cuenta en los pasillos” o en los “dichos de un alto funcionario”; a
notas enojadas que nadie se atreve a firmar y se las lleva el viento digital de
la web una vez que cumplen la función de ser leídas por el destinatario.
Frecuentamos
impersonales como “ahora dicen” o “critican” y nadie sabe quiénes son los que
dicen, quiénes son los que critican y por qué esas voces son aceptadas, si uno
se distrae un poco, como exteriorización de un sentimiento universal. También somos
espectadores de vaticinios económicos brindados por economistas que, a su vez, son
parte del elenco estable que pronostica desastres en público mientras que, en
privado, aconseja invertir, y seguimos atentamente los programas políticos en los
que nunca se hacen repreguntas incómodas al entrevistado.
Por último,
consumimos sin mayor indignación publicidad encubierta en forma de noticia, sea
un tratamiento para el crecimiento del cabello o la inauguración de una cámara
de seguridad en un municipio. Así, muchas veces, no sabemos si estamos frente a
un periodista, un vendedor, o un Testigo de Jehová.
Lo resumido en
este párrafo no es, claro está, un fenómeno estrictamente argentino: en todo el
mundo el periodismo tradicional está en crisis, naturalmente, porque muchos de
sus siempre declamados principios hoy son el relicario olvidado en algún
anticuario polvoriento. Tómese, por ejemplo, unos de los grandes axiomas del
periodismo: la utilización de las fuentes. ¿Cuántas fuentes necesita una nota?
No hay manual para responder eso y seguramente dependerá del tipo de nota pero,
en principio, hay una tentación saludable a afirmar que cuanto mayor sea el
número de fuentes mejor. Sin embargo, sirviéndome de los datos del libro de
Pascual Serrano mencionado en el epígrafe, el escenario es bastante distinto.
En palabras del experto en comunicación español: “La media del número de
fuentes (entidad, base de datos, personas consultadas para elaborar
información) en los informativos de la radio y la televisión de las principales
cadenas españolas no llega ni siquiera a uno. La cifra es 0,71 fuentes por
noticia. (…) En conclusión: como mucho, en una noticia, se escucha lo que dice
alguien y se da por bueno sin más”.
Asimismo,
el propio Serrano menciona un estudio de la Universidad Camilo José Cela de
Madrid en el que se contabiliza cuál es el porcentaje de fuentes
institucionales que son tomadas en cuenta para constituir una noticia. Por
fuentes institucionales no refiere simplemente a voces de un gobierno sino a
voces que representan un determinado interés y desean comunicar algo. De hecho
no es casualidad que las empresas, por ejemplo, tengan sectores dedicados a la
comunicación. Y el número es alarmante: del ya pequeño porcentaje de fuentes mencionado
anteriormente que se toma en cuenta al elaborar una noticia (0,71%), el 72,4% (en
Radio) y el 65,88% (en Televisión), son fuentes oficiales o institucionales. De
esto se sigue, claro está, y como bien indica Serrano, que aquel apotegma casi
socrático del periodismo como ese tábano encargado de llevar a la luz lo que el
poder no quiere que se sepa, es difícil de sostener. Más bien, hay muchos
sectores más o menos poderosos en la sociedad que quieren transmitir cosas y para
ello se sirven del micrófono abierto o la pluma gentil del periodista.
La gran
dificultad de este desprecio por la fuente es claro pero, para ponerlo en
palabras de otro prestigioso analista de medios, Ignacio Ramonet, en un libro
de reciente publicación compilado por Denis de Moraes: “podemos decir que la
especificidad del periodista es garantizar la veracidad de la información y verificar
la información que va a difundir es saber, por ejemplo, que no proviene de una
sola fuente, pues una sola fuente puede inducir a error. El periodista tiene la
misión de tener varias fuentes que dicen lo mismo y por consiguiente puede
garantizarla. Pero hemos hablado de la rapidez actual, de la competencia entre
los diversos medios de comunicación… ¡No puede perder el tiempo para verificar!
Si no, el canal de al lado ya difundió la noticia y él ha perdido la primicia,
la exclusividad”.
La conjunción de
todos estos elementos es explosiva para el periodismo tradicional pues incluye la
crisis identitaria ante la amenaza del cibernauta con pretensiones de informar
y la imposibilidad de acomodarse a una lógica de la primicia inherente a un
capital cuya principal característica es la velocidad en el intercambio de
signos. Si a eso le sumamos las deplorables condiciones laborales a la que se
encuentran sometidos la gran mayoría de los periodistas no consagrados, el
panorama es desalentador.
¿Pero qué sucede con los programas de debate
político? ¿Acaso allí no se expresan 2 o más voces? En apariencia sí y si bien
algunos meses atrás, en esta misma revista, indagué en el modo en que los
medios constituyen una puesta en escena de una polémica entre contrarios para
resguardar el lugar de centralidad y neutralidad del periodista, quisiera
advertir sobre una lógica complementaria tendiente a realzar una de las voces
en detrimento de la otra. Se trata de una práctica naturalizada, diría yo,
incluso, ni siquiera realizada adrede en la mayoría de los casos, que permite
que el espectador tome posición de antemano. Tómese el caso de un debate entre
dos personajes desconocidos para la audiencia. Como presentarlos simplemente por
su nombre propio puede dar lugar a que, transcurrido el debate, el espectador
encuentre buenas razones en el polemista que va en contra de los intereses del
medio, el presentador, desde el vamos, aclara que uno de los debatidores tiene
una mácula vinculada a una pertenencia que puede ser, apoyar al kirchnerismo, al
chavismo o a algún oficialismo populista. Claro que todo cambia cuando se
presenta al polemista que coincide con los intereses del medio. Frente al
oficialista-chavista-kirchnerista-populista (o encarnación maldita que fuera),
esto es, frente “al ideologizado que en tanto tal distorsiona la realidad”, se
encuentra simplemente un “periodista” de algún medio consagrado o un
“especialista” que nunca tiene historia. Así, entonces, a través del
ideologizado habla el interés de una facción y a través del especialista habla,
simplemente, la verdad.
Podrá parecer
una insignificancia pero, hecha esta presentación, el debate está perdido para
el primero de los polemistas porque la lógica del prejuicio ya empezó a operar
en el espectador y es muy difícil que alguna de las opiniones del señalado con
la letra escarlata pueda torcer la cosmovisión de una audiencia a la que ya le
han resuelto quién es el bueno, quién es el malo y, por eso mismo, quién resultará
victorioso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario