Año 2024. Tras los mensajes de
usuarios y medios como el Washington Post
que acusaban a Argentina de salir campeón del mundo sin tener negros en el
equipo, Netflix inicia la filmación de la película que recordará la epopeya
deportiva con una particular cláusula. Efectivamente, Messi será representado
por una mujer afroamericana; Di María por un joven asiático con sobrepeso; el
mediocampo del equipo será interpretado por hindúes y referentes de pueblos
originarios, y el arquero Dibu Martínez por una mujer trans vegana. La realidad
no tiene ningún derecho a desoír el nuevo canon de moralidad.
Hablando de realidad y de
películas, volviendo al año 2022, déjenme contarles una que vi la noche
anterior a la final de la copa del mundo: What Do We See When We Look at the Sky? Se trata de una película georgiana estrenada en
2021 y dirigida por Alexandre Koberidze quien, aprovechando la invitación al
festival de cine de Mar del Plata que se realizó en noviembre de 2022, se quedó
en Argentina unas semanas más para ver el mundial. La anécdota viene a cuento
porque el título de su película refiere al gesto de Messi cuando señala al
cielo después de cada gol y porque la película cuenta una particular historia
de amor con toques de realismo mágico que se desarrolla en el transcurso de un
hipotético mundial en el que Argentina es campeón de la mano de su número 10.
La
trama es tan simple como asombrosa: un joven y una joven se cruzan casualmente
varias veces hasta que deciden formalizar una cita. Sin embargo, el día
anterior caen presos de una maldición por la cual a la mañana siguiente
amanecerán convertidos en personas con otra apariencia física e incapaces de
destacarse en lo que mejor hacían: medicina en el caso de la chica; jugar al
fútbol en el caso del chico. Ambos acuden a la cita igualmente sin saber que el
otro también cambió de apariencia y naturalmente nunca se encuentran. Sin
embargo, otra vez la casualidad hace que coincidan en un mismo trabajo tiempo
después. Pero lo que previsiblemente pensábamos que ocurriría no sucede y el
reencuentro con sus verdaderas identidades, finalmente, se dará a través de una
foto también casual que les toman como pareja hipotética para el casting de una
película. Es que cuando la foto se revela, aparecen como eran originalmente y
allí se “redescubren”. Ese final me llevó a pensar que, para el director, el
cine y la fotografía serían capaces de ir más allá de las apariencias, de
captar la verdadera identidad de las cosas. Para escándalo de Platón, el arte
sacándonos del engaño de la caverna.
Algo parecido sucede en buena
parte de las intervenciones públicas, no solo en redes sociales sino entre
periodistas consagrados cuando hablan del mundial: el equipo campeón como
revelando una identidad popular oculta, una argentinidad que se expresa
triunfante a través del arte del fútbol y de su artista principal: Messi.
Todo empieza en la suposición de que
parte de la liberación que lo lleva a Messi a ser campeón tiene que ver con
haberse “maradonizado”. La prueba de ello sería el partido contra Países Bajos
en el que un Messi como nunca se vio, arremetió contra el referí, el técnico y
un jugador rival al que llamó “bobo”.
Porque en el país del
psicoanálisis estaba claro que, para “soltarse”, Messi debía “matar al padre”.
Mascherano le había dejado la cinta de capitán y Maradona había fallecido dos
años atrás. A partir de allí hemos visto el mejor Messi y, sobre todo, hemos
visto al Messi ganador de la Copa América (tras haber perdido dos finales) y al
Messi ganador de la Copa del mundo (tras haber perdido una final y, sobre todo,
tras no haber tenido performances destacables en los torneos que disputara
desde 2006).
¿Pero qué se está diciendo cuando
se afirma que Messi se “maradonizó”? En realidad, lo que se indica es que
Maradona representa el espíritu argentino, lo cual incluye garra, carácter
pendenciero y jugar al límite de las reglas (incluso a veces por fuera de
ellas). Al mismo tiempo Maradona es gambeta, finta, y eso es lo que siempre
diferenció el fútbol argentino de la maquinaria inglesa que privilegiaba el
colectivo por sobre lo individual. Maradona es el gol con la mano fuera de la
regla y el gol más maravilloso de la historia gambeteando a siete ingleses.
Todo en el mismo partido. Recordemos, por cierto, que Borges decía que el
argentino era ante todo individualista y que veía en el Estado a su enemigo; y
que en el mismo texto indicaba que a diferencia de los europeos que creen en el
orden del cosmos, para los argentinos lo que hay es caos. Como generalización
es falsa pero sirve para este ejemplo porque Messi también representa esa
gambeta argentina impredecible y “caótica”. Pero al mismo tiempo Messi es el
fruto de un laboratorio como el del Barcelona y de una historia de vida por la
que dos terceras partes de la misma las ha transcurrido en España. Asimismo,
está el carácter de las personas y Messi no es Maradona. Los que odian a
Maradona por su compromiso político, muchas veces en la forma del exabrupto,
sus excesos, contradicciones, etc. reivindican a Messi como el Dios bueno
frente al Dios sucio. Son los que desde medios de comunicación de Argentina y
Europa llamaron “vulgar” a Messi cuando se paró desafiante frente a Van Gaal.
Se reproducía allí la idea de un Messi que había sucumbido al barbarismo de ese
origen que la Europa blanca no pudo torcer. Y al mismo tiempo, los que
idolatran a Maradona le reprochan a Messi que sea solo un jugador de fútbol,
que sea una divinidad demasiado pulcra. ¿Qué es esto de una figura que no se
posiciona políticamente y que no tiene escándalos sexuales? ¿Cómo puede ser que
este argentino se haya casado con la noviecita del barrio de Rosario,
Argentina, reivindique la idea de familia tradicional y haya decidido tener 3
hijos cuando la vida posmoderna nos invita a reemplazarlos por bull dogs
franceses?
Lo curioso en esta disputa es que
Maradona y Messi tienen cosas en común pero representan valores diferentes y
eso choca con la idea de que representan la identidad argentina porque se
supone que la identidad es una sola. Y no lo es o, en todo caso, podemos
aceptar que la identidad argentina pero también seguramente la identidad de
distintas naciones, tiene contradicciones y está lejos de ser monolítica. Todo
eso junto somos los argentinos como un montón de cosas juntas son los españoles
o los nigerianos.
Pero lo que no quería pasar por
alto es cierta hipocresía de los auscultadores de valores. Porque los valores que
Maradona y Messi representan solo son destacados en la medida en que logran
triunfar. En el caso de este último se habla de la persistencia, el coraje y el
esfuerzo, a lo cual se le suma el trabajo en equipo, la sensatez y la mesura
del entrenador, siempre con la palabra justa y medida tanto en la derrota como
en el triunfo. Pero todo esto se destaca porque ganó. Si no estaríamos hablando
de la falta de actitud y la poca argentinidad de Messi, y de la falta de
liderazgo de un técnico inexperto. La diferencia estuvo en el arquero argentino
despejando con un pie una pelota imposible en el minuto 123 de la final; o
atajando los penales contra Países Bajos en lo que podría haber sido una
eliminación temprana en cuartos. Esa es la delgada línea entre un análisis y
otro. Y lo mismo con Maradona. Todo se destaca a través del triunfo. Son
valores a resaltar solo en el éxito. Llamativo. O no tanto.
Y de repente llega el momento de
la política. No hay nada más obvio que trazar analogías entre las
características de un equipo y un deportista, y las características de un
gobierno. De modo que ya lo sabemos: si los analistas son opositores y el
equipo gana dirán que la selección de fútbol es el ejemplo que la política
debería seguir; si son opositores y el equipo pierde dirán que es una radiografía
del gobierno que tenemos. La misma lógica invertida se aplica a la prensa
oficialista con el agregado de que, aunque resulte increíble, en este caso hubo
munición pesada y hasta operaciones de prensa cruzadas para tratar de señalar
que el expresidente de Argentina, Mauricio Macri, traía mala suerte. Lejos de
dejar pasar la humorada, las usinas de medios de comunicación alineadas con el
macrismo acercaban, después de cada partido, fotos en las que Macri estaba en
la cancha como “prueba” de que él no era el factor de “mala suerte”. Hablando
de suerte, digamos que, a diferencia de España, en Argentina, los expresidentes
que gustan del fútbol no escriben columnas deportivas.
Para finalizar, con Messi se dio
un fenómeno extraño. Salvo unos cuantos medios y periodistas madridistas que no
deben estar pasando su mejor momento, buena parte del mundo quería que
Argentina triunfe por Messi. Incluso en Argentina había un especial énfasis en
que éste era el torneo que había que ganar por Messi. Lo merecía él más que los
argentinos. El triunfo en el epílogo de su vida profesional es el punto cúlmine
para una carrera en que lo extraordinario fue habitual y un traspaso
generacional jugado casi en un terreno metafísico. Si aquellos que contamos
algunas canas ya tuvimos en Maradona a nuestro Dios, los que todavía no
contaron 30 abriles merecían ver la coronación de una nueva deidad, propia,
contemporánea. Un mojón para su hagiografía, el suceso a ser recordado
nostálgicamente en el futuro con el orgullo de ser un testigo presencial. Es
poder contar dónde estaba yo el 18/12/22 cuando vimos nacer un Dios en un
deporte y en un país donde confluye lo mejor y lo peor y donde, al menos en lo
que refiere al fútbol, se puede dejar de ser monoteísta.