En mi último
libro, El Adversario, me referí a lo
que denomino “presente extendido”. Se trata de la nueva temporalidad en la que
los medios nos sitúan. Porque la noticia urgente, deshistorizada y descontextualizada,
borra todo vínculo con el pasado. Todo es aquí y ahora nuevo. Asimismo, tampoco
hay futuro porque éste no es otra cosa que la vicisitud próxima a venir,
inminente y cercana. El presente extendido se mueve, entonces, entre lo que
acaba de pasar y será reemplazado rápidamente y lo que está por venir de
inmediato que tampoco perdurará en este frenesí de la noticia urgente. Ninguna
otra cosa importa más que lo que está sucediendo y eso que sucede tiene un
carácter totalizante y asfixiante. Puede ser el calor, un saqueo o un
asesinato. Lo que sea ocupará todo el espectro y todo el espectro es lo que
aparentemente es digno de atención. Este presente extendido no sólo se apoya en
la repetición incesante del mismo hecho y en la ideología que supone la deshistorización
antes marcada sino en algunas estrategias técnicas. Una de ellas, muy
frecuente, es el “hace instantes”. Me refiero, claro está, a esa indicación que
suele aparecer al costadito de la pantalla y es el artilugio perfecto para la
extensión del presente pues se muestran imágenes del pasado para en cada
presentación volverlas al presente. Lo que muestran no está pasando pero está
tan cerquita que, aparentemente, es como si estuviese pasando. Pero hay en ello
una estafa al televidente similar a aquella que se realiza cuando se utiliza
una foto de lo sucedido en un lugar y en un determinado momento para graficar
lo que sucede en otro lugar y en otro momento (de hecho, hace pocos días
circuló por internet el modo en que la misma foto de un colchón robado había
servido para graficar los saqueos en 4 provincias distintas). En este sentido,
en los últimos días, el AFSCA lanzó una directiva que obliga a los medios a
indicar día, hora y lugar de las imágenes y distinguir si se trata de una
transmisión en vivo o material grabado. Parece una cuestión menor pero, de no
poner este tipo de límites, en algunos años pasaremos de exigir el total cumplimiento
de la ley de medios a implorar encarecidamente por, al menos, la devolución del
tiempo y el espacio.
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